“La clave es que el alumno no sienta que la educación es algo que le sucede, sino algo que invita a crecer como ser humano”. En esta frase, pronunciada por la psicóloga y maestra de Educación Infantil Marisa Moya, podemos encontrar la base de cómo debe ser un adecuado proceso de aprendizaje: un modelo en el que se tenga en cuenta al niño, sus propios ritmos y necesidades, que le haga partícipe y protagonista. Porque la educación no es una mera adquisición de conocimientos académicos, es un camino en el que nos formamos como personas y en el que adquirimos las herramientas que nos servirán para manejarnos ante las diversas situaciones que nos encontremos en la vida. Y en este proceso, la etapa que va desde el nacimiento hasta los seis años es absolutamente vital.
La primera infancia es un tiempo biológico que condiciona al niño para el resto de su vida. Esta afirmación puede resultar demasiado categórica y determinista pero debemos ser conscientes de que, en esta etapa, el cerebro desarrolla las bases de su enorme complejidad funcional. Cómo de saludables -intelectual y emocionalmente- sean estas conexiones funcionales dependerá, en gran medida, del modo en el que abordemos el proceso de aprendizaje del niño. “Todos los procesos experienciales del niño se materializan en las neuronas de la incipiente mente infantil, condicionando su conducta futura. Lo importante en esta etapa es que la gran cantidad de neuronas que poseemos al nacer establecerán sinapsis, conexiones en función de la ley del uso; si no es así desaparecen, mueren. Las habilidades motoras, afectivas, artísticas, intelectuales… todas deben ser aprendidas en este periodo y luego conservadas mediante el ejercicio adecuado”, señala Marisa Moya. Hablamos pues de que, en estos años, construimos la estructura de lo que somos, adquirimos nuestras principales habilidades y sentamos las bases de nuestro modo de entender y abordar la vida. Esto parece lo suficientemente importante como para corregir aquello que decía el profesor Bosh Marín de que la primera infancia es la etapa más descuidada, ¿verdad?
La importancia del estímulo
El desarrollo neuronal dependerá de las recepciones sensoriales y de cómo son procesadas. Es decir, del estímulo. “Las personas que en su niñez están privadas de una recepción sensorial específica en cada ámbito de desarrollo carecerán de cualidades mentales relacionadas con ese receptor”, apunta Moya. “Quiero decir con todo ello que la genética no es suficiente y dejar pasar el tiempo tampoco, es esencial la experiencia. Los acontecimientos de los primeros años dejan un impacto en el comportamiento del individuo, en los sucesos posteriores, en la manera en la que percibirá y afrontará la vida”.
Es importante señalar que, cuando hablamos de estímulo, no nos referimos a intentar enseñar al niño a leer, escribir, a contar, a hablar tres idiomas y a tocar el violín con 4 años, no. Hablamos, por ejemplo, de apoyarle para lograr autonomía, seguridad y confianza en sí mismo, de alentar la iniciativa y toma de decisiones, de desarrollar potenciales, de ayudarle a tomar conciencia del propio cuerpo, de conocer y disfrutar el entorno y de establecer una relación emocionalmente sana consigo mismo y con los demás. “La primera infancia requiere procesos educativos en los que la finalidad primordial no sean los contenidos académicos. La finalidad deben ser los logros en desarrollo y maduración”, afirma Marisa Moya.
El papel de las familias y educadores en este sentido es importantísimo y conlleva una gran responsabilidad: “Es imprescindible que tomemos conciencia de que el niño no puede elegir sus fuentes de alimentación intelectual, afectiva, social… los padres y educadores debemos proveer la información necesaria para estructurar la organización inicial de cerebros y mentes”, indica la especialista. “Asimismo, debemos tener siempre presente que las ideologías y las creencias se implantan sin su conocimiento, sin su consentimiento, sabiendo, sin embargo, el inmenso determinismo para su futuro individual y su repercusión como miembro de una comunidad social”. Esto, sin duda, nos da una idea de la trascendencia de nuestras acciones respecto a la educación de los niños en esta edad.
Enseñanza respetuosa
Como hemos señalado, la estimulación precoz no significa tener prisa porque el niño adquiera un montón de conocimientos. De hecho, en esta primera infancia lo más adecuado es realizar actividades que estimulen el hemisferio derecho del cerebro, ya que es el más dotado a esta edad. “La diversificación de funciones de los hemisferios cerebrales –izquierdo: verbal, matemático, lógico analítico, simbólico; el derecho, en cambio, mudo, espacial…- no se suele tener en cuenta en los sistemas educativos que, presos por la urgencia en resultados, cifran todos los esfuerzos y le prestan excesiva atención al entrenamiento precoz del izquierdo, discriminando al derecho. Sin embargo, en educación infantil hay que partir de que cualquier metodología que empleemos debe conectar con ese hemisferio derecho, con lo que maneja: las sensaciones, las imágenes… Ya llegará el tiempo de la racionalidad y los conceptos lógicos”, apunta Marisa Moya.
Para la psicóloga, la clave de una adecuada metodología educativa está en respetar la naturaleza infantil y su manera de aprender: “El primer requisito es que no haya ni sobre exigencia, ni por el contrario déficit, con ambos el niño se sentiría poco reconocido o incluso lastimado por no poder responder a las expectativas adultas haciendo acto de presencia la fatiga neuronal, la excitabilidad y la irritabilidad”, afirma.
Asimismo, una enseñanza respetuosa debe estar basada en una educación sin miedo al error, puesto que este debe considerarse un motor del aprendizaje; un modelo democrático, en el que el alumno respete y no tema al educador; una educación que no obvie las emociones sino que las contemple como la primera herramienta que el cerebro utiliza para explicar lo que sucede; una enseñanza, en fin, que prepare al niño para la vida porque, si deseamos una sociedad que respete la diversidad de ritmos y talentos y se enriquezca con el trabajo en equipo y la cooperación, así mismo debería ser la educación de quienes la van a conformar.
Un camino por andar
Según el último informe de Eurostat, España es líder de la Unión Europea en abandono escolar prematuro, con una tasa del 21,9%. Si las bases de la educación se cimientan en esta primera infancia, conviene sin duda revisar cómo abordamos esta etapa con el objetivo de mantener unos alumnos motivados y con ganas de aprender y crecer con este aprendizaje. Pero ¿cómo conseguirlo? Marisa Moya sitúa el centro de todo modelo en la concepción del entorno educativo como promotor de entendimiento, comprensión y ayuda en lugar de espacios en los que la finalidad es únicamente el logro académico y se utilicen los premios y castigos para optimizarlo. “Los niños deben tener su pertenencia asegurada, saber que tienen reconocimiento y que se les necesita en la escuela, que sus contribuciones son valiosas, que les interesan a sus profesores”, indica la psicóloga.
Pero, ¿se están dando pasos en esta dirección? Según nos cuenta Moya, sí existe una pátina de educación sensible a las necesidades infantiles y se ve cierto desasosiego por lograr fórmulas de interacción más apropiada, pero en cuanto se valoran las prácticas se pone de manifiesto un profundo desconocimiento de la naturaleza infantil y sus necesidades. Tal y como señala la especialista en Educación Infantil, “empezamos a darnos cuenta de las consecuencias de nuestras acciones, sin embargo, y aunque seamos más sensibles, adolecemos de un cambio de actitud; sin él, las incongruencias afloran. Tales como confundir bienestar con que el niño tenga todo resuelto, confundir calma con hipoactividad, confundir entornos estimulantes con acumulación de objetos y sin embargo ausencia de procesos de actuación y resolución de problemas; confundir orden y estructura con prohibiciones atrofiadoras o bien con ausencia de pautas, igualmente incapacitadoras; confundir obediencia con respeto…”.
En cualquier caso, el trabajo se está haciendo y cada vez más voces apuntan ya en la necesidad de avanzar por este camino e implementar modelos de enseñanza más respetuosos que logren mantener la motivación de los alumnos, dándoles el protagonismo que merecen. Porque no olvidemos que, como concluye Marisa Moya, “a los niños les gusta aprender, necesitan aprender… merece la pena que aprovechemos ese potencial para que algún día este aprendizaje se convierta en competencias para vivir”.