Al parecer esa expresión rancia y manida que describe las citas electorales como “fiesta de la democracia” hace ya tiempo que se nos quedó corta. Casi desde las elecciones europeas de 2014 hemos vivido en una campaña electoral constante que, tontos de nosotros, presumimos acabaría con las elecciones generales del 20 de diciembre. Nada más lejos de la realidad, pues a pesar de estar ya de sobra cansados y con ganas de irnos a nuestras respectivas casas, a nuestros anfitriones se les ha antojado continuar la juerga arrastrándonos a todos con ellos. Nos dicen que será una última copa “de tranqui”, pero a estas alturas del guateque nadie les toma demasiado en serio.
Estos son mis votantes, pero si no le gustan tenemos otros
Si algo han dejado patente nuestros anfitriones tras las pasadas elecciones es que los españoles no sabemos votar. Nos han pedido nuestra opinión en las urnas pero, como no ha sido de su agrado, nos piden que tengamos una nueva. Esto no es del todo ilógico si se tiene en cuenta que tras estos meses de pactos hemos podido ver cómo le afecta el alcohol a cada uno de ellos.
Uno de los anfitriones se ha atrincherado solo al fondo de la barra bebiendo Soberano y esperando a que los otros le saquen a bailar cuando en realidad está tan perjudicado que no es capaz de levantarse del taburete sin ayuda. Mientras tanto, otro de los anfitriones, a quien se le han subido a la cabeza el par de whiskeys con Redbull que se ha tomado, se ha apoderado el equipo de música y se ha puesto a pinchar reggaeton para ver si así anima el ambiente. En el centro de la pista está otro hasta las cejas de Jägermeister y la corbata de sombrero bailando y “perreando” al son del improvisado DJ como si no hubiera un mañana. Entre tanto, a un lado de la sala están otros dos anfitriones haciendo botellón y filosofando entre sí con esa borrachera tontorrona que hace que alternen las discusiones a gritos con abrazos y palabras emotivas. Todos parecen pasarlo bien, pero los invitados estamos ya hartos de tanto jolgorio así como de subvencionarles la borrachera. Es hora de que enciendan las luces y nos marchemos a casa.
¿Realidad? No nos habéis a nosotros de realidad
Resulta curioso ver tan a menudo cómo los candidatos acusan al resto de vivir ajenos a la realidad de España cuando tras el 20 de diciembre han demostrado todos ellos que en conjunto se encuentran en otro plano existencial. Hablan de realidad pero, cuando las urnas constatan esa realidad que tanto se vanaglorian de conocer, al parecer no es una realidad válida y hay que cambiarla por una que se adapte mejor a la suya. No se les puede reprochar demasiado ya que por lo general todos los españoles pecamos en mayor o menor grado de lo mismo.
La realidad, por mucho que queramos negarla, es que España es un país muy heterogéneo, y eso es algo que no va a cambiar independientemente de cuántas veces pasemos por las urnas. Siempre habrá posturas encontradas en muchos aspectos, pero no hay que olvidar que en otros la unanimidad es aplastante. Raro es que un ciudadano diga que le gusta que haya tanta corrupción, desempleo o recorte de derechos sociales; dudo que nadie crea que para alcanzar un estado de bienestar haga falta mermar el poder adquisitivo de sus ciudadanos o incrementar la desigualdad social, así como no creo que haya mucha gente que afirme orgullosa que quiere que sus vecinos vivan peor.
En una entrevista que le hicieron a Iñaki Gabilondo, éste relató cómo en su familia cada miembro era de un signo político distinto, siendo algunas posturas diametralmente opuestas. Contaba que si bien las discusiones políticas durante las comidas podían llegar a ser muy apasionadas, por encima de todo prevalecía la idea de que eran una familia y como tal debían permanecer juntos.
Esa idea es fácilmente extrapolable a lo que es España con todos sus ciudadanos. Un país heterogéneo en el que si sus habitantes están de acuerdo en algo es que nunca estarán de acuerdo. Sin embargo, y a diferencia de la familia Gabilondo, a la ciudadanía se le olvida con frecuencia que en cierto modo somos una familia y tenemos que contar los unos con los otros, nos guste o no.
Recogida y limpieza
Como suele pasar al final, toca limpiar, y en este caso la limpieza debe estar a la altura de la fiesta. Los ciudadanos necesitamos ver un saneamiento real tanto de los partidos políticos como de nuestra democracia en sí. Que sean los propios partidos quienes entreguen a sus corruptos sin previa intervención policial, que acaben con la impunidad y las prebendas, que apliquen la ética a la política, que haya una separación real de poderes y que no nos tomen a los ciudadanos por tontos una y otra vez. En definitiva, que limpien el estropicio que han montado y, una vez esté limpio, que asuman la realidad social de este país en donde no hay un pensamiento homogéneo pero sí hay un sentimiento que todos compartimos: queremos vivir mejor, así que, por favor, hagan su trabajo.