A lo largo de los años ha habido diferentes grupos que han sufrido una gran persecución política, social y religiosa. Un ejemplo de ello es la Masonería, una entidad que, desde que adoptase su aspecto actual el 24 de junio de 1717, ha sido víctima de una gran censura y represión. Solo hay que observar el discurso oficial franquista, que incluía en un etéreo «contubernio judeo-masónico-comunista» a las personas o entidades que osaran criticar al régimen. Les acusaban de iniciar una conspiración contra el orden establecido, que no era otro que su gobierno.
Sin embargo, ¿qué hay de realidad en ello? ¿Es cierto que las logias están detrás de los grandes poderes fácticos que manejan el mundo? ¿En qué consiste esta organización? ¿Cuáles son su origen y sus características? ¿Los gobernantes rinden pleitesía a sus principios? Desde luego, existe mucha leyenda en torno a esta organización, pero, en realidad, no hay ningún tipo de subversión en los objetivos masónicos. Todo lo contrario.
La forma actual de la Masonería, que es la especulativa, surgió el 24 de junio de 1717. Ésta fecha es una convención definida por la historiografía, ya que se trata del momento en que se constituyó la Gran Logia de Londres. Y afirmo que se trata de una decisión convencional porque la mencionada transformación respondió a un proceso mucho más amplio, que permitió el pasó de las logias operativas –aquellas que, según la tradición, entroncaban con los gremios de constructores medievales– a la mera especulación, que es la fórmula que existe a día de hoy.
Pero, ¿por qué se dio este cambio? El investigador mexicano José Luis Trueba Lara indica que esto se produjo porque los masones comenzaron a aceptar entre sus filas a las personas que deseaban homenajear, sobre todo a aquellas que financiaban a la Orden. De esta forma, se integraron en la Hermandad una gran diversidad de personajes, que iban desde aristócratas a burgueses, pasando por profesionales de la más diversa índole. Como consecuencia, “la Cofradía comenzó a perder su cualidad gremial y lentamente se transformó en un espacio abierto a la discusión de nuevas ideas y en donde confluían individuos de los más distintos orígenes y oficios” (Trueba Lara 2007, 46), recuerda Trueba.
En este sentido, “buscaron en la Masonería el lugar de encuentro hombres de cierta cultura, con inquietudes intelectuales, interesados por el humanismo como fraternidad, por encima de las oposiciones sectarias que tantos sufrimientos habían acarreado a Europa la Reforma, por una parte, y la Contrarreforma por otra” (Ferrer, 2005: 32 y 33), explica José Antonio Ferrer Benimeli, uno de los pioneros españoles que, allá por 1972, han estudiado las logias desde un punto de vista académico.
Este proceso de cambio se vio apoyado, además, por algunos hechos adicionales. Entre ellos, se encuentran las variaciones que se dieron durante el Renacimiento. A lo largo de esta época se aportaron nuevas técnicas constructivas y novedosas formas de transmisión del conocimiento arquitectónico, lo que provocó que ya no fuera necesaria la enseñanza gremial, propia de las logias operativas. Así, y ante este cúmulo de circunstancias, las agrupaciones de constructores medievales fueron perdiendo relevancia y los «masones adoptados» ganaron terreno.
El proceso desembocó en la publicación, en 1723, de las Constituciones de Ánderson, redactadas por los pastores protestantes James Anderson y John Th. Désaguliers. Este texto recogió la transformación habida en las sedes masónicas, al señalar que la catedral ya no era un templo de piedra a edificar, sino que era la Humanidad el complejo que se debía diseñar. Esta renovación permitió que dicha organización se convirtiera en una entidad defensora de la dignidad humana, de la solidaridad y de la fraternidad, siendo su principal finalidad alcanzar “el perfeccionamiento moral y cultural de sus miembros mediante la construcción de un templo simbólico dedicado a la virtud” (Ferrer, 2005, 32).
La persecución
Pero, con estos valores, ¿cómo fue posible que se desatara una represión tan cruenta contra las logias? El primer documento oficial que luchó contra los masones se publicó el 24 de abril de 1724. Se trató de la carta apostólica In Eminenti, impulsada por el papa Clemente XII, y donde ya se censuraba a las agrupaciones masónicas. Dicho escrito apareció en un contexto muy determinado, en el que la Ilustración comenzaba ya a imperar en determinados países. Sin embargo, la forma política más habitual seguía siendo el absolutismo, que buscaba tener todo bajo control. De acuerdo a este último pensamiento, se consideró a las logias como un elemento desestabilizador.
En este sentido, Ferrer Benimeli asegura que las condenas del siglo XVIII prohibían las reuniones de masones basándose “en el secreto con el que se rodeaban los miembros de la Hermandad, en el juramento que hacían y en el Derecho Romano en vigor, como sospechosos de ir en contra de la tranquilidad pública” (Ferrer, 2010: 157). Unos argumentos que, con el paso del tiempo, fueron variando. De hecho, durante el siglo XIX se acusó a las agrupaciones masónicas de estar vinculadas con el liberalismo, lo que produjo que fueran atacadas por los sectores políticos y eclesiásticos más conservadores, asegurando que maquinaban contra el Trono y el Altar. Una postura que solo comenzó a variar con la aprobación del Concilio Vaticano II, donde se reconocía que la Fraternidad no iba contra lo religioso…
Sin embargo, la censura hacia la Masonería no solo procedió de las instancias eclesiales. A lo largo de la historia, el poder político también ha atacado a dicha organización. En este sentido, España se ha constituido como un «alumno aventajado». Gobernantes como Carlos III, Fernando VII o el general Franco –con su ya conocido contubernio– han oprimido a la Orden, intentando que las logias desaparecieran del territorio hispano.
Los principios masónicos
Sin embargo, y ante estos ataques, surge una duda: ¿en qué consiste exactamente esta Cofradía, para que la hayan hostigado de esta manera? Responde a la pregunta el profesor jubilado de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, Eduardo Enríquez del Árbol. Este investigador señala que la Orden “persigue la emancipación pacífica y progresiva de todos los seres humanos, es decir, la perfección de los hombres, por lo tanto tiene una proyección social”. Al mismo tiempo, señala que “trabaja sin descanso por el bien de la Humanidad, fundamentalmente por medio de la instrucción, del trabajo y de la beneficencia” (Enríquez del Árbol, 1989, 9 y 10).
Pero, además, las Constituciones de Ánderson, en su artículo primero, no permiten que el iniciado sea ateo. Está obligado “a profesar aquella religión que todo hombre acepta”, por lo que es muy difícil que, si cumple esta condición, al mismo tiempo se constituya como un enemigo de Dios y del Altar. Por otro lado, el artículo segundo de dicha Carta Magna señala que se deben respetar las autoridades legalmente establecidas en cada lugar. “El masón ha de ser pacífico súbdito del poder civil doquiera resida o trabaje, y nunca se ha de comprometer en conjuras y conspiraciones contra la paz y bienestar de la nación ni conducirse indebidamente con los agentes de la autoridad”, señala el documento. “Así que si un hermano se rebela contra el Estado, no se le ha de apoyar en su rebelión, aunque se le compadezca por tal desgracia”, continúa el artículo. Por tanto, tampoco hay querencia por acabar con el orden establecido.
Asimismo, en el artículo VI.2 de las Constituciones de Ánderson se prohíben los debates sobre política y religiosidad dentro de la sede fraterna. Y se hace de la siguiente manera: “no se habrán de promover disputas ni discusiones en el recinto de la logia y mucho menos contiendas sobre religión, nacionalidades y formas de Gobierno”. Con estos postulados, es muy complicado que la Masonería se constituya como una organización que se encuentre detrás de todas y cada una de las conspiraciones mundiales. Sus propios estatutos lo impiden.
En consecuencia, según confirma José Antonio Ferrer Benimeli, la Fraternidad se alza como “una escuela de formación humana que, abandonadas las enseñanzas técnicas de la construcción, se transforma en una asociación cosmopolita que acoge en su seno a hombres de diferente lengua, cultura, religión, raza e incluso convicciones políticas, pero que coinciden en el deseo común de perfeccionarse por medio de una simbología de naturaleza mística o racional, y de prestar ayuda a los demás a través de la filantropía y la educación” (Ferrer, 2005, 38–39). Ni un solo deseo de manipulación y control de la vida política y religiosa…
Bibliografía y fuentes utilizadas
ENRÍQUEZ DEL ÁRBOL, E. (1989). “La Masonería española y la política: ¿objetivos comunes?” En FERRER, J.A. (ed.). Masonería, Política y Sociedad. Zaragoza: CEHME, 1989.
FERRER, J.A. (2005). La Masonería. Madrid: Alianza Editorial.
FERRER, J.A. (2010). La Masonería como problema político–religioso. Reflexiones históricas. Tlaxcala: Fideicomiso Colegio de Historia de Tlaxcala; Comisión Estatal de las Conmemoraciones, 2010 Tlaxcala; Universidad Autónoma de Tlaxcala; Embajada de España, Consulado de España en Tlaxcala; Gobierno del Estado de Tlaxcala.
TRUEBA, J.L. (2007). Masones en México: Historia del poder oculto. México DF: Grijalbo.