Parece mentira que, pocas semanas después de que Prince entonara emotivo tributo al repentinamente fallecido David Bowie, nos encontraramos de nuevo unidos en el luto comunitario en el internet intentando comprender el vacío que deja precisamente Prince como artista al sorprendernos con su muerte igualmente repentina e inesperada.
No faltaron las comparaciones, pues queda claro que habíamos quienes admirabamos a Prince, pero amamos a Bowie, y justo otros lo percibían al revés. Lo que sí es indudable es que Prince Rogers Nelson, diminuto genio musical de Minneapolis, se puede definir de manera contundente como uno de los mejores músicos que hayan existido en este siglo y en el pasado. Sus inmensas posibilidades creativas no parecían sufrir de ningún límite, no hubo ni género ni fusión de géneros desde el funk a la electrónica, a la psicodelia, al pop, al rock, al rhythm and blues y otros que apenas pudimos definir que no pudiera abordar de una manera completamente original, y lo hizo años antes de que otros artistas le siguieran el modelo. Tocaba una gran cantidad de instrumentos y sobre todo la guitarra con inimitable maestría, y pocas veces caía en lugares comunes musicales a pesar de que no perdía de vista en sus composiciones los ganchos musicales que atraían a nivel masivo y las volvía verdaderos himnos a la fiesta.
Sin embargo, en el emotivo torrente de mensajes que invade los medios sociales aún hoy a la semana de su muerte, fuimos descubriendo otras facetas del artista que, sin desconocerse mientras viviera, destacaron aún más a la luz de su muerte.
Entre ellas, resalta la humanidad y generosidad de un artista que, a pesar de sus peculiaridades y exigencias, apoyó de manera incondicional a las artistas femeninas que le rodeaban; asumió cuentas médicas de colegas musicales; dio conciertos gratis sorpresivos para personas que consideraba lo merecían, como los jóvenes sordos y ciegos de Gallaudet University en la capital de los EE.UU. o a favor de la paz en ciudades como Baltimore, Maryland, después de disturbios raciales.
Y como muchos han señalado, con su icónica fluidez entre lo femenino y lo masculino, fue modelo de lo que es crear un arte auténtico con la misma vida de uno. Como dijo un aficionado en twitter, no es que estemos de luto por la pérdida de artistas como Bowie y Prince porque los conocíamos, sino porque nos ayudaron a conocernos a nosotros mismos.
Tuve la oportunidad de asistir a lo que fue su último concierto en Chicago en junio del 2013. Nadie sabía que estaba Prince en la ciudad, contratado por el cineasta George Lucas para tocar en su boda con la chicagoense Mellody Hobson. En la tarde de un sábado, corrió la voz que Prince quería dar un concierto impromptu y que iba a ser en City Winery, donde caben máximo unas 500 personas de público. Tuve la inmensa fortuna de entrar como prensa y ocupar un puesto privilegiado justo ante el micrófono de Prince en el escenario, perspectiva desde la cual podía hasta divisar la curva del famoso delineador alrededor de sus ojos.
Me encantó ver de cerca el reflejo de los brillantes que adornaban el cuello de su traje color púrpura, maravillada al estar al pie de los zapatos blancos con plataformas iluminadas que lucía y movía con tal gracia, ritmo y fuerza que no daba uno crédito que esos pasos intrincados los daba un hombre de casi cincuenta y cinco años.
Fue una noche increíble. Comenzó el concierto después de la medianoche, y duró casi tres horas. Venía acompañado Prince de 22 músicos incluyendo danzantes y 11 (¡once!) vientos que hacían sus propias coreografías sincronizadas al tocar trompetas, saxofones, trombones. Y la coreografía de Prince mismo, repito, era dignísima de gran admiración.
No existe mucha documentación de ese concierto inolvidable. Nos advirtieron desde el escenario que nadie osara sacar los ubicuos teléfonos a tomar fotos o vídeo, so pena de que les confiscaron sus dispositivos o los expulsaran de esa noche en el reino púrpura.
Así precisamente perdió un amigo mío su iPhone. Al ser detectado queriendo tomar una foto, prefirió que se quedara el guardia de seguridad con su teléfono en vez de perder la oportunidad de presenciar el concierto. Otra amiga cuenta la anécdota que al estar formada en la fila esperando entrar al recinto, llegó una beldad sofisticada en Maserati a ofrecer 1500 dolares por un par de boletos al concierto. Mi amiga se negó a vender sus boletos, y a la fecha no se arrepiente de habérselos negado a la del Maserati.
Y eso que no sabíamos que sería en Chicago nuestra última oportunidad de ver a Prince en directo, y sobre todo en un espacio íntimo, con todos incluyendolo a él rebosando de felicidad y perdidos en el momento. “Volvámonos locos”, clamaba el Príncipe Púrpura desde el escenario y, efectivamente, así lo hicimos. Bailamos y bailamos sin cesar, y en ese público de todos colores y edades dejamos de ser personas individuales para volvernos una sola masa efusiva y gritona.
Nos entregamos sin reparos a ese momento púrpura y hoy sabemos con mucha tristeza que sí, habrá otros artistas, se darán otros conciertos, y quizás escuchemos nuevas grabaciones de Prince mismo (se rumorea que hay una caja fuerte en su mansión con miles de grabaciones no publicadas). Mas esa fuente divina de creatividad y maestría en el escenario, ya se ha extinguido.
En Chicago, donde nuestros artistas latinos mantienen viva la tradición del muralismo, ya apareció un mural de Prince, tocando la guitarra y volando por los aires con sus nuevas alas de ángel. No nos queda más que como dicen sus canciones, reír en la lluvia púrpura, y recordar que nos hemos reunido hoy, aquí, para poder seguir pasando por esto que llamamos vida.