En las costas de mi país marino,
al amparo de la corruptela,
los ecosistemas se marchitan a diario
por la codicia de inmorales mercenarios.
Arrancan las especies submarinas,
escapando de las garras de la muerte,
mientras los honorables senadores se enriquecen
vendiendo sus intereses.
El parlamento chileno privatiza el mar,
ahora patrimonio de siete familias influyentes,
que pagan sus favores
con depósitos en la cuenta corriente.
En nombre de dios y la patria,
el destino del pueblo es manoseado
y por ley suprema
se robaron todos los pescados.
En el océano cunde la muerte,
las naves industriales arrasan con todo lo viviente.
Sin descanso despliegan sus redes de arrastre
que dejan sangrientas estelas de sucios billetes.
La brutalidad del saqueo levanta a las multitudes,
que en las avenidas hacen flamear una sola bandera:
“Nacionalización del mar a la chilena!”,
tal como proclama Salvador Allende en su eterna primavera.