A Hugo Chávez le obsesionaba ser historia. La imagen del Libertador, Simón Bolívar, era invocada constantemente en sus discursos y actos públicos, donde intentaba mostrarse como su sucesor o, en algunas ocasiones, como la propia reencarnación de quien había extinguido el control español de las tierras caribeñas. Sin embargo, todos los grandes hombres y mujeres que han pasado a las páginas de la historia han dejado un legado, por lo que el expresidente venezolano apostó por la creación de su propio movimiento: el 'Socialismo del siglo XXI'.
A pesar de que el fracaso del modelo apareció tan rápidamente como su creación, Chávez consideró que su expansión por el resto de la región serviría para hacer una 'cortina de hierro', detrás de la que escondería las lagunas de su política, además de la rentabilidad económica de la que se beneficiaba su familia, así como sus aliados más próximos. En cuestión de años, sumó el apoyo de otros países que, atraídos por la idea de la permanencia indefinida en el poder y el enriquecimiento, abrazaron al 'Socialismo del Siglo XXI', como fueron los casos de Ecuador, Bolivia, Argentina y Brasil.
Consciente del rechazo de Estados Unidos y Europa ante estas medidas, aprovechó los altos precios del barril de petroleo para desestabilizar la política internacional. Con el apoyo de Cuba, Rusia, Irán y Qatar, buscó introducir un caballo de Troya en Europa. Su símbolo: un círculo, donde se encierra el deseo de romper con los años de democracia y los sacrificios de una población, con el fin único de cambiar los polos de poder internacional, aumentando la cantidad de naciones que apoyan de forma ciega un modelo comunista, disfrazado de democracia y que, en teoría, busca luchar contra el imperialismo con el que sueñan alcanzar.
A pesar de que se intentó ocultar la vinculación de Venezuela con los movimientos radicales surgidos en España y otros países europeos (como Grecia), los medios internacionales han puesto en la mesa la documentación que demuestra la dotación económica de, al menos, siete millones de euros para la fundación del partido Podemos, a los que se suman otras aportaciones logísticas, así como ideológicas y estratégicas. Una simbiosis que pone en evidencia la jugada de Hugo Chávez, quien encontró en Pablo Iglesias un sucesor español para terminar su cometido al otro lado del Atlántico.
Como las enfermedades, este pensamiento se expande con rapidez. De ahí que Grecia fuera el primer país europeo por adoptar este siniestro modelo que, como ha quedado demostrado, está generando el padecimiento de su población ante medidas económicas disparatadas (así como las que constantemente son implementadas en Venezuela) y un discurso de grandes promesas de libertad y lucha contra el control imperial (cambiando Estados Unidos por Alemania) que, al final, se quedan en la nada, mientras que sus gobernantes pierden el tiempo diseñando estrategias para su permanencia en el poder.
El reto que enfrenta Europa radica en escoger un modelo propio o uno innovador que, a pesar de sus grandes promesas, tiene largos hilos que le controlan desde el exterior, por lo que responderán a los intereses de quienes han puesto el dinero y nunca a quienes han aportado sus votos. En juego está el futuro de las próximas generaciones, quienes podrán pagar las consecuencias de las equivocaciones actuales, al tiempo que quedan dominados por quienes, al final, anhelan controlarse en su totalidad.
Hugo Chávez ha pasado a la historia. Su legado, sin embargo, es tan oscuro como fue su mandato. No solo por condenar a su propia población a la necesidad económica, carencias básicas y un modelo de sociedad donde la violencia y la muerte flotan en el aire durante todas las horas del día, sino también por sus planes de expansión por el resto de la región y hasta en Europa. La historia, sin duda, hablará de él, pero solo para demostrar que, así como otros grandes dictadores, solo han sido personas que “solo han querido ver al mundo arder”.