“El amor no necesita ser entendido, sólo necesita ser demostrado”, Paulo Coelho.
Hace tiempo os dije que escribiría sobre el amor, que no dura para siempre y que es más difícil de mantener de lo que nos tienen acostumbrados. Porque el “Fueron felices y comieron perdices” de los finales de los cuentos se queda ahí, en los cuentos. La pasión, las mariposas o como queráis llamarlo no, no duran para siempre; son cíclicas, van y vienen. Lo bonito del amor es darte cuenta de que la persona que tienes al lado va a ser tu compañero de vida porque se ha convertido en otra parte fundamental de ti, de tu todo.
La fórmula para conseguir tener pareja es sencilla: chico gusta a chica + chica gusta a chico = chimpúm, para adelante. Pero, ¿qué pasa cuando esa relación sigue y hay que mantener viva la chispa o la magia del amor?
Al principio, todos mostramos nuestra cara más atrayente, más simpática y más seductora porque, al fin y al cabo, nuestro objetivo es encandilar a la otra persona con nuestro lado más cautivador. Con el paso del tiempo, es realmente cuando dejamos ver nuestro verdadero yo y es el momento en el que o se consolida la relación o cada uno se va con su padre y con su madre.
En el amor no todo el monte es orégano. Las personas tendemos a crearnos pelis mentales de lo bonito que será nuestro mundo laboral, nuestra relación sentimental o nuestra vida en familia poniéndonos los listones demasiado altos. Así pasa que luego las cosas no salen como las tenemos planeadas y vienen los llantos... (Personalmente, soy de las que no creen en las contemplaciones, pero por ninguna de las dos partes). No hay que culparse exclusivamente a uno mismo, también es verdad que los prototipos que la sociedad actual nos marca poseen unas expectativas de vida demasiado altas, irreales e inalcanzables. Y, por supuesto, en el amor no iban a ser menos.
No tanto como expectativas, pero sí como ejemplos de vidas amorosas imposibles de imitar o seguir. Eso de levantarte por la mañana mientras las primeras luces del alba se cuelan por vuestra ventana y al girarte ves a tu príncipe azul, bien peinado, oliendo a Esencia de Loewe y con tu desayuno en una bandeja que soportan sus musculosos brazos se quedó en las novelas ñoñas y pastelazos de sábado por la noche. Porque no, no todo va a ser tan chachi ni tan pluscuamperfecto. Puede que alguna mañana (por un aniversario, una noche loca o una pedida) sí te sorprendan con un desayuno en la cama, pero no va a ser lo habitual. Y vuelve a leerlo: no va a ser lo habitual. Así que reeduquémonos y dejemos de esperar tanto de nuestra pareja y de la gente, que nuestro gran handicap es ese, el esperar y exigir tanto a tantos.
La vida en pareja tiene momentos maravillosos, por supuesto, pero también está el lado opuesto, el lado de “la Triple D”: decepciones, discusiones y dramas. Si por fin encuentras a una persona que te hace feliz y que vale realmente la pena, hay que ser lo suficientemente maduro para tirar hacia adelante con todas las consecuencias y con la Triple D, que de todo se aprende y de todo se sale. Si realmente no tiene nada que ver contigo, es tan sencillo como apagar e irse.
Si tu decisión es seguir hacia adelante, hace falta tener la capacidad de saber aceptar a tu pareja tal cual es y de no intentar modelarla al perfil que cada uno nos montamos en nuestras cabezas, pensando que es lo perfecto o lo ideal para nosotros. Ni siquiera nosotros somos tan ideales…