En el corazón de la Plaza de España de Madrid, en la calle Arriaza, está el estudio de uno de los más notables artistas contemporáneos españoles: Roberto González Fernández (Monforte de Lemos, 1948), que vive y trabaja entre Madrid y Edimburgo. Descubrir su obra ha sido uno de los momentos más apasionantes de mi vida como coleccionista de arte.
La obra de RGF no es solamente el resultado de un talento que alcanza niveles de hiperrealismo poético muy poderosos. Su puntillosidad y talento para el dibujo y la pintura van acompañados siempre de un agudísimo sentido de la realidad. Una realidad donde el artista, que es el personaje principal, se enfrenta a un mundo amenazante que está al borde del apocalipsis.
La irreverencia de pintar personajes abiertamente homosexuales durante los años del franquismo le da un valor y una dimensión a su obra que muy pocos artistas tienen. Pero curiosamente fue su obra fotográfica, y más concretamente su serie de autorretratos que son tributo a diferentes pintores, la que me llamó la atención.
Gracias a un extenso artículo que le dedicó la estupenda revista Exit (comisariada por Rosa Olivares) a su serie de autorretratos, me acerqué a su obra y decidí conocerlo en persona. En la serie aparecen Munch, Bacon, Giacometti, Van Gogh, El Greco, Goya y otros pintores reflejados sobre un metacrilato rayado (que hace las veces de espejo), lo que consigue un efecto que pocas veces se ve en los retratos fotográficos.
Entonces decido grabar un pequeño documental que registre parte de su universo artístico. Me recibe en el bello dúplex donde tiene su estudio y me lleva hasta Arriaza island (isla de Arriaza), que es como el artista llama al jardín que tiene en su terraza.
Me cuenta que su historia empezó cuando su tía Gloria (también pintora) lo acogió bajo su ala y empezó su formación como artista desde que era niño. La influencia de su tía se resume en una frase escrita sobre un trozo de papel que Roberto encontró en su cartera cuando ella murió: “Renunciar a la esperanza es como un suicidio espiritual”.
Pero no puede evitar ser pesimista. Me habla de lo insignificantes que somos como seres humanos y de lo absurda que le resulta la idea de la trascendencia: pinto para estar aquí ahora, me dice.
Escribo para estar aquí y ahora. Pero también escribo para darle sentido a mi encuentro con Roberto y su obra, que a partir de ahora me acompañará para siempre.