Seguro que a estas alturas de diciembre has visto más de una campaña publicitaria en la que te atacan con preciosas historias de reencuentros, de generosidad, de amistad, de escenas familiares… Sinceramente, reconozco que algunas me han calado hondo y me han arrancado lágrimas y más lágrimas. Y digo arrancado porque esa es precisamente su intención, conmovernos a la fuerza, atracarnos y arrancarnos sin piedad los mejores sentimientos que alberga el ser humano para vendernos perfumes, viajes de ensueño, muebles, incluso una televisión de plasma… cosas, cosas y más cosas.
Y eso me ha hecho reflexionar sobre la esencia del regalo, sobre su más primitivo significado: es una muestra de cariño y de amor. Sinceramente creo que somos muy afortunados por vivir en estos tiempos, pero reconozco con pesar que hemos vaciado de significado algunas tradiciones, como la del regalo, que hemos convertido en una muestra de nuestro poder en diversos aspectos y que intentamos orgullosamente presumir con cada uno de ellos según la personalidad del “interesado”: el regalo más caro, el más friki, el más original… y así hasta el infinito. Pasamos horas, tal vez días, en busca del regalo perfecto, sin ser conscientes de que el regalo perfecto está más cerca de lo que pensamos, está en tu voluntad de compartir tus minutos, tus horas… en fin, de regalar tu tiempo.
De modo que este año te propongo que añadas a tu regalo algo que lo hará único: tu tiempo. Y para dar ejemplo, compartiré mi lista de deseos para estas fiestas:
“Si me regalaras un pañuelo, desearía que lo sazonaras con el olor de un paseo en una fría tarde de invierno; si se tratara de un anillo, que dilataras el baile entre nuestros dedos hasta conseguir que las manos revoltosas se tomaran un segundo de respiro para aceptar ese anillo.
Si has pensado en un bolso, llénalo de momentos que quepan en él, y si es esa música que tanto me gusta, te pido que la escuches conmigo, que disfrutes cada acorde a mi lado.
Si estás lejos, regálame tu voz, eso será suficiente; y si estás cerca, regálame el momento de tu risa, un segundo de carcajadas, regálame la eternidad de un abrazo o regálame un silencio que solo puedan romper nuestras miradas.
Si ninguno de esos regalos te gusta, regálame solo una cosa… tu tiempo”.
Soy muy afortunada, porque si has leído estas líneas, ya he recibido el mejor de los regalos… un minuto de tu tiempo.