Tras el trauma imborrable de la Guerra Civil y el alejamiento físico de la tierra adorada, los exiliados, la España peregrina, continuaron durante años su labor como autores de teatro con unos resultados muy fructíferos, aunque muchas veces alejados de la realidad cotidiana y centrados en cuestiones más universales o metafísicas.

Rafael Alberti (Cádiz 1902 – 1999) vuelve a escribir, como hiciera en los años treinta, teatro, con la España de la que debió partir como gran asunto, aspecto común con casi todos los exiliados. Destaca Noche de guerra en el Museo del Prado (original de 1950), en la que dos milicianos innominados trasladan diversas obras de arte de la conocida pinacoteca madrileña ante los bombardeos enemigos en noviembre de 1936. En una serie de escenas que alternan el verso y la prosa, varios personajes reales y mitológicos de los cuadros (Felipe IV, Venus, Marte) cobran vida y se posicionan ante la contienda fratricida. Para el profesor Martínez-Cachero, destaca sobre el conjunto de su obra teatral en el exilio El adefesio, historia trágica de una poderosa familia andaluza, al estilo de La casa de Bernarda Alba (Menéndez 2005: 717). Una veta mucho más lírica la encontramos en El trébol florido (1940) y La Gallarda (1944-45), donde el conflicto dramático es puramente poético; su adaptación de la novela de Francisco Delicado La lozana andaluza (1963) supone una continuidad en su trayectoria (Ruiz Ramón 1992: 209, 219, 224).

En el exilio, su compañero de generación literaria Pedro Salinas (Madrid 1891 – Boston 1951) comenzó a escribir teatro, con requerimientos escénicos sencillos y cuya “entidad dramática radica sobre todo en la fuerza del diálogo, preciso y en general ajustado a personajes y situaciones” (Menéndez 2005: 717). Ruiz Ramón moteja sus catorce piezas para las tablas de entre 1936 y 1951, dos en tres actos y las demás todas en uno, de “teatro de salvación”, porque aspira a redimir al mundo por el amor con un teatro poético; en sus comedias, elaboradas con preciosismo, asistimos a una “transfiguración de la realidad” como “nota más característica de este teatro” (Ruiz Ramón 1992: 282-284). De las piezas cortas, salvo algunas de aires castizos, la mayoría están dominadas por el cosmopolitismo, con jóvenes cultos y refinados como personajes y el amor de tema principal, son las “piezas rosas”: La isla del tesoro, El chantajista, El parecido, La bella durmiente. Es autor también de “piezas satíricas” de ironía suave, como Ella y sus fuentes o Sobre seguro, sobre las pólizas de vida (Ibídem: 284-285). Asimismo, redactó dos obras largas: Judit y el tirano, historia de unos revolucionarios que luchan contra un déspota arquetípico y la relación problemática de este con Judit que querría matar al tirano, pero se achanta ante el hombre; El director, más compleja aún y marcadamente simbólica, versa sobre la posibilidad de que el ser humano sea feliz (Ibídem: 288-291).

También retoma su actividad dramatúrgica el cosmopolita trasterrado Max Aub (París 1903 – Ciudad de México 1972). Cachero señala su producción de piezas breves sobre la guerra como otros exiliados y se detiene en varios dramas de tres actos: La vida conyugal (sobre el eterno debate entre intelectualidad y acción, esta vez en el marco de la dictadura de Primo de Rivera y la represión sobre los anarquistas), Cara y cruz y Las vueltas, también sobre conflictos de carácter marcadamente político. Gira hacia el drama psicológico en Deseada, un trágico enredo familiar. Su obra maestra es San Juan (1943), tragedia sobre un barco de judíos errabundo por el globo sin que los acepten en ningún puerto. Sigue la regla de las tres unidades y el protagonismo es colectivo. (Menéndez 2005: 717-719).

El asturiano Alejandro Casona (Cangas del Narcea 1903 – Madrid 1965) volverá a España tres años antes de su muerte, pero escribe algunas de sus mejores obras exiliado, empezando por Prohibido suicidarse en primavera (1937). Durante su estancia en Buenos Aires escribe un teatro lírico, mágico pero incardinado en lo cotidiano, a la manera de Lorca; con cierto sentimentalismo y mensajes positivos (Menéndez 2005: 719). Aunque hoy en día es relativamente poco conocido, probablemente su obra más recordada –y su favorita- sea el drama rural La dama del alba (1944). Ambientada en un pueblecito de Asturias, representa en tres actos el día a día de una familia marcada por el supuesto ahogamiento de la hija mayor en el río; una desconocida encontrada en las mismas aguas ocupará su lugar. La tranquilidad es perturbada por la llegada de una misteriosa Peregrina, que oculta su terrible identidad real: la dama del alba. Esta no es otra que la Muerte en persona, con una caracterización muy humanizada (disidente de las Danzas de Muerte medievales) y preocupada por los niños y la familia que viene a destrozar, ejerce su papel a disgusto e incluso no lo cumplirá como esperaba (Menéndez 2005: 719-720). Dentro de su teatro neosimbolista, Ruiz Ramón habla de una unidad de estilo y tema en La sirena varada (1933), Prohibido suicidarse en primavera (1937) y Los árboles mueren de pie (1949); las tres buscan una huida de lo frustrante que circunda al humano, plantean un “conflicto entre irrealidad y realidad (Ruiz 1992: 227-229) Escribió muchas obras más que todavía estudió en el colegio el autor de estas líneas: por ejemplo, en el Retablo jovial, piezas breves escritas para el Teatro ambulante (editado en 1967) recoge una serie de farsas de gran comicidad como el Entremés del mancebo que casó con mujer brava (versión de La fierecilla domada shakesperiana) y Sancho Panza en la ínsula, sobre el capítulo de Cervantes en el que el más famoso escudero de la literatura española se convierte en gobernador (tema este del mandato que hallamos también en Farsa y justicia del corregidor).

Rafael Dieste (La Coruña 1899 – Santiago de Compostela 1981) escribe dos piezas de calidad dentro del teatro de guerra (El amanecer y Nuevo retablo de las maravillas) y tras la contienda pueden citarse de él Viaje y fin de Don Frontán (tragedia radicada en una Galicia parecida a la de las Comedias bárbaras de Valle-Inclán), Duelo de máscaras y La perdición de Doña Luparia, todas editadas en el libro de 1945 Viaje, duelo y perdición (Ruiz 1992: 195-196).

Además de versos, también escribió dramas León Felipe (Zamora 1884 – Ciudad de México 1968) a edad avanzada. En La manzana (1951) aúna el viejo tema de Fausto y Mefistófeles con el argumento de la novela corta La sombra de Benito Pérez Galdós, con la propia fruta del Génesis como protagonista. Versionó libremente la Noche de Reyes de Shakespeare en No es cordero… que es cordera y otras legendarias tragedias del bardo inglés en Macbeth o el asesino del sueño y Otelo o el pañuelo encantado, más sintéticas. En El juglarón (1961), obra deudora de Casona, los protagonistas son unos utileros que intentan desentrañar extraños misterios. Algunos otros de sus títulos son La mordida, La princesa doña Gauda o La barca de oro. (Alberola 2002).

Más conocido como ensayista, José Bergamín (Guipúzcoa 1895 – 1983) fue asimismo autor de teatro ya antes de la guerra; algunas de sus páginas se han perdido. Tras llegar a México, logra editar Tanto tienes cuanto esperas y El cielo padece fuerza o La muerte burlada (1944), La hija de Dios y La niña guerrillera (1945). “Todas ellas se caracterizan porque muestran la continuidad de Bergamín con el compromiso y la labor literaria que había iniciado durante la República y la Guerra Civil. En ese sentido, no deja de extrañar el tema elegido para la primera, una «comedia de santos» (…) Más combativas, y casi dramas de contienda, podrían ser consideradas las otras dos piezas”. En Uruguay publica Melusina y el espejo o Una mujer con tres almas y Por qué tiene cuernos el Diablo y en Francia una versión de una tragedia clásica, La sangre de Antígona. (Santa María 2002)

Cabe mencionar, por último, a un existencialista, José Ricardo Morales (Málaga 1915 – Santiago de Chile 2016) con su trilogía de Teatro en libertad (1975-1979) que denuncia las dictaduras que oprimen a los ciudadanos (Ortego 2002) y al vanguardista Paulino Masip (Lérida 1899 – Puebla, México, 1963), con su El hombre que hizo un milagro y El emplazado (Romera 2012: 417).

Entre las dramaturgas de la España peregrina, cabe referirse en primer lugar a María de la O Lejárraga (San Millán de la Cogolla 1874 – Buenos Aires 1974), más conocida por los apellidos de su marido, el hombre de teatro Gregorio Martínez Sierra, del cual fue autora también de muchas de sus piezas, además de traductora. De entre sus obras, ella misma prefería la Tragedia de la perra vida (subtitulada Fiesta en el Olimpo, 1960) en la que Zeus, cansado de la existencia, escribe su propia farsa sobre el duro destino de la humanidad y le encarga a Mercurio que se la represente. Otras piezas suyas que se publicaron con esta el mismo año bajo el título genérico de Fiesta en el Olimpo y otras diversiones menos olímpicas son Sueños en la venta, La abuela vuelve en sí, La última confidencia y Es así. (Romera 2011: 224-225)

Carlota O’Neill (Madrid 1905 – Caracas 2000) escribió un drama mitológico, Circe y los cerdos, en el que vuelve a llevar a las tablas a la famosa hechicera de la Odisea de Homero. O’Neill destruye el mito de buen héroe de Ulises y transforma a la denostada bruja en una mujer moderna, luchadora y feminista, que sufre por el abandono del hombre al que ama. El destino de los personajes es inevitablemente trágico, igual que el de la propia autora, que se quedó viuda del célebre capitán republicano –fusilado- Virgilio Leret (Romera 2011: 225-226, 228). La autora, pariente del famoso premio Nobel y también dramaturgo Eugene O’Neill, tiene su gran drama en Cómo fue España encadenada, basada en sus propias memorias Una mexicana en la guerra de España y la inacabada Los que no pudieron huir (Drama en tres actos de la Guerra de España). Escrita en dos actos y cinco cuadros, muestra con pretensión histórica las atrocidades del período 1936-1937 durante la revuelta militar en Melilla, la represión y la miseria carcelarias y cotidianas posteriores. La misma autora estuvo entre rejas y recrea con acierto el ambiente sórdido, con personajes creíbles, algunos de ellos reales como la dirigente de Juventudes Socialistas Carmen Gómez. Algunas piezas suyas más dignas de mención son Cuarta dimensión, el conjunto de cuadros editados como Cinco maneras de morir y la inédita Prisión entre rejas (Ibídem: 229-231).

La catalana María Luisa Algarra (Barcelona 1916 – México 1957) logró introducirse en el teatro de México, pero no llegó a ver publicadas sus piezas mientras vivía. También ella toma otro personaje de la Odisea, Casandra -la adivina de Troya a la que nadie cree-. Algarra rescata a la concubina de Agamenón como un estandarte de las mujeres victimizadas por su sometimiento a varón y por el exilio. Desde una mirada progresista, en la línea de la Casandra de Pérez Galdós, denuncia las violentas consecuencias de los problemas políticos en el ámbito privado y los vicios de las clases altas, cuya solución no es otra que la revolución proletaria. Pueden reseñarse asimismo Primavera inútil (que versa sobre nos refugiados europeos en Francia que huyen del fascismo) y Los años sin prueba (Romera 2011: 226-227).

Filósofa de renombre, también hizo sus pinitos en el teatro María Zambrano (Málaga 1904 – Madrid 1991) con la singular obra La tumba de Antígona (1967), en la que reescribe el mito de Sófocles para revivir el mito, que cree con plena vigencia para reflexionar sobre la condición humana. La tebana heroica es la protagonista total, con su destierro como paralelo escénico del exilio español. En lo formal se sitúa en los límites del drama, con cantatas, danza, cante jondo… (Nieva de la Paz 2002)

Otros nombres destacables son Luisa Carnés, Isabel de Palencia o María Teresa León, la compañera sentimental de Alberti (Ibídem 2011: 231), además de otras figuras sobre las que escriben varios expertos en el seminario presentado por Manuel Aznar Soler El exilio teatral republicano de 1939 (que incluye a autores como Herrera Petere, Juan Miguel de Mora o Teresa Gracia) así como el volumen dirigido por José Luis Abellán El exilio español de 1939, publicado por Taurus en 1976, en cuyo cuarto tomo, dedicado a “Cultura y literatura”, escribe el crítico Ricardo Doménech sobre el teatro. La nómina también puede incrementarse si incluimos al autoexiliado Fernando Arrabal.

Bibliografía

Menéndez Peláez, Jesús (coord.) (2005): Historia de la literatura española. Tomo IV. Siglos XVIII, XIX y XX. León, Everest.
Romera Castillo, José (2012): Pautas para la investigación del teatro español y sus puestas en escena. Madrid, Uned.
Romera Castillo, José ((2011): Teatro español entre dos siglos a examen. Madrid, Verbum.
Ruiz Ramón, Francisco (1992): Historia del Teatro Español. Siglo XX. Madrid, Cátedra.

Webgrafía

Alberola, Montgrony (2002): Trayectoria dramática de León Felipe. En El exilio teatral republicano de 1939 / Seminari de Literatura Espanyola Contemporània. Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. (Consultado 23/03/2016).
Nieva de la Paz, Pilar (2002): La tumba de Antígona (1967): teatro y exilio en María Zambrano. En El exilio teatral republicano de 1939 / Seminari de Literatura Espanyola Contemporània. Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. (Consultado 23/03/2016).
Ortego Sanmartín, Claudia (2002): «¿Dónde estás, Libertada? ¿Dónde estás?»: el Teatro en libertad de José Ricardo Morales. En El exilio teatral republicano de 1939 / Seminari de Literatura Espanyola Contemporània. Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. (Consultado 23/03/2016).
-Santa María, Teresa (2002): Repertorio teatral de José Bergamín. En El exilio teatral republicano de 1939 / Seminari de Literatura Espanyola Contemporània. Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. (Consultado 23/03/2016).