Luis García-Berlanga Martí (Valencia, 1921 – Madrid, 2010) es sin duda alguna uno de los directores más recordados y queridos del cine español. Decidió consagrarse al séptimo arte joven, en 1944, si bien ya había escrito con anterioridad algún guion y poesía (Burguera et al. 2001: 151). María Luisa Burguera distingue en él “dos etapas: antes y después de la dirección de Plácido (1951); es decir, antes y después de la colaboración con Rafael Azcona en los diálogos” (Ibídem: 152). Destaca, entre sus aportaciones al cine español, el llamado “arco berlanguiano”, que es “la exposición de una situación problemática, seguida de un momento de euforia en el que parece que se va a resolver favorablemente, y caída final hacia una situación igual o peor que el punto de partida”, así como la “miserabilización” progresiva del personaje, al que se trata con cada vez menos conmiseración y el protagonista coral (Ibídem: 152).
El primer largometraje de Berlanga fue Esa pareja feliz (1951), en la que codirigió con Juan Antonio Bardem a un soberbio plantel: Fernando Fernán Gómez, Elvira Quintillá, Félix Fernández y José Luis Ozores. En palabras de Carlos Aguilar, “un intento de proponer una alternativa válida (…) al tipo de comedia que entonces se estilaba, incomprendido en su momento, recompensado por la Historia” (Aguilar 2004: 479). Expone las desventuras de una pareja del Madrid de los 50 para sobrevivir económicamente, con final amargo. Salió adelante con un presupuesto muy exiguo –“el rodaje se desarrolló como si fuera un ensayo”- y rompió con aires nuevos con la estética complaciente del cine español alejado de la realidad contemporánea, lo que le valió la condescendencia de la crítica (Perales 1997: 198-201, 204).
Dos años después, Berlanga conoció el éxito con Bienvenido, Míster Marshall, que se ha convertido en un icono del cine de entonces. Asistimos a una carnavalada en blanco y negro: todo un pueblo (excepto un vecino de aspecto quijotesco), Villar del Río, se pone a engalanarse, cantar y bailar para recibir a los americanos (estadounidenses, de los que adquieren rápidamente conocimiento en la escuela local) que supuestamente vienen a repartir ayudas de reconstrucción (el conocido “Plan Marshall”) al enterarse de que la villa vecina está preparándose antes que ellos. Tras el folclore, el humor y las alegres canciones se esconde una ácida crítica a la realidad social de la España de los 50, que sorprendentemente pasó sin problemas el tamiz de la censura. Tal vez el mensaje antiamericano (al final los de EE UU pasan de largo por el pueblo) fuese el motivo. La película contiene escenas realmente memorables, como la de la canción “¡Americanos, os recibimos con alegría!” y la del confuso discurso del alcalde desde el balcón del Ayuntamiento, interpretado por un soberbio Pepe Isbert. Completan el elenco Manolo Morán, Lolita Sevilla y Elvira Quintillá. “Una descomunal y brillante sátira, netamente española, que supuso la revelación internacional del cine español de la época (premio en el festival de Cannes)” (Aguilar 2004: 164). Hubo algún incidente, empero; la secuencia en la que la bandera de Estados Unidos terminaba arrastrada por el suelo debió ser eliminada. Se estrenó antes que el filme anterior y la crítica la acogió con entusiasmo, aunque censuró algún pasaje, como el sueño del alcalde en el que se parodian las películas del Oeste (Perales 1997: 210-213).
Novio a la vista (1954) cuenta con José María Rodero y Antonio Vico como actores y los eximios Juan Antonio Bardem y Edgar Neville como guionistas. En tono de sarcasmo, asistimos a los intentos por parte de los padres de Loli, una chica de principios del siglo XX, de que encuentre un mozo decente en la playa del momento. Aquí Berlanga fue contratado por el productor Benito Perojo, que no quiso esperar diez días a que se incorporase una actriz francesa como protagonista, nada menos que Brigitte Bardot. El realizador empezó a buscar un cine menos conflictivo con la censura y obtuvo con esta cinta éxito de público (Ibídem: 216-218).
Coproducción con Italia, Calabuch (1956) narra la aventura de un físico nuclear –al que da vida Edward Gwenn- que desaparece para esconderse en el pueblecito español de Calabuch, a fin de que sus inventos no se usen para la guerra. Allí se gana el cariño de los vecinos. “Uno de los clásicos incontestables del cine español y una de las películas más reputadas de Berlanga” (Aguilar 2004: 204). La comedia, desprovista de acritud y lograda, cosechó un gran éxito en el Festival de Venecia y Berlanga “alcanzó uno de los mayores éxitos comerciales de su todavía corta carrera, logrando permanecer en cartel cuarenta y dos días (Perales 1997: 223, 225-227).
Otra coproducción italiana, y también satírica, es Los jueves, milagro (1957), en la que un grupo de notables de un villorrio pretende atraer visitantes montando un falso milagro. Aparecen, además de los protagonistas italianos, Pepe Isbert, José Luis López Vázquez y Manuel Alexandre. Desató la polémica por los asuntos religiosos y, considera Francisco Perales, “la verdad es que el filme no llegó a convencer a nadie” (Ibídem: 229-231).
Algunas prácticas “caritativas” de la España profunda son objeto de mofa en Plácido (1961), que presume de intérpretes como Cassen, López Vázquez, Quintillá y Manuel Alexandre. Aguilar exalta la cinta como “uno de los grandes clásicos del cine español y una de las obras más redondas y mejor acabadas de Berlanga, en su día presentado en Cannes y nominado para el Oscar” (Aguilar 2004: 1057).
Otra de las películas del valenciano que ha llegado a la categoría de culto es El verdugo (1963). La trama parece la de una comedia de enredo: la hija de un verdugo (Emma Penella) es sorprendida por unos trabajadores de pompas fúnebres en brazos de otro hombre (Nino Manfredi); por ello, se verá obligado a casarse. La escasez le hará también solicitar un puesto de verdugo. Coproducción con Italia en la que aparecen también Isbert y López Vázquez. “Una de las obras maestras del cine español en general y de Berlanga en particular, de una acidez muy especial y con un perfecto domino técnico de la propuesta”, alaba Aguilar (Ibídem: 1396).
La boutique (1967) cuenta la historia de Carmen (Sonia Bruno), que busca llamar la atención de su marido fingiendo que ha contraído una enfermedad paulatina y letal. Para distraerla en sus últimos momentos, este le monta una “boutique”. En opinión de Carlos Aguilar, “uno de los films menos reputados de Berlanga, pese a que desborde la sorna habitual en su autor” (Ibídem: 179).
En ¡Vivan los novios! (1970) repiten los clásicos López Vázquez y Alexandre, flanqueados por José María Prada y Laly Soldevilla. Se trata de un esperpento sobre el típico conquistador que, pese a estar a punto de contraer matrimonio, sigue intentando seducir a cuantas mujeres se le ponen a su alcance, sin ninguna fortuna. La muerte de su madre complicará la celebración de la ceremonia. “Uno de los films menos celebrados de Berlanga”, despacha Aguilar (Ibídem: 1420).
En Tamaño natural (1973) el valenciano se asocia de nuevo con Francia y dirige a Michel Piccoli, Rada Rassimov, Amparo Soler y Queta Clover. Se trata de una comedia personal que reflexiona sobre las dificultades de la comunicación y las relaciones de pareja, sobre la base argumental de un dentista que decide unirse a una muñeca de “tamaño natural”. La filmación no estuvo exenta de polémica: “Motivó un escándalo más que notable, siendo tachada, con ejemplar simpleza, de machista y misógina por numerosos grupos feministas” (Ibídem: 1283).
Una de las películas más conocidas del valenciano es La escopeta nacional (1978). Al igual que Bienvenido… también destila crítica costumbrista, en este caso a las altas esferas del tardofranquismo que decidían sus negocios en cacerías. Ya en democracia, el cineasta se permite mayores licencias como fragmentos en catalán, amantes y una mayor dosis de comedia absurda. Destaca en su papel protagónico un enorme José Sazatornil. El éxito comercial propició dos secuelas, pese a que, para Aguilar, significó “el comienzo de la decadencia de Berlanga” (Ibídem: 485). Inicia la trilogía de la familia Leguineche.
Continuación de la anterior es Patrimonio nacional (1981). Muerto Franco, el marqués de Leguineche vuelve a su palacio de la capital de España, creyendo que con la vuelta de la monarquía regresará el lujo. Pululan por allí los nobles Villalonga y Joaquín Calvo Sotelo. “Tiene cierta gracia ácida” (Ibídem: 1026). Nacional III (1982) culmina la trilogía de la familia Leguineche, que esta vez se dedica a evadir capitales a Francia con una estratagema en el ferrocarril hacia Lourdes. Actores ya conocidos: López Vázquez, Amparo Soler Leal y Agustín Gutiérrez. “La decadencia de la fórmula” (Ibídem: 932).
Película de elenco célebre es La vaquilla (1985), que muestra a Alfredo Landa, Sacristán, Agustín González, Fernando Sánchez, Soler Leal o Adolfo Marsillach, entre otros. Con todo, no convence a Aguilar: “Una de las películas más caras de la historia del cine español, y también uno de los films más endebles de la obra de Luis G. Berlanga, donde una situación-tipo se dilata hasta la exasperación” (Ibídem: 1384).
Fernán Gómez, López Vázquez y Andrés Pajares se unen en Moros y cristianos (1987). Trata sobre los intentos de una familia de turroneros por abrirse a la mercadotecnia moderna. Aguilar enjuicia duramente el filme: “El colmo de la degeneración cinematográfica que Berlanga venía anunciando (…) extremos alarmantes del más estulto servilismo comercial (…) falta de síntesis narrativa y caótica dirección de actores” (Ibídem: 901).
Con los inolvidables Sazatornil y Agustín González, acompañados de los no menores José Sacristán y Juan Luis Galiardo, Berlanga organiza en Todos a la cárcel (1993) una comedia que pretende ser espejo, a ratos literal y a ratos metafóricos, del país de entonces. No obstante, Aguilar condena la película: “Loable en cuanto a idea, decepcionante en la resolución, tanto por errores cinematográficos (…) como debido a un presupuesto ideológico confuso, que fluctúa entre el nihilismo lúcido y el reaccionarismo (…) se mantiene por el oficio de los muchos y populares intérpretes, dirigidos para que prorroguen sus estereotipos habituales (…) con frecuencia parece una sofisticación de los bodrios de Mariano Ozores” (Ibídem: 1322).
Dirigió su último largometraje, París-Tombuctú, en 1999, en el que regresa Amparo Soler acompañada de Concha Velasco y Juan Diego. En opinión de Aguilar, el director se despidió por la puerta de atrás: “Amorfo y penoso ejercicio de autofagia, que más bien implica necia autocaricatura (…) La peor obra del director, incluso con diferencia” (Ibídem: 1016).
Según la web del Berlanga Film Museum, el cineasta dirigió también varios cortometrajes. Reseñamos en primer lugar Paseo por una guerra antigua (1948), codirigida con Juan Antonio Bardem, Florentino Soria y Agustín Navarro. Presenta recuerdos de un hombre (encarnado por Agustín Lamas) durante la Guerra Civil en la Ciudad Universitaria de Madrid. El circo (1950) poseen título lo bastante expresivo, al igual que Se vende un tranvía (1959), que versa sobre un timo. En él, Berlanga fue supervisor de dirección, a las órdenes de Juan Estelrich. Salen algunos intérpretes de fama como López Vázquez, María Luisa Ponte o Chus Lampreave, además del propio Berlanga. Las cuatro verdades (1963) es una adaptación fílmica hispano-franco-italiana de cuatro fábulas de Jean de la Fontaine en sendos cortos: Berlanga dirigió La muerte y el leñador. “Una buena obra llevada a cabo por cuatro prestigiosos realizadores y un reparto francamente excepcional para la época. El episodio español destaca, incluso con diferencia” (Aguilar 2004: 347). Su última obra es la siniestra El sueño de la maestra (2002), en la que una profesora (Luisa Martín) detalla a sus alumnos las distintas maneras de ejecutar a una persona.
Bibliografía
Aguilar, Carlos (2004): Guía del cine. Madrid, Cátedra.
Burguera, María Luisa et al. (eds.) (2001): Aventura del viaje, aventura del arte. Castellón, Centro de Publicaciones de la Universidad Jaime I.
Perales, Francisco (1997): Luis García Berlanga. Madrid, Cátedra.