La modernidad nace con la posibilidad de romper social y económicamente con el origen personal, el pasado y se consolida con la liberación del individuo, que actualmente puede y debe “elegir” en algunas partes del mundo, qué ser y no ser en relación con su vida y valores: puede elegir su identidad, su sexo, sus comportamiento, su educación, su vestimenta, su dieta y su grupo de pertenencia, porque la modernidad por un lado es libertad individual y por otro, la destrucción de todas las referencias preestablecidas que determinaban la vida del individuo.
Así como existe la modernidad, existe también la anti-modernidad y su expresión más brutal es el califato y todas las formas de fundamentalismo, que pretenden atar al individuo a sus orígenes, sus raíces y pasado, borrando de golpe cualquier forma de libertad.
Hoy podemos elegir casarnos o no, ser solteros o casarnos con una persona del mismo sexo o tener una relación abierta o cambiar de sexo. Podemos ser ateos, religiosos, agnósticos o cambiar de religión y volver a hacerlo. Podemos dejar atrás nuestro país y convertirnos en ciudadanos del mundo. Podemos eliminar cualquier limitación y ser como queremos ser libremente. Pero esta libertad tiene un precio: somos nosotros los únicos responsables de nuestro destino. Nosotros y solo nosotros, desprovistos de cualquiera excusa.
Un indicador del grado de modernidad es la movilidad social, que en algunos lugares y países es alta y en otros, casi inexistente. Las nuevas tecnologías también nos empujan hacia la modernidad, ya que unas décadas atrás, la amistad y los contactos sociales, estaban determinados por la geografía y esta cadena existencial se ha roto completamente. Ya no existe la ley de la proximidad, que determina al individuo a partir de su contexto social de origen. Hoy somos libres y cada vez más libres, con todo el peso que esto implica.
Yo estoy por la modernidad, lucho por la modernidad, la defiendo y me opongo a toda obstrucción de las libertades personales, declarando que el individuo es por definición el responsable de su vida, de sus valores, de sus preferencias, de su modo de ser y, en cierta medida también, de su destino. Con esta posición, sin ser mujer, defiendo el feminismo; sin ser homosexual, defiendo los derechos de los homosexuales y la posibilidad de cambiar sexo. Defiendo el derecho a creer o no creer en nada. El derecho inalienable a la educación, a la salud y a la vida, como también el derecho a la eutanasia, a ser madre, padre, a adoptar o abortar, porque detrás de la modernidad, existe una proclamación no declarada: el individuo es libre, completamente libre y siendo libre es un semidiós y, siendo así, es su propio y único arquitecto.
El mismo nombre: modernidad, implica un andar hacia adelante, un abrirse paso y afrontar el futuro con la mente y los ojos bien abiertos. La modernidad no tiene y no puede tener un contenido predefinido, porque la modernidad es apertura total hacia lo nuevo. No es un estilo o una moda, sino una actitud que convierte el tiempo en un espacio, que nos permite realizar todas nuestras ideas, nuestros proyectos y sueños. La modernidad se inicia cuando dejamos atrás el pasado y nos liberamos de todo lo que no nos sirve para caminar ligeros. Uno es moderno si permite que todos sean modernos y siguán sus propias pautas sin prejuicios ni frenos.