El amor ha sido y continúa siendo desde sus inicios uno de los temas más abordados, desarrollado y explotado por la industria cinematográfica. Con independencia de los géneros de preferencia y las resistencias de cada espectador, puede calificarse como un tema universal, transversal, que convoca, involucra e incluso identifica; pues todos en algún momento de su vida experimentaron, experimentan o desean experimentar el amor.
Este amor romántico es sistemática y repetidamente representado e idealizado por el cine, presentado como el estado de máxima felicidad y plenitud alcanzado por el ser humano, como ese sentimiento capaz de superar cualquier barrera, sanar enfermedades, trascender fracasos y derrotas; el cual sin excepción culmina con una gran boda, la respectiva fiesta, y donde inclusive aquellos sujetos con la mínima probabilidad de encontrar el amor -debido a su poco agraciado físico, personalidad excéntrica o limitadas capacidades interactivas-, contra todo pronóstico logran encontrar el amor de su vida a pocos minutos de culminar la trama cinematográfica.
Sin embargo, estas representaciones no son inocentes, casuales ni azarosas. Por el contrario, son unas de las principales fuentes de ideologización de la vida moderna, de mayor alcance y fácil penetración en las masas, a través de la construcción de un discurso en el que se reconoce, celebra, promueve y exacerba el status quo. En las historias en las cuales este amor tradicional es transgredido -ya sea por un amor homosexual, interracial, o interclasial- es rápidamente sancionado, los protagonistas corren con un trágico destino, funcionando el cine de este modo como amenaza de lo que puede ocurrir a quienes se atreven a transgredir la expectativa social.
Este hecho queda en evidencia en los discursos y representaciones desarrollados en el cine lésbico, el cual en su mayoría se caracteriza por el castigo, la sanción y la tragedia como devenir inevitable de quienes se atreven a contradecir o desafiar el mandato de la heterosexualidad, la maternidad y la feminidad obligatoria.
El cine lésbico se desarrolla en torno a historias de amor que se caracterizan por la imposibilidad de su realización, amores frustrados, mujeres que son alejadas de sus hijos por su “desviación moral”, sometidas al cuestionamiento de su salud mental, así como a tratamientos médicos y psiquiátricos para “reorientar” su preferencia sexual, condenadas al encierro, obligadas a matrimonios heterosexuales, expuestas al repudio, el rechazo, la burla, la exclusión, la ridiculización y la violencia social y familiar, víctimas de violaciones correctivas, muertas en partos, asesinadas por la homofobia, por los hombres incapaces de aceptar sus rechazos, o simplemente, víctimas del desamor, el astío o la muerte; entre las que destacan películas como Another way (1982), Fuego (1996), Viola di mare (2009), La vida de Adelé (2013), La chica danesa (2015) y más recientemente Carol (2015).
De este modo, la aparente aceptación y reconocimiento de la diversidad en el cine no es más que una ficción; la producción cinematográfica para un público lésbico es generalmente dirigida por heterosexuales, en donde, con independencia de desarrollarse en la industria cinematográfica estadounidense, europea o asiática, se mantiene como premisa la sanción y la vehemente condena de la no heterosexualidad. La industria cinematográfica sigue siendo profundamente homo-lesbo-transfóbica, por lo cual continúa vendiendo historias destinadas a no ser, cargadas de peligro, tragedia, desgracia, desilusión y miedo, historias imposibles, marcadas por la inevitable separación; las cuales, terminan funcionando como mecanismo de evitación, es decir, como advertencia de lo que puede, quiere y debe ser una mujer.