Martanoemí Noriega no se considera graffitera. Es una artista que le encontró placer a pintar en las calles y a embellecer los escenarios teatrales.
Martanoemí visitó Bogotá, Colombia, dos veces en menos de un año. Primero en diciembre del año pasado cuando fue invitada para pintar en los muros del barrio Santa Fe, uno de los más deprimidos de la capital colombiana, junto a otros artistas urbanos del mundo como Ericailcane de Italia y Pol Corona de Argentina. La segunda vez fue en marzo durante el Festival de Teatro Alternativo de Bogotá, cuando vino desde Panamá con la obra Mujeral, en la que ella es la directora de arte. A Martanoemí la conocí dos veces: primero por su arte en diciembre y luego en persona en este 2016.
Ella, a sus 30 años, ha viajado a diferentes latitudes gracias al arte. Estuvo un año en Malasia, durante el cual comenzó a pintar para puestas en escena teatrales, un trabajo que salió allí más por suerte que por búsqueda. “Casualmente uno cae en el lugar correcto, en el momento correcto”, me dijo Martanoemí cuando hablamos tomándonos un café en un establecimiento del tradicional barrio La Candelaria, de Bogotá. Al principio de su viaje iba a trabajar con la Galería Nacional de aquel país, pero la burocracia hizo que las cosas se demoraran y que tomara otra opción.
El mismo azar apareció en el World Event Young Artist 2012 en Nottingham, Inglaterra, cuando se puso en contacto con los artistas de graffiti de diferentes países. En aquel evento la clasificaron como muralista por sus trabajos y la pusieron junto a representantes de Singapur, Bolivia, Uruguay y de otras países. En un momento de la noche inaugural a sus compañeros les entró el deseo de pintar y salieron a buscar paredes.
Aquella experiencia fue única. Decidieron pintar sobre un muro que ya tenía una graffiti y mientras trabajaban apareció el artista que había estado ahí antes. Vio lo que estaban haciendo sobre su obra y dijo “me gusta”, recuerda Martanoemí. Fue así como se empezó a conectar con este tipo de arte y a descubrir a otros exponentes, entre los que se destaca Blu de Italia, un graffitero que empezó a pintar sobre sus obras cuando se enteró que se llevaban los muros a las galerías. Él promulga que el arte es de todos.
Ese tipo de conexiones entre lo que se dice y lo que se plasma en una pieza es de las cosas que más le gustan a Martanoemí, con las que ella “mejor resuena”, dice. Por eso sus intervenciones en muros de Panamá están cargadas de mensaje social, de apoyar causas como la equidad en lugares como Colón o pintar a Linda, una voluptuosa mujer que representa lo que es el Caribe en los muros de su ciudad natal.
Así entró a ser parte de ese grupo de artistas urbanos que se toma las calles de la capital de su país para transformar esas superficies blancas o grises en algo más. Noriega asegura que el movimiento es pequeño pero se está moviendo bien con mujeres como Remedios, una colombiana radicada allí, y la joven Evade.
Trabajar en las paredes le ha permitido a Martanoemí utilizar su arte para diferentes iniciativas, como la de dar a conocer la obra literaria de diferentes escritores panameños, como la de Héctor Collado. Esto iba acompañado con narraciones en los metrobuses, intervenciones artísticas que ayudaron a darle importancia a las letras nacionales.
Su activismo cultural también se manifiesta en las tablas, con su colaboración en la puesta en escena de la obra El mito de la gravedad del Teatro Carilimpia, o en la literatura con la Editorial Pelo Malo, una editorial cartonera que utiliza elementos no convencionales, como la rockola poética, para llegar a más personas. Pelo Malo hizo parte de un encuentro de editoriales cartoneras realizado en Europa y, para sorpresa de Martanoemí, la mayoría de las participantes eran latinoamericanas.
Ella estudió arte en la Universidad de Panamá y por un tiempo estuvo dedicada a la ilustración comercial, trabaja para marcas y tiendas. De esta época ella aprendió a escuchar detenidamente, algo que le gusta hacer cuando trabaja en un muro y alguien pasa y le da su opinión sobre su obra en proceso. En los últimos años ha trabajo con la alcaldía de su ciudad y con el Instituto Nacional de Memoria Histórica. Reconoce que en otra época era imposible pensar en hacer arte urbano de la mano del estado, pero eso ha cambiado.
Uno de los proyectos más interesantes en los que pudo participar fue la creación conjunta que tuvo con el rapero o MC Jaguar Clandestino. Ella ilustró algunos momentos de las calles panameñas sobre los que él compuso rimas y poemas para acompañar. Aún tiene en la mente -entre risas y cierto asombro mientras me lo cuenta- algunas escenas inesperadas que vio, como la de una mujer afro, muy bien arreglada, que llegaba a que le limpiaran sus finos zapatos como si estuviera recorriendo una pasarela.
Esta misma dupla estuvo a finales de agosto y comienzos de septiembre en uno de los laboratorios de la X Bienal Centroamericana, realizada en Costa Rica, que llevó por nombre ‘Hacer lo Público’ que tenía como objetivo reflexionar y producir arte en las calles de San José, a la vez que se desarrollaba un trabajo colaborativo entre los participantes.
Ahora le gustaría trabajar con el tema ambiental, le llama mucho la atención la situación de los manglares en Panamá y como varias comunidades nativas buscan la protección del ecosistema, como es el caso del Pueblo Ngöbe. Ella sigue haciendo que otros ‘resuenen’ mientras ven sus obras que son una clara postura de la búsqueda de que las cosas sean mejor para todos.