Ante todo, y tras este ultrapesimista titular que no augura nada bueno, he de decir que probablemente haya sido uno de los mil millones de niños (tirando por lo alto) que ha disfrutado de forma más intensa las Cabalgatas de Reyes cada año, con toda la ilusión del mundo y todas las ganas que podían caberme en el cuerpo (más pequeñito que el que luzco ahora por motivos obvios).
Llega aquel día en la vida de todo infante que todo se vuelve un poquito más serio. Más duro. Y un poquito más oscuro. El día en que te enteras de… eso. El día en que una persona en concreto adquiere de la forma más tonta un protagonismo amargo en tu vida que no se borrará nunca. Y es que todo el mundo se acuerda de cómo conoció la gran verdad. En mi caso fue Berta, mi mejor amiga de la infancia, la que me hizo un poquito más adulta tirando por tierra unas ilusiones que, a pesar de todo, he de decir que siguen existiendo. Y es que es difícil eliminarlas del todo cuando cada año ves a miles de niños con esas caras en las que no cabe un centímetro cuadrado más de ilusión. Pues bien, ese momento, no especificaré cuál porque nunca se sabe quién llega a leer lo que uno escribe y no quiero tener el peso de por vida de haber sido la Berta de nadie, nos llega a todos. Nos acercamos a nuestros padres intentando que ellos nos borren la duda que ha nacido en nosotros y a ellos no les queda otro remedio que confirmar que, en ese preciso momento, hemos dejado un trocito de infancia a nuestra espalda.
Pues bien, unos años después de haber dado ese paso hacia mi madurez, se me ofreció la oportunidad de participar en la Cabalgata de mi ciudad y acepté.
Formar parte de cualquier Cabalgata de Reyes del país te hace vivir en primera persona escenas preciosas, que emocionan al más pintado (y no, no hablo de Baltasar). La emoción que ves en niños y adultos te hace seguir creyendo un poco en toda la magia que envuelve a esos primeros días de enero pero claro, todo tiene sus sombras.
A pesar de que lo llevo viviendo desde el primer año en el que pude participar en ello, no dejan de entristecerme escenas que se repiten a lo largo de todo el recorrido. A cada paso. Cada año. Pongámonos en situación. En todas las Cabalgatas del país se reparten los archiconocidos caramelos, esos que nadie se come y que se quedan a vivir en los bolsillos de los abrigos de un año para otro pero por los que todo el mundo está dispuesto a pegarse si fuera necesario. Bien, además también se reparten figuritas hechas con globos y es aquí donde puedo aportar mi experiencia, ya que, aparte de ser una experta narradora, también tengo el máster en globoflexia con especialidad en espadas, flores y perritos diversos. Quizás esto me funcione a modo de desahogo o incluso, seamos optimistas con eso de los propósitos de Nuevo Año, sirva para que algún adulto se dé cuenta de lo que hace. Como nosotros no somos privilegiados ni somos colegas de ningún Rey, vamos a pie, no en carroza, y tenemos una visión más cercana de las personas que se colocan a ambos lados de la calle. Podéis imaginar lo vergonzoso que me ha resultado ver en multitud de ocasiones a padres, madres, abuelos y abuelas a los que, tras yo entregarle un globo al niño que se ha colocado al lado del suyo para ver la comitiva, y al alejarme yo un poco tras la entrega, se lo arrebatan como quien no quiere la cosa para entregárselo a su propio hijo o nieto. Igual de vergonzosa ha sido la situación en la que he intervenido para pedirle, por favor, que devolviera el globo a su legítimo dueño, con pocos resultados en algunas ocasiones, y en las que me han increpado que me meta en mis propios asuntos mientras que el niño al que le ha sido sustraído el globo mira la situación con tanta estupefacción que se le olvida echarse a llorar.
Entiendo que acudir con tus hijos o nietos a la cabalgata y que, además, consigan un obsequio que no consiguen todos los demás niños puede suponer un triunfo a nivel personal pero, por favor, no olvidemos que nosotros ya nos hicimos un poquito más adultos después de que nuestra Berta particular nos contara el terrible secreto y, por ello, es nuestro deber alejar a los más pequeños de ese golpe de realidad. No olvidemos que todo esto es por ellos. Lejos de las polémicas por los Baltasares que no vienen de Oriente sino de la fábrica de betún o las túnicas más o menos apropiadas de los tres monarcas. Si nosotros no sabemos comportarnos, ¿cómo esperamos que lo hagan los que nos siguen?