Howard Zinn, en su magnífica y conmovedora obra Marx in Soho, pone en boca de Karl un aforismo de una rara lucidez. “¿Qué hay más aburrido que leer sobre economía política? ¡Escribir sobre economía política!”.

Debo confesar que me pasa lo mismo. No hace mucho comenté los juicios emitidos por Janet Yellen, presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, sobre Christine Lagarde, Directora General del Fondo Monetario internacional. Dos instituciones cuya influencia en la marcha de la economía mundial no necesita ser probada.

En medio de un cólico miserere, Yellen regurgitó lo que sigue:

“Ninguna organización es más crucial para la estabilidad de la economía global que el Fondo Monetario Internacional. Sus decisiones afectan a miles de millones de personas, de modo que quién encabeza el FMI debe ser un líder espectacular y eficaz. Christine Lagarde reúne esos altos estándares”.

Efectivamente, el FMI se especializa en “líderes espectaculares y eficaces”. Sus tres últimos Directores Generales han sido, en el orden, Rodrigo Rato, Dominique Strauss-Kahn y Christine Lagarde.

La Justicia aún no ha concluido los procesos que se abatieron sobre los dos primeros, acusados de toma ilegal de interés, fraude fiscal, blanqueo de capitales, estafa, tráfico de influencias, prevaricación y abuso de bienes sociales, para no mencionar los pecadillos de acoso sexual, proxenetismo en banda organizada y violación, que afectan la eminente reputación de Strauss-Kahn.

Después de tales edificantes ejemplos, el FMI hubiese debido cantar una rítmica Palinodia antes de enmendarse escogiendo una personalidad inatacable, cuya envergadura ética no dejase dudas en cuanto a una prédica fundada en el ejemplo. Sin embargo, la designación de Christine Lagarde puso en evidencias un desenfado –¿un descaro?– digno de mejor causa.

Nadie podía ignorar que en el ejercicio de sus precedentes funciones, ministro de Hacienda de Nicolas Sarkozy (2007-2011), Christine Lagarde había sido la deus ex machina de una grosera estafa al fisco francés. Tal estafa permitió remunerar con más de 400 millones de euros los menudos servicios de Bernard Tapie, conocido hombre de negocios, actor de teatro, transeúnte político y oportunista sin par, cuya trayectoria incluye haber sido ministro de François Mitterrand (“a Mitterrand le fascinaban los rufianes…”) y haber estado en prisión por corrupción y soborno en el deporte (fue dueño del club Olympic de Marsella).

Un viejo diferendo entre Tapie y el Crédit Lyonnais, –banco que fue público antes de la ola privatizadora–, había sido juzgado por los tribunales en favor del Estado. Tapie concibió la idea de un arbitraje privado, que se impondría a la decisión judicial, y Christine Lagarde, en el ejercicio de sus funciones, aceptó la treta. Como pronto se sabría, los árbitros no tenían mucho de neutro: más de alguno era esbirro de Bernard Tapie. Los más de 400 millones de euros de indemnización acordados al rufián generaron un profundo malestar en la Justicia francesa.

Finalmente, la Corte de Apelaciones dictó una sentencia que parecía evidente: Bernard Tapie debe reembolsarle al Estado francés un dinero mal habido, y los diferentes involucrados en la estafa deben ser procesados, incluyendo a Christine Lagarde, la “líder espectacular y eficaz”. Atrás quedan las manipulaciones jurídicas que le habían evitado, hasta ahora, una inculpación.

En marzo del 2013, a la mitad de su mandato en el FMI, su domicilio parisino fue allanado por la policía francesa. En mayo del mismo año, Christine Lagarde declaró ante los jueces: “Me parece ahora que yo debí ser más desconfiada”. Desconfiada… ¿de quién? ¿De Nicolas Sarkozy, que la indujo a aceptar la estafa? En todo caso nada de eso conmovió al FMI que acaba de prolongar su función de Director General por un período de 5 años.

Para enviarla ante la Corte de Justicia de la República, única habilitada para juzgar ministros, los magistrados de la Corte de Apelaciones retuvieron sus explicaciones “poco convincentes, para no decir deprimentes”, y su actitud “de una precipitación y de una ligereza constitutivas de negligencia grave por parte de un ministro encargado de la dirección de los asuntos del Estado”.

Como “líderes espectaculares y eficaces” se conocen mejores…

Todo esto sería anecdótico si no fuese porque el FMI le da lecciones de buena gestión financiera a medio mundo, y le distribuye consejos a decenas de países obedientes que ni siquiera reparan en los desastres causados por tales instrucciones. Grecia, y la Unión Europea, no son sino las víctimas más recientes: después de haber impuesto brutales políticas económicas de austeridad, el FMI reveló haberse equivocado en sus cálculos.

Olivier Blanchard, a la sazón economista jefe del FMI, y su colega Daniel Leigh, confesaron en su día que la utilización de un mal coeficiente de cálculo se tradujo en una subestimación de los efectos negativos de la austeridad en Europa. La actual crisis económica europea –región que se debate con 30 millones de desempleados– le debe mucho a la institución que alberga “líderes espectaculares y eficaces”.

Tales hazañas hubiesen podido ser ignoradas para siempre, si no fuese por Thomas Herndon, un estudiante estadounidense, que en el marco de una práctica de econometría –especialidad de los genios del FMI– rehízo los cálculos que Reinart y Rogoff habían hecho para su estudio sobre “el crecimiento en la época de la deuda”. Las conclusiones de Reinart y Rogoff habían servido para justificar la brutal cura de austeridad recomendada por el FMI, secundado en sus obras por el Banco Central Europeo y la Comisión Europea: la Troika.

Thomas Herndon, sin creer lo que tenía ante sus ojos, se dio cuenta de que los arrogantes economistas del FMI –“los mejores del mundo” según Michel Camdessus, que ofició de Director Gerente– habían calculado mal, precipitando así todo un continente en la recesión.

Janet Yellen, que tiene en su haber otro desastre –la última subida de tasas de la FED– debe estar recriminándose a sí misma. Porque ahora, los titulares de la prensa dicen, sencillamente: “Christine Lagarde será juzgada en Francia”.

Hasta ahora el FMI no dice nada. Por mi parte espero que no estén pensando sustituir a Christine con líderes espectaculares y eficaces como Silvio Berlusconi, Tony Blair o Gerhard Schröeder. O peor aún, Felipe González…

Texto de Luis Casado