Estrenada el pasado 5 de agosto con un éxito atronador y críticas negativas, Escuadrón suicida (David Ayer, 2016) contenía lo que en el papel parecía una consciente toma de decisión en la carrera de Will Smith: interpretar a un villano. Y es que el actor, que se puede decir tiene control de su carrera desde el final de El príncipe de Bel-Air (1990-1996) y la primera Independence Day (Roland Emmerich, 1996), ha configurado su filmografía evitando personajes villanescos, no cayendo en la tendencia que Tom Cruise o Denzel Washington han seguido de alternar protagonistas y antagonistas. Pero vista Escuadrón suicida, se puede ver que Smith ha hecho una estrategia similar a la que ejerció en su día con Hancock (Peter Berg, 2008). Esto es, encarnar a un personaje potencialmente negativo que en realidad está amargado por unas circunstancias vitales concretas. Aquí, Deadshot, el sicario más letal de todo Gotham, el hombre que hubiera podido matar a Batman... tiene una hija de 12 años a la que quiere y que le quiere con locura. Mata gente, sí, pero la película evita entrar en complejidades morales y juega a fingir ser transgresora al plantear la existencia de un padre amoroso que es a la vez asesino amoral. Todo es una nube de humor de cinismo, chascarrillos y amenazas con Deadshot, pero tras apenas seis escenas ya es incapaz de quitarles la vida al agente Rick Flag o a Harley Quinn, porque conocerles se lo impide. Su semblante turbio o cualquier atisbo de gran maldad queda difuminado enseguida. El de sus compañeros de Escuadrón también, todo hay que decirlo, pero Deadshot tiene un arco narrativo y bastante tiempo en pantalla, que por algo la superestrella Smith le da vida. Por todo esto cabe preguntarse, ¿es Will Smith el nuevo Cary Grant?
Durante la postproducción de la extraordinaria Sospecha (Alfred Hitchcock, 1941), los ejecutivos de la RKO demandaron que el director cortara las escenas en la que el personaje de Cary Grant pareciera amenazante (finalmente no pasó porque hubiera dejado la cinta en menos de 60 minutos de metraje). Más tarde, se supo que Hitchcock tuvo que cambiar el final original del film, donde el protagonista mataba a su esposa (Joan Fontaine, ganadora del Óscar por este trabajo), por uno donde la mujer lo confronta con sus sospechas y él reacciona desolado ante tal insinuación. Todo acaba bien en Sospecha, aunque el gran maestro británico ha plantado las suficientes semillas para que el espectador pueda concluir que Johnnie (Grant) es en realidad un asesino, y que su esposa morirá tarde o temprano. Sospecha no es cómo debería ser porque Grant era un galán, una figura pública que inspiraba confianza y respeto, como tantos otros actores de esa época en Hollywood. Y aunque estuvo dispuesto a hacer este papel para el maestro del suspense, la presión del estudio impidió que todo fuera como se había firmado. Por eso, nunca interpretó personajes que fueran totalmente negativos. Si era un ladrón, era uno pícaro y no letal. Si era Cole Porter, era una versión 100% heterosexual del artista. En la actualidad, pensando en el nivel de popularidad y extensión de una carrera, Will Smith sería su más justo sucesor. Aunque es inevitable que los papeles del actor tengan que tener matices, porque el cine de ahora no es el de esa época, y los espectadores no aceptan cuando se intenta emularlo.
Incluso se puede ver una conexión de vasos comunicantes en ambas carreras, imaginamos que no premeditado por parte del afroamericano, cuando protagonizó Enemigo público (Tony Scott, 1998), una actualización del clásico rol del falso culpable en huida constante que Grant personificó con Hitchcock en Con la muerte en los talones (1959). Contemplar su carrera es darse cuenta de que todo está calculado y que no hay personajes que no sean o bien humorísticos o antipáticos con razón de peso. Desde Hombres de negro (1997), Wild Wild West (1999), La leyenda de Bagger Vance (2000), Ali (2001), Hombres de negro II (2002), Dos policías rebeldes II (2003), Yo, robot (2004), El espantatiburones (2004), Hitch: especialista en ligues (2005), En busca de la felicidad (2006), Soy leyenda (2007), Siete almas (2008) y Hombres de negro III (2012). El gran fracaso de su carrera, la rígida After Earth (M. Night Shyamalan, 2013), de la que Smith era además productor y argumentista, le pilló tan desprevenido que tardó dos años en recuperarse, y en el mismo año trató de recuperar su prestigio crítico con La verdad duele (Peter Landesman, 2015) –nominación al Globo de Oro incluida– y el taquillero con Focus (Glenn Ficarra & John Requa, 2015), antes de lanzarse de lleno a la película que nos ocupa, de la que sale bien parado porque los registros que le pide Ayer los ha dado y con solvencia en otros trabajos.
Desde que además empezara a ser productor de algunos de sus trabajos, como Yo, Robot o After Earth, ha entrado en juego la posibilidad de moldear los papeles a su antojo. Las estrellas pueden hacer eso. Lo peor de esto es que revela una actitud ante el trabajo ligeramente cobarde, aunque no debería sorprendernos al saber que hablamos de un actor que en 1993, en pleno éxito de su comedia televisiva, interpretó a un personaje gay en Seis grados de separación (Fred Schepisi), pero se negó a besar en realidad a Anthony Michael Hall porque, según le había advertido Denzel Washington, podía afectar su carrera de manera negativa. El beso está en la cinta, pero se infiere y no se ve. A su favor hay que decir que Smith ha confesado años más tarde lo inmaduro que fue por su parte negarse a algo así, pero lo dice sin haber vuelto a interpretar un papel LGTB. ¿Sería capaz ahora? Todo lo dicho no es un ataque contra el talento del actor, que en Hombres de negro y Soy leyenda demostró ser un intérprete de altura tanto en comedia como en drama, ni contra su persona, de la que no puedo hablar al no conocerle, pero como miembro de la industria del espectáculo es aburrido. No es casualidad que sus nominaciones a los Óscar vinieran por encarnar a personas reales en historias adversas de superación. Ni que en sus cuatro años de descanso actoral entre 2008 y 2012 produjera junto a usu mujer Jada Pinkett un taquillero vehículo a mayor gloria de su hijo Jaden, el remake de The Karate Kid (Harald Zwart, 2010).
No es el único actor o actriz con nivel de estrella en Hollywood que perfila sus proyectos con escuadra y cartabón, pensando en lo que le pueden reportar como películas, pero le falta el riesgo de los ya mentados Cruise o Washington, capaces de hacer Collateral (Michael Mann, 2004) o Training day (Antoine Fuqua, 2001). Quizá su nuevo proyecto, de nombre Collateral beauty (David Frankel) y estreno fechado para el 16 de diciembre, sea ese papel arriesgado, ya que el argumento incluye una espiral de locura para el protagonista de la cinta tras un evento traumático. No tiene que ser Viggo Mortensen o Joaquin Phoenix, anti-estrellas de clara condición, pero lo que funcionaba con Cary Grant y sus congéneres no lo hace con tal eficacia en pleno 2016, porque el mundo es distinto. Puede que Will Smith sea el nuevo Cary Grant, pero la pregunta es: ¿debería querer serlo?