La ansiedad es un trastorno generalizado en la sociedad actual. Aunque no es algo negativo, todos experimentamos ansiedad en algún momento de nuestra vida. Hay que aprender a controlarla y normalizarla.
Preocuparse demasiado por cualquier cosa, tener miedo a que todo salga mal sin tener motivos o sentirse ansioso a la hora de enfrentarse al día a día son sensaciones con las que muchos de nosotros convivimos y dejamos que dirijan nuestra vida sin pensar que la solución está a nuestro alcance y que si no ponemos remedio, puede llegar a controlarnos hasta conseguir hacernos infelices o incluso sumergirnos en una depresión.
Irritabilidad, falta de sueño, dolores musculares, obsesión, son algunos de los síntomas experimentados por las personas que sufren ansiedad. Si esto se mantiene durante un largo periodo de tiempo, la persona deja de ser quien era para convertirse en un ser vulnerable que no puede disfrutar de su vida de una manera saludable porque depende totalmente de lo que piensan los demás.
No hay que confundirlo con el estrés, también bastante común en nuestros días, ya que este es una reacción a un periodo concreto de presiones creadas por una mayor exigencia de rendimiento. El cuerpo reacciona a través del sistema nervioso a una situación de amenaza que se normaliza al mismo tiempo que ese periodo poco habitual se acaba.
Muchos expertos tratan este problema diariamente y ayudan a miles de personas en todo el mundo. Lo primero que hay que hacer es asimilar y aceptar que tenemos un problema e intentar poner remedio rápidamente. El avance depende de cada individuo y la manera en la que cada uno trabaja personalmente después de cada terapia, adaptando los consejos del terapeuta a nuestra vida cotidiana.
Es muy importante expresar los sentimientos de manera sincera y respetuosa, ser asertivo a la hora de expresar emociones o quejas ya que, si adoptamos una actitud pasiva, el resultado será mal carácter y formas poco adecuadas a la hora de afrontar cualquier tipo de situación, lo que empeorará nuestras relaciones sociales, personales y profesionales.
Y, sobre todo, aceptar que el ser humano no es perfecto, que no todo se puede tener bajo control porque hay cosas que se escapan de nuestro alcance y tomarse la vida con buen humor y tranquilidad. Muchas veces somos más exigentes con nosotros mismos que con el resto y eso nos provoca una sensación de frustración o inseguridad que no nos permite seguir progresando y ver la realidad de manera positiva.