Bañado por el Mar de la China Meridional, en una esquina alejada de Asia se esconde un país contradictorio y en constante movimiento que es Vietnam. Su popularidad como destino turístico crece debido a sus peculiaridades y belleza, con una diversidad de paisajes y contrastes culturales y sociales que la hacen ciertamente única.
Este alargado país, que se desliza por la costa oriental de la península de Indochina hasta la desembocadura del Mekong, ha sido colonia francesa, campo de operaciones de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, frente de batalla de la Guerra Fría y tubo de ensayo del más actual comunismo capitalista.
Tras la guerra de Indochina que acabó con la derrota de los franceses en 1954, el Viet Minh de Ho Chi Minh se enfrentó durante casi 20 años a EE.UU. y sus aliados en la lucha por impedir la reunificación entre la comunista Vietnam del norte y Vietnam del sur. Tan pronto como la guerra terminó, los americanos impusieron un embargo comercial a Vietnam, no sólo desde su propio país sino desde otros países aliados. Así mismo, EE.UU. presionó a organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial o la Unesco para denegar las ayudas a los vietnamitas. Los americanos reconocieron el uso de agente naranja y sus nefastas consecuencias en la población civil, pero las compensaciones de 2 billones de dólares sólo beneficiaron a sus propios veteranos de guerra.
Este periodo de la historia explica algunas de las singularidades del país. Siguiendo la línea de costa desde Hanoi hasta Ho Chi Min (Saigón), el paisaje va mudando de piel, en transición lenta hacia un tipo de ciudad más colorida y relajada. La propia arquitectura es una radiografía de lo que ha sido y es el país.
La lucha por imponer dos sistemas económicos opuestos ha quedado reflejada para siempre en el urbanismo de las dos ciudades más importantes. Hanoi tiende a la magnificencia arquitectónica soviética, con grandes monumentos al líder Ho Chi Min, mensajes en la carretera animando al pueblo y banderas con hoces y martillos, prueba de ese comunismo que ya sólo pervive en los despachos del Palacio Presidencial. El sur nunca llegó a asumir el estilo soviético y en sus calles se respira la modernidad que avanza hacia el norte. En esta ciudad los edificios son más altos y los carteles publicitarios y los neones sustituyen a los carteles de propaganda comunista.
Y es que Vietnam abandonó los principios socialistas no mucho después de la guerra. Apenas diez años después de la unificación, en 1986, el gobierno inició reformas de libre mercado conocidas como Đổi Mới (Renovación). El giro supuso el abandono de la programación económica marxista y puso a Vietnam en el camino de su integración en la globalización y la economía de mercado. Poco a poco se fue promoviendo la propiedad privada en el campo y las empresas y se buscó la inversión extranjera. De este modo, el crecimiento económico fue aumentando hasta dispararse en los últimos años, lo que culminó con el ingreso del país en la Organización Mundial del Comercio en 2007. El gobierno aún controla directamente el 40% de la economía mediante sus empresas públicas, pero en 2012 inició un proceso de privatizaciones y captación de inversión extranjera.
La lectura económica que se hace de Vietnam hoy por hoy es positiva, teniendo en cuenta que pronto será considerado como un país plenamente desarrollado, o eso se espera. Su crecimiento, en términos macroeconómicos, es mayor que el de muchos países de la zona, aunque en la economía real esa bonanza no haya llegado de igual forma a la gente de a pie. La pobreza se ha reducido y se encuentra a menos de un 15%, dato mucho mejor que el de países como su vecino Camboya donde, según Unicef, un tercio de su población se encuentra por debajo del umbral de la pobreza. Aún así crecen más y más las diferencias sociales y se hace más evidente la brecha entre la población urbana y la rural, donde el nivel de vida, incluidos el acceso a sanidad y educación, es mucho más bajo.
Pero no hay que olvidar que Vietnam está gobernada con mano de hierro por un régimen dictatorial de carácter muy represivo, que no respeta las libertades básicas. Como ocurre en China, la transformación económica no ha ido acompañada de una modernización social e ideológica. El comunismo capitalista vietnamita mantiene las viejas fórmulas de partido único y el uso de emblemas comunistas como símbolos nacionales (estrellas, hoces y martillos) así como el férreo control de los medios de comunicación mientras aplica sin contemplaciones los más neoliberales principios económicos.
La educación es gratuita y obligatoria desde los 6 hasta los 11 años, pero incluso durante este corto periodo de tiempo en que la educación debería ser financiada enteramente por el estado, los gastos implícitos son tan elevados que no todas las familias los pueden pagar. Aunque no haya que abonar matrículas, los padres deben pagar uniformes, libros, guardas de tráfico, e incluso gastos relacionados con el mantenimiento de las escuelas. De educación secundaria en adelante, deben pagar matrícula, con lo que se limita el acceso a muchos estudiantes de clase baja. Aún así la tasa de alfabetización es del 93% según Index Mundi, cuando en países como Camboya o Laos no llega al 75%.
En cuanto a la Sanidad, hay hospitales públicos y privados, aunque vayas al que vayas hay que pagar, eso sí, con gran diferencia de precios y calidad entre ambos. Aunque el gobierno pretende alcanzar una cobertura médica general gratuita para todos los ciudadanos en el futuro, la realidad es que cualquier visita al médico supone un gasto para los vietnamitas y muchos no se lo pueden permitir.
Los números hablan de una realidad muy alejada de la de la calle, como sucede en el resto del mundo. Vietnam se encuentra en ese punto intermedio entre desarrollo y atraso que frustra a muchos de sus jóvenes. La clase media vietnamita no pasa hambre y puede que tenga acceso a servicios básicos, pero el esfuerzo que tienen que hacer para mantener este nivel modesto de vida es elevadísimo en comparación a los estándares europeos.
Un salario medio de empleados del sector turístico, por ejemplo, no llega para pagar la renta de un apartamento, por lo que muchos jóvenes se ven obligados a vivir con sus padres incluso después de casarse. Las condiciones laborales tampoco son las occidentales: a pesar de trabajar jornadas que duran todo el día y de librar apenas dos días al mes los trabajadores no cuentan con seguro médico ni pensión de jubilación. Todo esto hablando de un sector privilegiado como es el turístico, en contacto constante con extranjeros que pagan en dólares. La situación se agrava cuando hablamos de trabajadores procedentes del campo, sin formación y que trabajan en sectores más duros como la construcción.
La corrupción y la burocracia son otros de los grandes lastres de Vietnam. La corrupción está en cada pequeño detalle de la vida cotidiana de los ciudadanos y no sólo consume una parte muy importante y necesaria de los recursos públicos sino que dificulta la actividad de las empresas. La corrupción está institucionalizada hasta el punto que los propietarios de negocios se ven forzados muchas veces a pagar tasas a agentes para evitar multas por infracciones que no han cometido. El pago de sobornos y comisiones es obligado si quieres iniciar una actividad empresarial en Vietnam y todo el mundo parece tenerlo bastante asumido.
Ante esta situación y, preocupados por el impacto negativo que ésto puede tener en el inversión extranjera, el gobierno está haciendo tímidos esfuerzos por combatir esta lacra. Una de las medidas ha sido crear un cuero anti-corrupción y la aprobación de la ley Ley Anticorrupción 2005, que no parece estar teniendo demasiado éxito.
Vietnam es hoy un lugar increíble para viajar, con precios muy bajos para el turista occidental, con un sinfín de lugares increíbles que visitar y mucho camino por delante. A su favor una gran ventaja competitiva por sus bajos precios, recursos naturales y una población ansiosa por modernizarse.
Pero, ¿qué queda entonces del comunismo en Vietnam? Básicamente el Partido Comunista de Vietnam, centralista y autoritario y que no deja espacio a la libertad de expresión ni a que se celebren unas elecciones democráticas. Lo demás, puro capitalismo versión hoz y martillo y un futuro bastante alejado de aquel con el que soñaba Ho Chi Min.