Durante la Feria Internacional del Libro de Fráncfort en 2009 se entregó el premio literario Liberaturpreis, otorgado por el Centro Ecuménico de esa ciudad. El galardón está dirigido únicamente a autoras de Asia, Africa y Latinoamérica. En aquella ocasión, la ganadora fue Elizabeth Subercaseaux (Chile) por la novela Una semana de octubre (1999), la cual se editó en Alemania bajo el nombre de Eine Woche im Oktober (Pendo Verlag, 2008). Durante su estancia en Fráncfort, en el mismo año, conversé con ella y me concedió una entrevista que paso a presentarles. Toqué varios aspectos relacionados con sus obras. Pero principalmente quise saber su opinión sobre temas políticos y qué experiencia le había quedado de la dictadura del General Augusto Pinochet en Chile (1973-1989). Elizabeth Subercaseaux fue la única periodista chilena a quién el General Pinochet le cedió un reportaje cuyo contenido revisó él mismo. La autora nos cuenta al detalle la historia de ese libro Ego sum Pinochet (1989): un documento histórico sin precedentes en la historia política de Latinoamérica.
Estimada Elizabeth Subercaseaux, antes que todo deseo reiterarle mis felicitaciones por el premio recibido. ¿Cómo ha tomado este reconocimiento a su trabajo?
Para mí ha sido realmente importante. No solo porque da un nuevo ímpetu a mi carrera literaria, sino porque este premio proviene del país de mi madre. El país de la mitad de mi familia, de la mitad de mi misma: Alemania. Y otra cosa que me ha impactado del premio es que proviene de los lectores. No hay nada que dé mayor alegría a un escritor que eso.
La novela motivo del premio revela la confidencia de una mujer que rompe con la moral. ¿Es una forma de expresar lo que a la protagonista le hubiera sucedido si siguiera viviendo? ¿No cree que el orgullo del hombre “latino” queda herido de alguna manera?
Los hombres en Latinoamérica se sienten muy “dolidos” cuando su mujer se va con otro. Pero cuando ellos se van con otra mujer, algo que pasa por lo demás todos los días, nunca se supone que la dolida sea la esposa. La esposa debe “aguantar” y el marido, en cambio, puede darse ciertos “lujos” porque mal que mal es hombre, proveedor, patriarca. Es un doble estándar inaceptable, a mi juicio. Y, en el caso de esta novela, yo no considero que la mujer rompa con la moral. Lo que hace, en realidad, es ubicar un espacio donde ella pueda sentirse viva, amada, deseada. No sé si eso sea romper la moral o hacerse cargo de un derecho fundamental, tanto para una mujer como para un hombre.
¿Qué tan difícil fue practicar el periodismo casi clandestinamente durante el gobierno del General Augusto Pinochet?
Fue terrible. Se adueñó de Chile. Creó un estado de terror y los periodistas lo sentimos en carne viva. A un compañero nuestro, José Carrasco, lo degollaron, a otros los detuvieron, los exiliaron o están desaparecidos hasta hoy. A varias colegas, incluida yo, nos golpearon. En fin, fue todo lo terrible que son siempre las dictaduras. La censura de prensa funcionó a todo vapor durante los diecisiete años de Pinochet y eso para un periodista es espantoso, pues ¿Cómo se cuenta la noticia si las alternativas son maquillarla, suprimirla o caer presa?
El General parece desconocer algunos hitos históricos. ¿Cuál fue su primera impresión después que lo entrevistó?
Pinochet era un mentiroso. Negaba todo atropello a los derechos humanos. Y cuando reconocía lo que él llamaba “excesos”, culpaba a los “violentistas de izquierda”. Mi impresión de Pinochet, después de entrevistarlo, es que estaba al tanto de cada hoja que se movía en Chile, de cada crimen, de cada censura, de cada atropello a los derechos de los chilenos y chilenas. Una vez encarado a sus crímenes mentía totalmente. No había contrapeso a su poder, estaba respaldado por toda la prensa de derecha, por el empresariado, por el gobierno de Estados Unidos. Entonces podía decir lo que le diera la gana, hacer lo que le diera la gana y quedar como quedó hasta el mismísimo final de su vida: totalmente impune.
Generalmente los dictadores, por su misma ignorancia, dejan relucir inconscientemente su soberbia, ¿Fue también el caso de Pinochet?
Así es. Pinochet demostraba esa misma arrogancia que ofrenda el poder a quienes lo detentan sin ningún límite y además se sentía intocable. Prueba de ello es que se fue tan campante a Londres, para operarse de la espalda, sin pensar por un minuto que la justicia internacional podría requerirlo.
¿Existe alguna edición completa “sin cortes” de Ego sum Pinochet? Me refiero a la extensión total de la entrevista, sin edición ni censura.
Sí, existe una versión que Pinochet nunca revisó y yo misma he estado muchas veces tentada de publicarla. No lo hago porque no me parece ético publicar algo que no fue lo acordado con él. Sin embargo, hay gente que me ha dicho que la versión “sin cortes” de “Ego Sum Pinochet” es un documento invalorable y yo también les encuentro razón. Tendrá que pasar algo más de tiempo. Veremos cómo se va moviendo la historia para decidir si corresponde o no publicar la versión antes de la revisión de Pinochet. Conviene aclarar, eso sí, que Pinochet revisó los originales delante de Raquel Correa, la colega con quien hicimos el libro (yo estaba en Estados Unidos). Nos consta que nunca se llevó el manuscrito a su casa o lo puso en manos de ningún asesor suyo.
¿Su salida de Chile se debió a alguna amenaza militar?
No, de ninguna manera, Yo salí de Chile en 1989, una vez que la dictadura ya había caído y me fui por razones enteramente personales.
¿Qué impresión da sentirse perseguido o impedido de sus libertades en su propio país?
Es una sensación a la cual jamás te acostumbras, mucho menos si eres chileno y has vivido en un país de tradición democrática tan fuerte como el nuestro.
¿Hubo en su entorno algún tipo de persecución anterior? Tengo entendido que su familia llegó a Chile perseguida por la dictadura nazi.
No, no hubo persecución anterior en mi familia. Mi madre, que era alemana, llegó a América escapando de los nazis, pero no porque fuera perseguida sino por razones ideológicas. Ella detestaba el régimen nazi, fue una opositora férrea a Hitler.
Luego de tantas experiencias de vida, ¿qué concepto tiene de los organismos militares?
No sé si decirte que para mí el paraíso terrenal sería un mundo sin militares. Eso responde a tu pregunta.
¿Por qué nuestro continente, Latinoamérica, tiene la tendencia a convivir con las dictaduras?
Porque somos el patio trasero de Estados Unidos. Lo que les conviene a ellos casi nunca es lo que conviene a nuestros pueblos. Estados Unidos apoyó, o colocó o promovió una y cada una de las dictaduras militares latinoamericanas. Ser dependientes de un imperio ha sido nuestra lacra.
¿Cree que ha habido alguna dictadura “menos dañina” en Latinoamérica?
Categóricamente, no. Yo creo que no hay dictadura buena. La democracia no es ni mucho menos un sistema perfecto, pero hasta ahora no se ha descubierto otro mejor.
¿A qué le atribuye el fenómeno de -a pesar de las barbaries cometidas- los defensores de Pinochet (en Chile), los de las Juntas Militares (en Argentina) y los fujimoristas (en Perú)? ¿Cree que son producto de un mismo fenómeno social?
Lo atribuyo a que tanto en Chile, como en Perú y Argentina sigue habiendo gente muy fascista. Los fascistas siempre apoyarán a las dictaduras militares de la derecha porque los representan y representan sus intereses.
¿Qué es lo que nos comunica en su último libro?
Esta novela es un retrato de la sociedad chilena, extremadamente clasista, donde las clases sociales no conversan, no se comunican. Cada una vive en su burbuja, descalificándose las unas a las otras, un verdadero lastre en Chile. Aquello no se ha superado con el tiempo. Por el contrario ha aumentado, pues a la histórica división por clases se ha sumado la arrogancia del dinero. Los nuevos ricos contribuyen a hacer aún más hondas las terribles diferencias socio-económicas que persisten en mi país.