Luis García Jambrina es un enamorado de la literatura. Se nota enseguida. Cuando se conversa con él, siempre aparecen referencias a esta disciplina. Y lo hace en un tono didáctico. De hecho, aboga por la función divulgativa de las novelas, las cuales también han de entretener y emocionar. Por tanto, no es raro que Jambrina, además de escritor, sea profesor en la Universidad de Salamanca, uno de los centros europeos con mayor tradición en letras y humanidades. Wall Street International ha querido hablar con el autor a colación de su último libro, La Corte de los Engaños, ambientado en la época de los Reyes Católicos.
¿Por qué toma como punto de referencia el atentado que sufrió Fernando II en Barcelona durante 1492?
Es un acontecimiento que me llamó la atención cuando preparaba mi primera novela, El manuscrito de Piedra. No es un hecho muy conocido, pero a mí me pareció muy relevante. Pudo haber cambiado la historia de España y de Europa. Lo dejé en la reserva y pasado el tiempo se me ocurrió realizar un libro en torno a este atentado.
Pero en este caso no quería escribir una narración de intriga sobre un suceso sangriento, ni contarlo en forma de crónica. Deseaba hacerlo a través de diversos puntos de vista, mediante tres voces femeninas.
¿Por qué eligió esta manera de contar la trama?
Por varias razones. En primer lugar, sobre este acontecimiento existe una verdad histórica oficial. Pero es un hecho que quedó sin aclarar. Es muy posible que detrás de él hubiera una conjura. Sin embargo, no se ha podido demostrar. Se trata de una realidad controvertida y, por ello, la mejor forma de abordarla es a través de diferentes perspectivas.
Así, cada una de las narradoras enfoca los sucesos de acuerdo a su punto de vista. Una de ellas es Beatriz Galindo, consejera de la reina Isabel de Castilla. Era una cortesana y da una visión más cercana a este ámbito. La segunda –Sara Dertosa– fue una judía víctima del Edicto de Expulsión, mientras que la tercera, Catalina de Dalt, era una noble catalana descontenta con el monarca aragonés.
Y que las tres hayan sido mujeres, ¿ha sido casualidad o se buscaba esta circunstancia?
Ni una cosa ni la otra. En La Corte de los Engaños cambié de método de trabajo. Generalmente, en obras anteriores, tenía un personaje, un escenario y un momento histórico. Lo único que necesitaba era un pequeño acontecimiento que lo desencadenara todo. Con él comenzaba la trama y simplemente yo tiraba de personaje para ver hacia dónde me llevaba.
En cualquier caso, en mis libros la documentación siempre ha existido. Esta labor la realizaba durante el proceso de escritura. Sobre Fernando de Rojas [protagonista de El Manuscrito de Piedra y El Manuscrito de Nieve], La Celestina y Salamanca [marco en el que se desarrollan las dos primeras tramas de Jambrina] había leído bastante, pero comenzaba las novelas sin tener muy claro hacia dónde ir. Prefería que fuera Rojas quien me llevara.
Sin embargo, en La Corte de los Engaños quería hacer una obra un poco más compleja y la preparé antes de escribirla. Fue en este contexto en el que surgió la idea de contar el argumento desde tres puntos de vista.
Y dentro del conjunto de personajes, destacaron varias mujeres. La primera era Beatriz Galindo, “La Latina”. Se trató de una figura muy ligada a Salamanca sobre la que yo tenía ganas de escribir. Pero se sabe muy poco de su figura. Sí que se conoce que era una persona muy instruida. Era, quizá, la más culta, sabia y docta de su tiempo. Por tanto, pensé que Beatriz Galindo tenía que contar la historia.
Esto me llevó a la segunda de las mujeres –la noble catalana–, y luego pensé en una tercera narradora, la judía. Tenía la pretensión de hablar de una familia víctima del Edicto de Expulsión. Y así es como surgió la idea de esta última protagonista.
Por tanto, ¿los tres personajes son históricos?
El único real es Beatriz Galindo. Los otros dos son inventados. Aparecen en función de la trama. Además, la idea no era sólo limitarme a tres narradoras, sino que sus vivencias se entrelazaran, de tal manera que cada mujer fuera contando sus experiencias y entre las tres explicasen lo acaecido en 1492, además de los antecedentes y consecuencias del atentado.
Asimismo, al pensar en las tres voces surgió la posibilidad de dar visibilidad a quién no solía tenerla en aquel momento. Esto, no obstante, planteaba un reto: ponerse en la piel de tres mujeres de época que eran muy distintas entre sí. No hay muchos documentos ni testimonios de dicha realidad. Por ejemplo, de Beatriz Galindo prácticamente no se conserva nada.
¿Qué tipo de documentación utilizó?
Bibliográfica. He partido de lo que han investigado los expertos. No soy historiador, por lo que no pretendo aportar nada nuevo desde el punto de vista historiográfico. En cualquier caso, el gran problema que tiene la novela histórica es el de la dosificación de la información. A veces no conviene abusar de la documentación, sobre todo si ésta es demasiado precisa, porque luego se intenta emplear todo y la trama acaba perdiendo agilidad. Por tanto, nos encontramos ante una labor muy delicada, pero también apasionante, sobre todo para un profano como yo. Me divierto mucho descubriendo cosas nuevas y utilizándolas en un libro.
La novela histórica, ¿puede ser una buena herramienta para la divulgación del pasado?
Una de las principales funciones de este tipo de obras es la divulgativa, pero también deben integrar otros objetivos, como entretener y emocionar al lector. Son las tres “es”: entretener, emocionar y enseñar. En cualquier caso, la función didáctica es fundamental. Se tienden puentes entre nuestra época y el pasado. Hacer esto no es fácil, sobre todo si lo has de combinar con los otros aspectos ya indicados. Además, siempre debe existir una mínima voluntad estética. Se tienen que compaginar muchísimas cosas, pero es lo que le hace atractivo como género.
Existen varios elementos que son fundamentales para estimular la lectura, como que el lector se reconozca en los escenarios o la inclusión de personajes de otros trabajos para que la gente los acabe consultando. Usted emplea ambos ejemplos en sus obras. Pero, ¿qué otras cosas se podrían hacer para incrementar el interés por la literatura?
Ésta es la pregunta del millón. No hay una única solución. Es una suma de elementos. El gran mal de la lectura es que muchas veces se han impuesto obras a los chavales en el instituto, una actitud que ha provocado que los estudiantes acabaran aborreciendo la literatura. A lo mejor se hacía bienintencionadamente, pero no funciona. Cada uno ha de leer lo que quiera en cada momento.
Pero, sobre todo, con lo que se cautiva a este público –a los más jóvenes– es mediante la intriga, los elementos fantásticos y la aventura. Y si, al mismo tiempo, se encuentran con personajes como la Celestina, unas cosas les van llevando a otras y parece que, al final, se acaban interesando por Fernando de Rojas.
Por esta vía hay que incidir más. Debemos buscar libros y actividades que estimulen el interés por los Clásicos. Los muchachos acaban descubriendo que este tipo de obras son tremendamente divertidas: El Quijote, El Lazarillo de Tormes o La Celestina tienen elementos humorísticos. Pero se necesitan puentes para llegar a los mencionados títulos.
En este sentido, La Corte de los Engaños ¿podría generar una mayor atracción hacia la época de los Reyes Católicos?
Es lo que he intentado. He pretendido mostrar la complejidad de ese momento. He buscado imbuirme del espíritu de la época. Por tanto, creo que puede servir para interesarse por un periodo muy importante, en el que empiezan a cuajar el Estado español y el Siglo de Oro.
Además, se trata de un momento en el que la mujer tuvo un cierto protagonismo. Fue la reina Isabel I la que propició esto: se rodeó de muchas personalidades femeninas –entre ellas, Beatriz Galindo–, que le servían de consejeras.
Incluso, en La Corte de los Engaños está muy presente la literatura, a través de diferentes guiños y alusiones.
¿Hay buenos presagios para la novela?
[Ríe] Por superstición, no sé si verbalizar las expectativas o no. Pero siento cosas muy similares a las que tuve cuando salió mi primer libro. De todos modos, disfruté mucho haciendo La Corte de los Engaños. Y espero que el lector disfrute tanto como yo.
Durante la escritura, te vas planteando una serie de retos, los vas resolviendo e, incluso, estos te llevan a otros. También te permites ciertas osadías y juegos, que esperas que el lector entienda y disfrute. En este sentido, hay muy buenas vibraciones, aunque nunca se sabe. La literatura es un mundo muy complicado. Nadie sabe nada, hasta que las cosas ocurren.
La Corte de los Engaños ha sido el proceso más intenso que he vivido como escritor. Estuve mucho tiempo metido en la novela y fascinado por los personajes. También por los Reyes Católicos, de los que hubo cosas que me llevaron a repudiarlos y otras que, sin embargo, me admiraron. Sobre todo en el caso de Isabel I. En definitiva, he intentado humanizar a los protagonistas y verlos de manera poliédrica y contradictoria.