El mundo contempló con horror cómo una transeúnte se paseaba por Moscú con la cabeza de una niña de cuatro años en la mano. Unas imágenes que pronto alimentaron las ansias de notoriedad del Estado Islámico, ahora en sus horas más bajas debido al cese de hostilidades en Siria y las operaciones antiterroristas de Rusia y Estados Unidos. La acción de la niñera fue reivindicada por la agrupación sin llegar a tener el resultado esperado. Era muy evidente que todo se debía a una mente enferma.
La mujer de origen uzbeko deambulaba vestida con un hijab (velo musulmán que cubre la cabeza y el pecho) y aseguraba portar un cinturón explosivo ante viandantes y policías que se agolpaban para detenerla, mientras ella repetía que “Alá se lo había ordenado”. Los interrogatorios y la posterior investigación dieron luz a este macabro suceso que hoy la población moscovita trata de borrar de su mente. La comunidad uzbeka, muy presente en la capital rusa y con un importante número de musulmanes –al igual que otros países de Asia central-, dirige sus esfuerzos a que sea un caso aislado y no dirima en un incidente mayor y con tono xenófobo, con el agravante del ensañamiento con la menor.
Un suceso triste que por un momento situó la amenaza terrorista a pie de calle, pero que poco a poco se va confirmando que nada tiene que ver con el Estado Islámico ni otras facciones radicales.
Rusia arrastra un conflicto interno en la región del Cáucaso Norte, con innumerables actos de violencia terrorista concentrados en las repúblicas de Daguestán, Chechenia u Osetia del Norte. La particularidad del territorio de mayoría musulmana confiere una zona de especial tensión, no ajena a la actividad del Estado Islámico.
Precisamente desde esa región llega la última amenaza del grupo yihadista a un país en concreto y por ende a un cargo público. La filial ‘Provincia del Cáucaso’ ha difundido un vídeo en el que pide a los musulmanes rusos matar a los apóstatas del país y atacar al presidente Vladímir Putin. Entre otras amenazas también promete la instauración de la sharia con la llegada del Califato.
El Kremlin conoce bien de lo que son capaces los militantes de la región del Cáucaso y desde hace décadas, mantiene periódicas operaciones de castigo contra el terror extremista. Estas acciones han generado una corriente violenta, las llamadas ‘viudas negras’ cuyas acciones letales han marcado a fuego, sangre y miedo la fisonomía del país. Sus atentados en los metros de Moscú, de la terminal aeroportuaria internacional de Domodédovo o los ocurridos en Volgogrado son una muestra de su poder de destrucción.
Vladímir Putin sabe a la perfección que al margen del conflicto perenne que mantiene con los rebeldes del Cáucaso, su operación antiterrorista en Siria le ha generado una gran amenaza. No en vano, el país es uno de los principales a la hora de aportar terroristas que integran las facciones tanto del Estado Islámico como del frente Al Nusra. La cercanía territorial con las fronteras sirias y el número de practicantes musulmanes que viven en la Federación rusa, es visto -por algunos analistas- como un caldo de cultivo que aumenta debido a la acuciante crisis económica y la falta de esperanza entre la población más joven y más influenciable.
El peligro latente es utilizado por las autoridades rusas para incrementar sus medidas de seguridad, desarrollando un plan de Emergencia que ya se nota en el transporte público –el metro capitalino se blinda con detectores y mayor presencia de las Fuerzas de Seguridad-. Más control, operaciones policiales preventivas y la labor de inteligencia han conseguido desbaratar un importante número de ataques contra objetivos civiles, según difunden los medios.
No es una sorpresa que las facciones terroristas de las repúblicas en cuestión amenacen de nuevo con ‘volar los cimientos del Kremlin’ y parece que estos avisos sí se tienen en consideración. Pero los extremistas también saben que el presidente Putin no es de los que cede en sus pretensiones o dé marcha atrás en su política de ‘puño de hierro’ que tanto índice de popularidad le aporta. Así que como rezaba una frase –atribuida al líder ruso- “perdonar a los terroristas es cosa de Dios, enviarlos con él es cosa mía”.