Aunque votar por primera vez en un lugar nuevo llega a ser intimidante, también ayuda a sentirse parte de esa nueva sociedad.
En mi familia votar es casi una tradición. Desde pequeña veía a mis abuelos, tíos y padres discutir sobre partidos políticos, sobre colores electorales y sobre lo que ellos consideraban bueno y malo de las contiendas tanto municipales como nacionales.
Desde pequeña esperaba con ansias el momento en que mis padres me llevaran a verlos votar y a medida que fui creciendo ya no podía esperar el día de alcanzar la mayoría de edad para poder hacerlo yo misma. Y claro, en aquellas épocas no me imaginaba que algún día iba a acabar votando en elecciones de otro país que no fuera en el que nací.
Votar en Colombia para mi fue algo casi como instintivo, porque desde pequeña veía las papeletas, mis padres me explicaban qué había que hacer y el procedimiento era algo familiar. Tal vez por esto fue que sentí tanto estrés al hacerlo en otro sitio en donde era diferente y del que nadie nunca me había explicado nada.
En mi país natal, cuando se acerca el tiempo electoral, el documento de identidad se inscribe en el sitio más cercano al hogar para votar y las elecciones son de marcar con una cruz los candidatos, listas o partidos que uno quiere que estén a cargo de la política local y nacional.
En España es un poco diferente, se vota en el sitio más cercano al lugar que se tiene como domicilio en el documento de identidad y las mesas de votación están organizadas de acuerdo a las calles de la ciudad. Así, el lugar exacto en donde hay que votar lo compartes con los vecinos.
Más diferencias: mientras que en Colombia en la mesa de votación te dan una hoja, de diversos tamaños dependiendo del tipo de elecciones que sea, para marcar con una X en la cara del candidato o del logotipo del partido político; en España se pone la lista del partido dentro de un sobre que es el que se mete en la urna.
Aquí la mayoría de los partidos envían por correo los sobres, las listas y las propuestas, así que cuando llega la hora de votar se puede ir con la tarea hecha y solo se tienen que poner en las urnas, después de haberte identificado, claro está. Aunque yo conté con la mala suerte de que solo me llegaron tres y de partidos a los que no iba a votar, así que tuve que hacer todo en la mesa.
Después de pasar del casi sentimiento paranoico de que todos los miembros de la mesa miraban que lo estuviera haciendo bien, recogí mi documento y salí del colegio electoral con la buena sensación del deber cumplido y de haber superado un reto más en la vida.
A pesar de los nervios de ejercer la tarea del voto en un sitio nuevo, que funciona diferente en varios lugares del mundo, y el pequeño miedo que se tiene por la idea de tener cierto poder sobre el futuro de un lugar en particular, estas experiencias también ayudan al sentimiento de integración con un nuevo lugar.