Hola, ¿cómo estás?
Espero que bien, no por lo que tuvimos sino porque en realidad me importa tu bienestar. Sí, aunque no lo creas o sea difícil de entender dadas las circunstancias, aún me preocupa que comas a tus horas, que duermas bien, que en lo posible tus días sean llevaderos y, sobre todo, que seas feliz.
Hay todavía noches en las que me pregunto si estarás bien, si tu familia se encuentra adecuadamente de salud, o simplemente si tuviste un día difícil y quieres hablar de ello.
Se que ya no es posible que te lo pueda preguntar dadas las circunstancias en las cuales se desenvolvieron los eventos que nos llevaron a este resultado, pero no por ello a veces, en algunas ocasiones, dejo de querer escuchar tu voz una vez más.
¿Recuerdas aquella vez que fuimos al centro de la ciudad? Aquella ocasión de nuestra primer cita, comimos una hamburguesa y yo aún desconocía qué tan lejos tendría que llevarte el transporte público para que regresaras a casa.
Menos sabía aún que vivíamos en dos ciudades totalmente diferentes, separadas por una interminable mancha urbana en la cual muchos dicen que el amor viene a morir.
Que fuerte era lo nuestro entonces, aún a pesar de ese dicho nuestro amor nacía, crecía, se hacía fuerte, pero también y de manera inevitable sucumbía a la distancia y el cansancio de la rutina.
Fue entonces cuando lo supe: debía cambiar mi estilo de vida para que aquel monstruo sin nombre no llegara para consumir lo más sagrado para mi. Tú.
Me mudé. Con permiso de tus padres me quedaba en tu casa durante el fin de semana. Tú iniciaste cursos por donde vivía. En resumen, buscamos la forma en que la distancia fuera el menor de nuestros problemas.
Pero de todas formas, seamos honestos, a quién le gustaba pasar la mayor parte de la cita en el transporte público solamente por el hecho de las distancias a cubrir; nos hicimos expertos en el arte de despedirnos sin voltear atrás.
A veces aún te extraño y, aunque hablamos en ocasiones, sabemos que no es lo mismo. Después de nuestro tiempo tomamos caminos diferentes. Yo vuelvo a cambiar de residencia y tú buscas la forma de mantenerte fuerte en tu empleo.
Los sueños compartidos, las esperanzas de una vida juntos, de una familia que por las tardes pasea junta, se han vuelto el recuerdo de lo que ya no será. Con el tiempo crecimos, nos dimos cuenta de que el habernos casado no hubiera sido la mejor idea por mucho que nos quisiéramos. Al final, la distancia y sus consecuencias se cobraron otra víctima.
No es la idea culpar a nadie. A fin de cuentas, lo que viví a tu lado no lo cambiaría por nada. Me quedo con las risas, los momentos, los besos, las miradas, esa emoción al salir del trabajo y hablarte para preguntar dónde nos veíamos, o esas escapadas románticas que tanto anhelábamos.
Me queda, en resumen, la felicidad y el recuerdo de los bellos momentos.
Porque es verdad, solamente contigo he sido feliz. A tu lado fue que supe verdaderamente a que le llamaban el haber encontrado al amor verdadero y por ello te digo gracias. Gracias por los momentos, las experiencias, los viajes, gracias por permitirme compartir ese tiempo contigo.
Así que gracias, y es con este agradecimiento que me despido y dejo el recuerdo de mejores días en donde debe estar mientras que te dejo deseándote solamente lo mejor y, sobre todo, confiando en que el tiempo y la vida nos darán una segunda oportunidad para ser nuevamente felices.
Adiós y gracias.