-Hola. Bienvenida a tu proceso de Coaching y gracias por elegirme como tu Coach.
-No, gracias a ti…
-Esta es la primera sesión, posiblemente será más larga que las siguientes. Podemos considerarla como una sesión de descubrimiento (…) Ya lo irás viendo, pero en todo esto que acabo de contarte consiste básicamente lo que vamos a hacer ¿Quieres preguntarme algo antes de empezar?
-No…, creo que lo he entendido todo.
-Bueno, aparte de lo que hemos hablado, como sabes, este proceso de desarrollo personal es completamente confidencial. Es el papel que has firmado ¿Qué te sugiere?
-No sé, que no va a salir nada de aquí.
Y así se quedan nuestros clientes: expuestos.
De entender el alcance de la confidencialidad, de tomar conciencia del impacto de nuestra presencia y de otras delicadezas trata la maestría de nuestro trabajo. Desde el día cero, cualquier desarrollador personal, independientemente de la o las técnicas que utilice, aprende lo esencial de la confidencialidad. Sin embargo desarrollar su calado requiere de reflexión, práctica y de, claro está, pasar por ello previamente.
En materia de crecimiento personal es cierto aquello de que “tanto das, tanto te llevas” pero dejarse ver por dentro y moverse en la vulnerabilidad es algo que, como muchas otras cosas, no depende sólo de la voluntad sino de la capacidad para conocer y gestionar nuestras creencias, emociones o perspectivas. Como profesionales, nos corresponde saber verlas para poder espejarlas. Hablamos de sensibilidad y empatía en el ejercicio de nuestra profesión.
La promesa de confidencialidad es mucho más que un acuerdo sobre secreto profesional. En un ámbito tan delicado como éste donde la ambigüedad es caldo de cultivo para el intrusismo y la confusión, la confidencialidad representa uno de los principales pilares del buen hacer.
¿Qué es exactamente la confidencialidad y hasta dónde llega?
La promesa de confidencialidad supone asumir la obligación y el deber de no llevar los asuntos del cliente a la esfera pública, pero sobre todo y tampoco a la esfera personal. En este sentido hablaríamos de una confidencialidad pública o externa y de otra interna o, más propiamente dicho, interiorizada.
Cuando preguntamos a nuestros clientes sobre el tratamiento de lo desarrollado a lo largo de una sesión, la mayoría coincide. El discurso general avala la idea de admitir que se utilicen aspectos aislados de su proceso siempre que se salvaguarde su identidad, también su género, su edad, su profesión. Se muestran especialmente predispuestos si tal uso tiene una finalidad didáctica o útil para otra persona. Sin embargo, la gran mayoría declara inadmisible que su coach pudiera cuestionar en la esfera privada aspectos de su vida compartidos durante las sesiones, la valorase, la etiquetase o la criticase, aun sin que todo ese sistema de pensamiento no fuese a ser compartido con nadie.
Y es que la esfera personal de la confidencialidad, ese “te lo cuento, pero no opines” debe ser la pista de baile de la relación. Tal finura, desde luego, forma parte de un entrenamiento profesional continuo. A ella pertenece el saber trabajar evitando juicios sobre el discurso vital del cliente, proyecciones de vivencias propias sobre circunstancias ajenas; lo que en Coaching co-activo se denomina nivel de escucha uno.
La confidencialidad interna significa no exponer el proceso de Coaching del cliente al recreo de nuestro espacio mental consciente. Es crear una especie de anestesia post sesión que garantice mantener entre cuatro paredes físicas y psicológicas lo que de ahí nunca debería de salir.
Formalizar dicho compromiso con acuerdos escritos es bueno y es posterior, pero no suficiente.
Cierto es que debemos reconocer los beneficios que representan la firma, el papel y el propio acto de firma; el repaso del contrato de confidencialidad puede servir de guía para articular asuntos y tratarlos.
La ICF, la International Coach Federation, organización privada de referencia con más de veinte años de antigüedad y que actualmente desarrolla su labor en ciento veintitrés países, protege el desempeño del Coaching profesional de calidad y dedica toda una Sección de su Código Ético a regular formalmente la confidencialidad de los procesos de Coaching.
Por todo ello, debemos ir más allá. Reducir la cuestión de la confidencialidad a una firma supondría no mirar con suficiente perspectiva el impacto que representa para un cliente exponerse abiertamente a nosotros, porque eso, nada más y nada menos, es lo que les pedimos en una sesión ordinaria de trabajo. Yendo más lejos, abrimos la puerta a un sentimiento de vulnerabilidad que, de producirse, debería ser reconocido e incluso compensado.
Compensar el sentimiento de vulnerabilidad en la relación Coach y Coachee es necesario si queremos desarrollar unas relaciones saludables. No se trata de un cambio de roles. El Coach es el Coach y el Coachee el cliente. Sin embargo, mostrar nuestra vulnerabilidad profesional, es decir, plantear el hecho de que a veces proyectamos y llevamos sus asuntos a los nuestros y comprometernos genuinamente con el hecho de corregir ese desplazamiento si se diese, no sólo es una realidad, sino un acto de honestidad profesional indispensable para crear ese espacio seguro y de valentía en el que una persona puede desarrollar su potencial y plantear con confianza sus emociones, anhelos, éxitos o fracasos. No sólo es una cuestión ética, sino de eficiencia.
Brené Brown lo explica brillantemente en su monólogo TED sobre el Poder de la Vulnerabilidad. Un coach no es una autoridad moral, ni ética, ni seguramente un ejemplo incuestionable. Tampoco es alguien cuyo ejercicio profesional le ha permitido permanecer de forma estable por encima de los grandes retos de la naturaleza humana, sus maravillas y sus miserias. Un coach es tan sólo un profesional de la ayuda que aplica sofisticadas técnicas testadas y aprendidas mediante entrenamiento. Más allá de eso está la excelencia, algo que va acompañado del propio aprendizaje personal y de la posesión innata de cualidades.
Se trata de comprender desde el respeto a los roles que ambas partes están en el mismo barco y que desde esa empatía nace la fuerza de la relación. Tanto caudal damos a nuestros clientes como navegar podemos en nosotros mismos. Se trata de comprender el impacto de lo que somos y de lo que les pedimos, de medir la capacidad empática en el terrero profesional y de ajustarla