A comienzos del siglo XX la violencia bipartidista entre Liberales y Conservadores -la disputa por el poder nacional y local llegaba a asesinatos, al desplazamiento forzado y a desapariciones- ocasionó que Bogotá, la capital de Colombia, triplicara su población. Cerca a la década de 1910 la población no era mayor a los 150.000 habitantes. Para 1938 ya había 325.000 personas viviendo en la ciudad y en 1951 la cifra era superior al doble de esa última medida. Gente del Caribe, del Pacífico, de los llanos orientales y de otras partes buscaron refugio en la ciudad que sólo sintió la violencia de las regiones en hechos como el Bogotazo -una asonada ocurrida el 9 de abril de 1948 que destruyó gran parte de la ciudad luego de que el candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán fuera asesinado- y el carro bomba de 1989 contra el diario El Espectador, un acto terrorista de Pablo Escobar.
Tener tanta gente de todas partes del país ha hecho que la pregunta por la identidad bogotana sea tan necesaria como difícil de responder. Cuando se la formulé el escritor Andrés Ospina, de 40 años, cuando me respondió entendí que la identidad bogotana surge de las diferencias de las personas que viven aquí, como una suma de varios elementos que cada persona elige entre lo que tiene a su disposición. Ospina es el primero de su familia nacido en la capital, ellos vienen del Eje Cafetero.
Andrés Ospina es conocido por ser un investigador de Bogotá, aunque me dijo que su acercamiento no sigue una lógica tan académica sino los caminos de su propia curiosidad, una que tiene desde pequeño, cuando vivía en el barrio Galerías, “que en ese entonces se llamaba Sears (como la tienda)”, recuerda. Aprendió a leer y escribir con Plaza Sésamo y nunca fue muy buen estudiante. A los cuatro años escribió su primer texto: El policía Torres, las historia de un agente que luchaba contra el crimen y que estaba inspirado en un personaje real bogotano reconocido por cuidar un parque en el que jugaba con los niños que lo frecuentaban.
De a poco, su interés sobre Bogotá se tomó diferentes medios. Es columnista de Publimetro -el diario de circulación internacional- y fue allí dónde lo leí por primera vez cuando encontré un texto sobre las hierbas bogotanas. Andrés me dijo que ese tema le llamaba la atención desde mucho antes de publicar, cuando descubrió el Té de Bogotá, una planta que José Celestino Mutis proyectaba como el producto nacional.
Publicó en 2012 el Bogotálogo: Usos, desusos y abusos del español hablado en Bogotá, un diccionario que ganó una convocatoria del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC). Con esta misma entidad está trabajando en la segunda versión de este proyecto que saldrá este año. Aquí aparecerán expresiones como ‘día de hoy’ y ‘tangaloneta’, el nombre a la fusión de las dos prendas. En el 2014 realizó el programa de televisión ‘Callejeando’, también junto al (IDPC) dedicado a recuperar la historia de varias lugares tradicionales de la ciudad.
En el 2015 presentó Chapinero, su segunda novela -la primera fue Ximenez (2013)- que relata la historia de una línea familiar y la conexión de esta con Chapinero, una localidad de Bogotá. El libro va hasta los inicios mismos de esta zona al incluir a Antón Hero Cepeda, un zapatero de Cádiz que se casó con la hija de un cacique y que heredó las tierras donde hoy está la localidad. El nombre viene porque Antón Hero fabricaba chapines, lo que lo hacía un chapinero. Para este libro Andrés utilizó mucho de esa investigación que realiza, leyó diferentes periódicos e incluso un directorio de Bogotá del siglo XIX. Así crea el ambiente sobre el que se mueven los otros cuatro personajes que aparecen en aquellas páginas. En presentaciones realizadas en el extranjero del libro, suelen preguntarle siempre ‘¿Qué es Chapinero?’.
Cuando le pregunté a Andrés Ospina sobre los lugares que él recomendaría a un turista o a dónde los llevaría si tuviera la oportunidad, me respondió de manera tajante: “no los llevaría a un centro comercial”. Ninguno. Tampoco al Parque de la 93, un lugar que no tiene nada destacable distinto a tiendas. Andrés los llevaría a los Cerros Orientales, las montañas que se extienden a lo largo de la ciudad y que son poco indagadas, en ocasiones por cuestiones de seguridad.
Al saber por sus sitios bogotanos favoritos puso en primer lugar a la Carrera Séptima, “desde el barrio Las Cruces” en el centro de la ciudad “hasta la calle 200”. En segundo lugar está ‘El Tétrico’, como él lo llama, un bar ubicado en el Barrio la Candelaria donde iba mucho en su época universitaria por unas cervezas.