La orden de los caballeros de Malta ha seguido los destinos del país, desde su infeudación en la isla por order de Carlos V, aprobada por el Papa Clemente VII, que en la práctica concedió Malta a la orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, creada originalmente para cuidar a los peregrinos en tierra santa y que posteriormente se transformó en ejército, banco y sistema de administración.
La orden fue expulsada de Jerusalén y se transfirió en parte a Rodas, ocupando la isla. El 2 de enero del 1523, la orden derrotada dejó Rodas y en el 1530 se establecido en Malta para ser nuevamente expulsada, esta vez por Napoleón en 1798, el cual hizo un pacto con los caballeros: ellos dejaban las Islas de Malta, Gozo y Cumino y Napoleón usaría todo su poder para encontrarles un nuevo lugar donde establecerse.
Desde 1530 hasta 1798, la orden protegió Malta contra todo tipo de invasiones, rechazando las tropas turcas, numéricamente superiores en 1565, trasformando, además, la isla en un fuerte. El dato importante es que esta, la orden, definió el carácter y la identidad de Malta hasta el día de hoy.
La isla es fervientemente religiosa y, girando en un círculo de 360 grados, uno ve iglesias, conventos, monasterios y basílicas por todos lados. La concentración de templos religiosos es más alta que en Italia y que en Roma, haciendo de la religión católica el fundamento de la identidad nacional e histórica de país, que geopolíticamente fue la punta de diamante del mundo cristiano en el mundo musulmán y hoy representa la línea de demarcación.
Ser cristiano en Malta significa no ser musulmán, no ser parte del sur olvidado de África ni del este del Mediterráneo. Y para entender Malta hay que impregnarse de todos los conflictos entre estas dos culturas, que hoy día desgraciadamente vuelven a llenar las páginas de los diarios. Malta tendría que redefinir su papel histórico y convertirse en puente entre las dos orillas del mar. Para hacerlo, debería distanciarse de su pasado y redefinir su identidad, tener el coraje y la visión de mirar hacia el sur, hacia el este y hacia adelante. Si así fuese, Europa y el mundo tendrían mayor necesidad de Malta. La empresa no será fácil, pero tampoco imposible, y si Malta no es puente, será el último bastión de un continente que se encierra en sí mismo en vez de dialogar.