“Ningún hombre debería tratar de obtener beneficio a costa de la ignorancia de otra persona”, Cicerón.
Este mes vengo a hacerme eco y a quejarme por activa y por pasiva del ensalzamiento que los medios de comunicación hacen de la incultura. Sí, lectores, estoy muy cansada de consumir medios en los que se jactan de lo incultos que son sus colaboradores o invitados y encima se lucran y llenan sus bolsillos a base de ello. Ya está bien.
Todo esto viene a colación de una conversación que escuché hace unos días mientras viajaba en metro. Una colegiala de unos quince o dieciséis años y vestida con el uniforme de su instituto charlaba con su madre en los asientos contiguos al mío. Discutían acerca del futuro de la joven adolescente, quien defendía concluir sus estudios de secundaria para después intentar hacerse un hueco en algún programa actual de la televisión. Su madre, ante la revelación de su hija, le preguntó si no tenía ninguna otra inquietud en su vida o si tenía algún sueño en cuanto a una profesión en cuestión. A lo que su hija le contestó que para qué, si independientemente de para lo que se formara terminaría trabajando en cualquier otro empleo y ganando mucho menos dinero.
Y digo yo, ¿hasta dónde hemos llegado para que los jóvenes y adolescentes de nuestro país vean en programas de televisión a sus ídolos y modelos a seguir? Y no hablo de cantantes, actores o artistas de cualquier índole, ojo; me refiero a que estos adolescentes tienen como ejemplos o patrones a jóvenes sin preparación alguna que aparecen en programas de telebasura y son el cachondeo de quienes manejan los hilos para conseguir un mayor beneficio económico. Estos mismos son quienes los van distribuyendo de programa en programa y quienes les consiguen los respectivos eventos nocturnos a los que acudir, donde por pasearse y hacerse una veintena de fotos, en cosa de un par de horas llegan a hacerse con una hucha considerable.
Todo esto es totalmente público, es decir, cualquier adolescente sabe lo que se desarrolla en este tipo de programas. Resulta muy complicado convencer a un quinceañero de que se siente a estudiar y haga algo de provecho cuando una tarde sale con sus amigos a comer una hamburguesa y quien se la sirve tiene dos carreras, dos Máster y habla tres idiomas. Pero hay que hacerles ser conscientes de que lo que realmente triunfa en el futuro es formarse y tener un buen colchón académico al que agarrarse por si se diese el caso de que se viesen obligados, y no de otra manera, a tener que buscarse las castañas en otros mundos.
¿Tanto se han devaluado los estudios superiores para llegar a estos extremos? ¿De verdad estamos dispuestos a que las nuevas generaciones dejen de prepararse académicamente y seamos muchas más las víctimas de este sistema? Ni hablar.