No sabe uno la suerte que tiene de tener pasaporte europeo hasta que no te das de morros con la burocracia que rige los movimientos migratorios en Occidente. Desde el otro lado se tiene la percepción de que nuestros acomodados países son destino fácil para inmigrantes. Que la inmigración ilegal es tan sencilla como ir al Viejo Continente de vacaciones y quedarse allí de manera irregular en cuanto a papeles se refiere. Aquí la palabra sencillo ya pasa por alto que el acceso al importe de un billete de avión es harto difícil de de conseguir para el africano medio. Pero hay muchas y decisivas trabas más en todo el proceso.
Fue la primera vez que pisé África cuando me di cuenta de que las embajadas y consulados y sus funcionarios de turno son un sinsentido tan grande como los sueldos que cobran.
Decidimos que el verano sería una buena ocasión para que Malick conozca a mi familia. El negocio de venta de telas africanas con Eva parece que arranca y tenemos pensado hacer temporada festivalera por la península para hacer algo de dinero. Mi primo José ha decidido dar el paso y darse el “sí quiero” con Patri. Estará toda la familia reunida, será mi 30 cumpleaños y la abuela no para de repetirme que no quiere morirse sin antes conocer a Malick. Mi madre ya lo conoce en persona y el “adelante” materno me da aún más fuerzas para consolidar una relación que he tenido clara desde el primer segundo en que su mirada se cruzó con la mía.
Paso uno: Emitir una carta de invitación desde España. Lo que se traduce a pagar 90 euros en la comisaría española de turno por una cartulina de color amarillo en la que se detalla que la persona X, ciudadana española, invita a la persona Y a pasar unas vacaciones en su casa de tal a tal fecha.
Paso dos: Esa cartulina amarilla tiene que llegar hasta la persona Y. El documento original, nada de copias. Suma paquetería urgente y añade la búsqueda de alguien que disponga de código postal en un país en el que ni las calles ni las casas están numeradas. Opción B, tira de amigos que casualmente viajen hasta el país donde reside la persona Y para que hagan de mulas burocráticas.
Paso 3: ¡Qué alegría, qué gozo! Cartulinita amarilla y la tan oída por estos lares “carta de invitación ya en manos de la persona Y. Imprimir documento de solicitud de entrada al espacio Schengen, es decir, una misma solicitud para entrada a una lista de países europeos que se rigen por comunes criterios en cuanto a inmigración se refiere. Rellenar las cuatro hojas de la solicitud con todo tipo de datos personales, motivo de la visita, el nombre de tus padres, el de tu jefe y un largo etcétera.
Paso cuatro: Reunir la documentación requerida para poder empezar el proceso de solicitud de entrada. Carta de invitación (cartulina amarilla) aparte, el lote se compone de billete de ida y vuelta, seguro médico y de viaje, certificado de penales, las nóminas de los últimos tres meses, extractos bancarios de la cuenta de la persona Y, contratos de alquiler de casa o propiedad y una carta manuscrita explicando por qué quieres viajar a ese país .Y, aquí viene la madre del cordero, “toda documentación que el solicitante considere necesaria para acreditar que tiene intención de abandonar el país una vez superadas las vacaciones”.
Idas y venidas, papeleos en un país donde a la hora de imprimir documentos la impresora de turno no tienen tinta porque no hay dinero para un cartucho; oficinas bancarias donde te hacen pagar 800 dalasis o el sueldo de un mes de un profesor por tener tus extractos bancarios, eso sí, con papel oficial venido desde la capital por aquello de ser creíble y digno ante la Embajada española.
Taco de papeles que se revisan una y otra vez para asegurarse de que todo está en su sitio y correcto. Toca presentar el lote en la embajada española. Y resulta que en Gambia no hay tal embajada española. Dakar, capital del país vecino de Senegal, es la siguiente parada. Buscas la dirección en internet y te quedas con cara de póker al saber que este tipo de solicitudes ya no se presentan en la misma embajada. Que existe una empresa privada que se encarga de la recepción de papeles y que ésta las envía hasta la embajada. La web del Ministerio lo vende como una solución a las largas colas de inmigrantes que se amontonaban día y noche en la puerta de la Embajada y en un acto de generosidad y velar por unas condiciones dignas a la hora de entregar documentación. El tiempo y la experiencia personal desvelarán más tarde que la tal empresa es un eslabón más de un engranaje de corrupción y dinero fácil. Una manera también de no afear la pulida y blanca fachada de la Embajada española en Dakar.
Gambia es un país dividido por el río que le da nombre. Para ir a Dakar o estás en el lado norte o te toca cruzar el río con el ferry. Y eso es de todo menos divertido. Un amasijo de hierro que cuenta con más de cincuenta años y que tarda el triple de tiempo en alcanzar la otra orilla. Mujeres, vacas, ovejas, gallinas, camiones y colas interminables que dan un toque colorista y costumbrista si del capítulo de una guía de viajes se tratase, pero que cuando resulta ser el capítulo de una historia personal lo único que te ronda una y otra vez en tu cabeza es un “¿para qué tendremos una oficina consular en Gambia?”
Alcanzada la otra orilla toca darse codazos para coger sitio en un autobús público que te lleve hasta la frontera. Allí los sept-place, coches de siete plazas, hacen el trayecto directo hasta Dakar. Siete horas y cientos de kilómetros sin asfaltar.
La entrega de documentos en la empresa privada VFS es con cita previa, con lo que el solicitante debe calcular el tiempo que invertirá para cruzar el ferry, tener en cuenta las mareas que a veces atrancan el amasijo de hierro, coger sitio en el autobús, cruzar la frontera y los imprevistos mecánicos de los sept-place. Un acto de previsión que sería más o menos sencillo en Europa pero que aquí en África resulta complicado no, lo siguiente. La solución, salir con tiempo, mucho tiempo. Como un día y medio antes de casa. Con la mochila llena de víveres como quien se adentra en una aventura a lo desconocido.
Llegada a Dakar. Taxi hasta la empresa. Seguridad en la entrada y control antiarmas. Entregar el lote de papeles, otros 70 euros. A pachas entre la Embajada española y la empresa. En total unos diez minutos entre pasar el control de seguridad de la entrada y entregar la documentación. Muy rápido y eficiente tal y como publicitan en la web del Ministerio. Y el solicitante “Y” emprende de nuevo la travesía hasta Gambia. Esta vez sin pasaporte porque la la empresa y la embajada le retienen hasta que se le da una resolución a su solicitud. Una semana en un hotel en Dakar es prohibitiva para cualquiera de los que solicitan la visa, así que el camino de retorno a Gambia, aunque cansado, encierra un pequeño suspiro por haber cerrado la primera parte de un proceso que es más parecido a una gimcana que a la preparación de unas vacaciones con tu novia.
A la semana, a Dakar de nuevo. También con hora concertada. También con cálculos de tiempo con tintes adivinatorios. El viaje es de cosquillas en el estómago y de dudas. ¿Será que sí o no?
Control de seguridad de nuevo y la chica senegalesa del mostrador te entrega un sobre enorme en mano, marrón y con sello oficial de la embajada española. Mientras te lo da te mira a los ojos y te dice que no lo has conseguido. Que quizás haya más suerte la próxima vez.
Y suena el “clink clink” de caja registradora y en tu mente repasas y confirmas que toda la documentación que requerían la has presentado. Abres el sobre y ves que la casilla marcada con una “x” es la de que “no queda probada la intención de abandonar España”. Te preguntas cómo puedo uno probar “una intención”. Abdul, otro chico gambiano con el gran sobre marrón mueve su cabeza en forma de negación.
“Clink clink” de caja registradora de nuevo.
Y a correr hasta la estación de sept-place para emprender las siete horas de camino cuanto antes, cruzar la frontera y llegar a tiempo para coger el último ferry antes de que anochezca y siempre y cuando las mareas lo permitan.