Para todos los atletas de todos los niveles que han invertido en el deporte tanto tiempo, han pasado incontables horas en el estadio para los entrenamientos, han probado el éxito y los fracasos, han experimentado la alegría y la frustración, la actividad deportiva no solo forma parte de su vida, sino que constituye toda su vida. Para muchos atletas, la retirada no solo significa la pérdida de contacto diario con el deporte, sino que también crea una preocupación por el futuro, una confusión sobre el papel que tiene que adoptar como un ciudadano común, dejando atrás el atleta. Claro que algunos tienen planes para la vida después del deporte, pero otros se encaminan hacia lo desconocido.
El deportista, atrapado en las obligaciones que impone su profesión, en la gloria efímera, la aceptación social y la necesidad de la supervivencia económica, no puede aceptar que en algún momento tiene que dejar de hacer lo que ama, lo que está acostumbrado a hacer, lo que sabe hacer. Está tan concentrado en su carrera que no piensa nada más allá. Se encuentra por lo tanto en una situación en la cual está lleno de recuerdos, tal vez medallas y honores, pero débil económica, profesional y personalmente para enfrentar el resto de su vida.
Sin embargo, esta decisión es inevitable debido a las lesiones frecuentes, el continuo descenso en el rendimiento, la falta de durabilidad a medida que pasan los años y la perdida de placer, factores que hacen la recepción de la presente decisión tan dolorosa como precipitada y forzada. Sobre todo, la decisión resulta difícil ya que los atletas no tienen otra función social, dado que el deporte y sus demandas no les dejan tiempo para desarrollar actividades paralelas. Además, la gran mayoría de los atletas tienen que enfrentar el problema de la supervivencia cuando dejan el deporte competitivo, ya que sus salarios no son siempre suficientes para poder ahorrar dinero para su vida posterior.
Es preciso añadir que lo más triste de esta realidad es que, durante los años de su carrera, los deportistas experimentan una demostración de interés desde el Estado, la federación, el entrenador, los periodistas, los patrocinadores o los aficionados que desaparece cuando él o ella abandona el terreno del juego. Toda esta pérdida de "gloria" crea una sensación de incertidumbre en la psicología del deportista, que se convierte en un producto que ha dejado de vender.
Estudios han demostrado que los atletas retirados pueden sufrir depresión y otros problemas mentales y son más propensos al abuso de sustancias, desórdenes alimenticios y problemas físicos que otros profesionales en general.
Sin embargo, y a pesar de los programas psicológicos que se han creado para facilitar la transición del atleta en la próxima etapa de su vida después del deporte competitivo, es responsabilidad del propio deportista combinar la educación con el deporte, con el objetivo de prepararse para cuando llegue este difícil momento. Quizá sea el último indicador de su profesionalidad, el ultimo reto.