Terminamos los días y pensamos que no sobra el tiempo, pero tampoco falta. El orden se convierte en prioridad y, agarrado a él, puedes ir dando pasos y cumpliendo objetivos. Lo más importante, siempre, es dedicar el tiempo a lo que queremos y deseamos hacer, sin excusas, porque no las hay. La esencia del ser está en eso: hacer lo que se quiere y hacerlo en el momento, puede no haber otro.
Debemos reflexionar más a menudo sobre eso: sobre hacer lo que se quiere y se desea en cada momento, sin pensar en los posibles impedimentos. A veces los impedimentos son sólo mentales.
Simplemente desconectar, simplemente respirar, cambiar, meditar y pasear durante un rato por el campo. Simplemente compartir un almuerzo con los tuyos o charlar un rato con unos amigos. Simplemente romper con lo que son los días intensos y hacer algo que te reconforte. Hacer lo que se quiere.
Es curioso lo bien, lo realizados, lo felices que nos sentimos cuando hacemos aquello que queremos hacer. Parece que nos falta el tiempo, que el esfuerzo no es tal porque la mente está inmersa y concentrada, viviendo ese instante que queremos vivir haciendo lo que deseamos.
¿Y por qué no lo hacemos siempre?
Sinceramente creo que somos esclavos de nuestra mente en todos los sentidos. Cuando ella desea hacer algo, lo hacemos. Cuando nos pone "peros", nos paralizamos y escudamos en mil y una excusas. Nos engañamos a nosotros mismos. No nos damos cuenta de que cuando nuestros deseos no se cumplen (y no me estoy refiriendo a nada material) generamos sensaciones desagradables, caemos en la tristeza, nos sentimos infelices y deprimidos; vivimos amargados.
¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué ocurriría si realmente hiciésemos lo que deseamos o nos apetece?
¿Qué ocurriría, por ejemplo, si mandásemos a hacer puñetas ese trabajo por el que nos dejamos nuestra vida, pero no nos enriquece personalmente, no nos gusta y no nos aporta más que el mísero sueldo del mes? ¿O qué pasaría si nos pusiéramos a andar mañana mismo y recorrer España caminando durante un año más que con lo puesto? ¿Si comenzásemos ese curso, de pintura o escritura, que tanto nos apetece y llevamos postergando toda la vida porque creemos no tener tiempo?
¿Y si mandásemos a la mierda, civilizadamente, a esa pareja, marido o mujer, que ni nos valora ni nos entiende? ¿O dedicásemos nuestras tardes a nuestro deporte favorito sin que nadie te esté diciendo continuamente que para qué lo haces o por qué? ¿Por qué no llamas a ese amigo o amiga del que hace tiempo no sabes nada y vas dejando pasar los días, los meses sin hacerlo?
¿Y hacer ese corte de mangas al jefe coñazo, pesado y desagradecido que nos genera estrés diario? ¿Por qué no te pones a bailar en la calle si es lo que te apetece, o a saltar o a gritar? ¿Y si llamas ahora mismo a tu madre y la dices lo que la quieres? ¿Por qué no te das ese capricho que siempre dejas para el final... qué final?
¿O qué ocurriría si besásemos a ese chico o chica que en ese instante nos ha gustado? ¿Y si llamásemos a aquél otro u otra con el que parece no quedamos muy bien, tal vez por una mala interpretación del momento?
¿Qué ocurriría si mañana no despertamos? Que no podríamos hacer nada de lo que piensas podrías estar haciendo en estos momentos y no hacer por uno u otro motivos.
Y lo más importante, lo realmente importante es que no es tarde. No lo es. Si ahora estamos leyendo esto, si mañana despertamos, tenemos todavía la oportunidad de hacer lo que queremos. No es tarde.
Todos cometemos errores, todos los hemos cometido, todos podemos enmendarlos. El mayor error que cometemos es dejar pasar el tiempo como si nada. Todos tenemos el mismo tiempo, pero no todos lo disfrutamos igual. Unos lo exprimen, otros lo dejan pasar y otros lo matan.
No estamos obligados a vivir como no queremos. Pero sí tenemos una obligación moral y vital sobre nosotros mismos: vivir el momento como lo deseamos. Merece la pena intentarlo. Merece la pena enmendar. Merece la pena caminar y vivir.
Haz lo que quieras mientras puedes.