Madurar es entender que las decisiones difíciles suelen ser las mejores. Madurar es aprender a reír de las situaciones, pero tan solo de algunas de ellas. Aunque me haya ido, sé que todavía estoy allí, para bien o para mal, por los que amo y por los que ya no tanto, aún estoy allá.
Muchas veces siento que estoy más allá que acá, y no con ello quiero decir que tenga el don de la omnipresencia, pero es que tan solo un par de meses han transcurrido desde que inicié esta aventura, una que ya muchos de ustedes conocen: irme de Venezuela para empezar de nuevo en otro país. Mudarse, emigrar, recoger tus macundales y huir por la derecha es una decisión complicada, psicológica y físicamente.
Recuerdo cuando realicé la entrevista para ser articulista de este diario, simplemente quería escribir de cine, un tema que realmente me apasiona; pero como muchas otras veces, las decisiones llegan, se postran y se deben elegir. La necesidad de contar nuestra historia nos hace humanos.
Sé de los suplicios que sufren todos los que he dejado físicamente atrás, las vejaciones e inconvenientes que soportan día tras día. Sé de la desesperación que sienten muchos y la ansiedad por dejarlo todo y largarse del país. “Me voy y allá veré”, “Esta vaina no sirve”, “No voy a ser un número más” –haciendo referencia a no formar parte de la estadística de muertes violentas–, son una de las tantas frases que se repiten muchos. Lo sé, porque yo las repetí hasta el hartazgo. Pero afuera no es ningún paraíso.
A ver, antes de que comiencen las concentraciones con antorchas en mano y picas que reclamen mi cabeza, aclaro: emigrar es una decisión personal y miles de variables se deben tomar en cuenta. Estar fuera de tu país, sea legal o no tanto, es doloroso. Una cosa es hacer vida de turista y otra muy distinta es independizarte por completo y entender que hay facturas que pagar –algunas cosas que en tu vida hubieras imaginado que tus padres costeaban-. El clima no te tratará con cariño por ser el nuevo, más bien te atacará con lo que tiene y hasta lo que no; de seguro serás el portador de malas noticias y contigo llegará el invierno más helado o la primavera más lluviosa que ha vivido esa tierra desde que a Colón se le ocurrió ver que había tras el horizonte. Pararte cada mañana para buscar empleo y regresar a casa con un zumbido unísono en los oídos por tantos noes y puertas que te tiraron en la cara, forma parte de este proceso.
No todo es malo, ¿vale?; si lo fuese, no estuviese acá. Más allá de los matices jocosos que he desperdigado por estas palabras, todo queda bajo las cavilaciones nocturnas de aquellos que me leen; por lo que me permito parafrasear –profanar dirían mis profesores de literatura– unas palabras de Shakespeare que trascienden en el tiempo: irse o quedarse, he ahí el gran dilema.
Si se aventuran, si se atreven a dejar todo atrás, acá los espero. Quizás no estaremos en la misma ciudad, siquiera en el mismo continente; pero intrínsecamente sabremos que no importa lo lejos que podamos estar, no importan los desagravios y éxitos que tengamos –porque ambos los vamos a tener-, esa gran parte de nosotros seguirá estando por allá.