El aumento de comentarios xenófobos en las redes demuestra que hay lecciones que aún en pleno siglo XXI no tenemos superadas.
Lejos quedan ya los años sesenta y todo lo que supusieron. Y es que eso de tender puentes y eliminar fronteras es algo muy pasado de moda. En el siglo XXI lo que prima es defender lo “tuyo” frente a los “otros”, o como se ha dicho de toda la vida: barrer para casa. El ser humano moderno está obligado a ser individualista y debe preocuparse únicamente por lo suyo, no por lo que les ocurra a otros. Si una persona piensa o actúa de otro modo muy seguramente se tratará de un ser débil que vive alejado de la realidad.
No ha sido fácil llegar hasta este punto, pues la resaca hippie duró demasiado. Aunque las ideas de paz y amor consiguieron resistir el envite de los ochenta, el concepto de una sociedad basada en el individualismo y el éxito personal vino para quedarse. Aún así fue necesaria una gran crisis económica para poder llegar a este “sálvese quien pueda” en el que vivimos.
Yo no soy racista, soy políticamente incorrecto
Desde que empezó la crisis no solo se ha ido incrementando progresivamente el descontento social, sino también el rechazo a lo extranjero. La gente ha visto cómo empresas que tenían fábricas en su país se las han llevado a otros que tenían políticas laborales más “flexibles” o que directamente rozaban –rozan- el esclavismo; han visto cómo la Unión Europea ha impuesto su criterio al de los habitantes de su país y en contra de sus intereses; han visto empresas despidiendo compatriotas suyos para después contratar ilegalmente a extranjeros por sueldos de miseria. Estos son algunos de los factores que han ido propiciando un sentimiento de rechazo a todo lo que viniera de fuera, dejando la puerta abierta a la normalización de una corriente de pensamiento xenófobo que soliviantara ese sentimiento.
Por otro lado está el concepto de la “dictadura de lo políticamente correcto”. Bajo la premisa de que hoy en día cualquier opinión que diga las cosas claras es criticada por ser políticamente incorrecta, se ha dado pie a que mucha gente pierda el miedo a decir lo que verdaderamente piensa, no teniendo ya que usar careta. Ya lo dijo Gallardón en el último acto de la Fundación FAES: Hemos estado en los últimos años escondiéndonos, avergonzándonos de proclamar aquello en lo que de verdad pensábamos (sic).
No le falta razón, pues, si echamos un poco mano de la memoria, recordaremos la época de Aznar al frente del Partido Popular proclamando a los cuatro vientos que era un partido de centro. Ya no hace falta fingir más y pueden aceptar sin remilgos los galardones de la Fundación Francisco Franco por defender la memoria del Caudillo.
De igual manera, ya no tienen por qué esconderse aquellas personas que opinan que los inmigrantes vienen a vivir de nuestras ayudas o que los extranjeros –aunque trabajen y coticen como el resto de trabajadores- no deben de tener los mismos derechos que los “de aquí”. Ahora pueden decir sin miedo sus opiniones alto y claro, ya que si las tachan de racistas o xenófobas sabrán que no es porque lo sean, sino porque son políticamente incorrectas. Esas personas son consecuentes con el mundo en el que viven, y es que los sesenta quedaron ya muy atrás. Ya pueden quitarse esa pesada careta que han estado llevando durante años por culpa de lo políticamente correcto.
Alimentando el fuego
Ya sea por el aumento del rechazo a lo extranjero o porque mucha gente ha decidido dejar de esconderse, la realidad es que el incremento de comentarios xenófobos en los últimos años ha sido más que evidente. Hemos visto cómo en muchos casos se ha instrumentalizado a la inmigración acusándola de ser el foco de nuestros problemas consiguiendo que critiquemos al inmigrante que ha conseguido un trabajo en condiciones precarias en lugar de a la empresa que los contrata ilegalmente o a la reforma laboral que ha legalizado esas condiciones de trabajo.
En EEUU, la combinación de la estigmatización de la inmigración –particularmente la mexicana- sumada a la exaltación del orgullo nacional y a la proclamación de ser políticamente incorrecto le ha valido a Donald Trump la Casa Blanca nada menos. Con su victoria ha abierto la puerta a que finalmente se acabe la dictadura de lo políticamente correcto y veamos que en realidad nuestra sociedad no era tan tolerante como algunos pensaban. Ha conseguido normalizar un discurso xenófobo.
Y es que las épocas de descontento generalizado, de crisis económica e ineficacia de las instituciones son un momento perfecto para que los extremismos se asienten en la sociedad. Además son el caldo de cultivo en el que proliferan los salvapatrias que cubren sus verdaderos intereses bajo banderas y que alcanzan sus objetivos fabricando falsos enemigos.
Se está normalizando un discurso que no es normal, que debería haber sido desterrado hace tiempo, pero que nos negamos a dejar morir. Quizá necesitemos unos nuevos años sesenta para enterrarlo y pasar página definitivamente o puede que como en tantas cosas, necesitemos aprender a base de palos. En los años venideros lo sabremos.