El hierro de una de las dagas encontradas en la tumba de Tutankamón ha dado pie a titulares periodísticos sensacionales alimentando todo tipo de sugerencias y comentarios. El motivo no es para menos, puesto que distintas investigaciones han revelado que el metal procede de un meteorito. Imagínense el torrente de ocurrencias que han surgido a partir de un acontecimiento tan sorprendente, tales como que el cuchillo del faraón no pertenece a este mundo o que Tutankamón tenía en su poder un arma extraterrestre, por poner unos simples ejemplos...
La tumba se descubrió en 1922 por el científico Howard Carter y un año después, cuando se pudo estudiar de manera exhaustiva el recinto que acoge a Tutankamon, aparecieron, entre otros muchos tesoros, dos dagas formidables sobre el cuerpo del difunto rey: una primera sobre el abdomen y la segunda sobre el muslo derecho.
La primera, con cerca de 32 centímetros de longitud, tiene el mango y la vaina de oro y piedras semipreciosas, junto con una hoja también completamente en oro. Mientras, el segundo puñal, con cerca de 35 centímetros, tiene el pomo en cristal de roca y la hoja de hierro. Y es en este punto donde comienza el carrusel de interrogantes.
¿De dónde procede la hoja de hierro? Todos deberíamos recordar que el reinado de Tutankamón se sitúa en la Edad del Bronce, hace más de 3.000 años, en una época en la que los egipcios todavía no producían este material; de hecho, los objetos forjados en hierro eran muy escasos en su cultura, lo que originaba que fueran incluso más valiosos que el oro, según indican los expertos.
Así pues, la primera idea que se planteó ante el descubrimiento fue que el hierro se originó en otros pueblos contemporáneos; es más, fue el rey Tushratta de Mitani quien regaló al abuelo de Tutankamón -Amenofis III- un arma muy similar a la que estamos hablando. Igualmente, el argumento de que el material podía proceder de un meteorito tampoco es nuevo -se realizaron distintas pruebas entre 1970 y 1994- aunque nunca se han logrado presentar datos concluyentes.
Con todo, la reciente investigación, realizada por un equipo de científicos italianos y egipcios, y publicada en la revista Meteoritics & Planetary Science, asegura que los análisis que se han efectuado en dos zonas de la daga corroboran la teoría del meteorito. Los investigadores han puesto de manifiesto que la hoja del puñal observa un porcentaje de níquel (11%) “solo compatible con la procedencia de hierro de meteorito”. Unos datos a los que se ha podido tener acceso gracias a la técnica de espectrometría de fluorescencia de rayos X.
Y dando un paso más, los científicos han reconocido el meteorito del que procede el hierro del arma; es decir, tras comparar las muestras con las de los 20 meteoritos de hierro conocidos en la región, han descubierto que proviene de Kharga, hallado en el año 2000. Los mismos investigadores añaden que los que trabajaban el hierro en aquella época poseían una habilidad superior a la que hasta la fecha se les atribuía y que el mismo término -hierro- se relaciona con el cielo en antiguos textos egipcios y mesopotámicos.
Al margen de meteoritos y universos, surge de nuevo la duda: ¿de qué murió el faraón, tan joven, posiblemente con sólo 18 años? En este sentido, no viene mal recordar que los padres de Tutankamón eran hermanos -en Egipto, para preservar el linaje, no era raro recurrir a matrimonios incestuosos en la familia real-, una circunstancia que incrementa a niveles desorbitados las consecuencias de la consanguinidad en Tutankamón. En otras palabras, médicamente hablando, el monarca tenía el destino marcado.
El rey padecía de un paladar hendido, condición ligada a dicha circunstancia de consaguinidad, pero también se han mencionado otras posibles enfermedades, como el síndrome de Marfan, el síndrome de Fröhlich, el de Klinefelter o el de Antley-Blixer; de hecho, el cúmulo de patologías que podrían haber llevado a la muerte a Tutankamón podría convertirse en interminable.
Además, la momia del rey también ha desvelado que padecía malaria, en su variedad más virulenta, y que había sido infectado varias veces por el mosquito portador de la enfermedad a lo largo de su corta vida. No hay que olvidar que la malaria puede causar una respuesta inmunológica fatal; y en estas condiciones cualquier afección o infección razonablemente normal, bacteriana o vírica -un mal enfriamiento derivado en neumonía o una insolación- podría desencadenar una cadena de consecuencias que, en plena juventud, le llevara a la tumba. Cámara desde la que se han trasladado todos los objetos que albergaba al Museo de El Cairo, una muy buena excusa para visitarlo y disfrutar de su todavía vigente hálito de misterio...