Más de un año después de los actos de terror y sadismo desencadenados por Hamás contra los kibutzim israelís el 7 de octubre de 2023, la diplomacia global, la institucionalidad internacional y la capacidad disuasoria de los hegemones occidentales han presentado graves fallos que llevan a cuestionar el sentido de la diplomacia. Estos fallos no afectan únicamente a los actores involucrados en el conflicto, sino que también tendrán efectos de enorme repercusión en la imagen de las potencias occidentales en adelante.
Estados Unidos de hecho, ha presentado un declive en la influencia y capacidad de resolución de conflictos desde su diplomacia, que ya no es realista sino idealista, incapaz de establecer presión efectiva sobre Israel para minimizar los daños de la respuesta militar contra población civil. Y de la misma manera que sucedió con Estados Unidos en la invasión sobre Irak en marzo de 2003, Israel con la invasión y acciones directas con múltiples daños colaterales en Gaza, ha perdido su poder de influencia cultural global. Por lo cual, se ha convertido en justificación de la radicalización de la extrema izquierda en Estados Unidos y en muchas partes del mundo occidental, situación propicia para cultivar agentes de infiltración en instituciones y para demoler la imagen civilizatoria occidental.
Sin embargo, se debe considerar que cuando se ha perdido la opción diplomática y la violencia se ha desbordado, es un error plantear diplomacia sin considerar el carácter irracional por parte de los actores iliberales. Esto es, comprender que la obstinación de negociar diplomáticamente con mentalidades terroristas como las de Yahya Sinwar son un sinsentido, porque el radicalismo no busca un punto beneficioso entre partes, sino la suma cero. La diplomacia de hecho, fue construida y perfeccionada en las democracias occidentales, en estas se consideraron los avances de los derechos civiles, de las negociaciones en torno a beneficios compartidos y desde una óptica mayoritariamente realista e idealista en menor proporción.
Y debido a que la diplomacia del siglo XX fue mayoritariamente realista, se limitaron y minimizaron las posibilidades de escenarios de confrontación nuclear. En tanto que, en el presente la diplomacia norteamericana es profundamente idealista debido a la influencia liberal que ha permitido enormes fallas permisivas e incapaces de frenar y revertir los procesos autoritarios en gran parte del mundo. Esto, debido principalmente a su negación de la realpolitik, la cual busca consideraciones practicas más que ideológicas, las mismas que permiten minimizar los peligros que representan actores sobre ideologizados o profundamente convencidos de fines doctrinales incompatibles con la democracia.
Estos actores antidemocráticos no están dispuestos a regirse bajo las normas internacionales, dentro del orden internacional liberal de valores civiles y por ello, la diplomacia occidental debe dejar el estado de inocencia que la caracteriza actualmente, para ingresar en un marco realista que comprenda a los demás como actores que desarrollan activamente acciones para colapsar el orden internacional.
Por lo cual, grupos como Hezbolá, Hamás o los rebeldes hutíes solo son síntomas de un proceso mucho más grande, mucho más peligroso, que articula potencias nucleares y poderes agresivos a los modelos institucionales democráticos. Solo esto, debería llevar a reflexionar sobre las ilusiones occidentales de pacificación sobre las acciones políticas ejercidas por sus enemigos directos, las cuales ya no son influenciables por el modelo occidental, en parte debido a la crisis interna de los países más liberales y abiertos, los cuales se cuestionan en términos identitarios abandonando la necesidad de influir activamente sobre el resto del mundo.
Así, es evidente que no existe una posible comparación entre la geopolítica norteamericana e israelí, porque mientras Estados Unidos no está rodeado de enemigos importantes lo que minimiza su necesidad de maximizar su seguridad, Israel esta asediado y no puede seguir las prescripciones de poder blando defensivo estadounidense, sino al contrario debe mantener activado sus servicios de inteligencia como el Mossad para corregir el fallo del 7 de octubre de 2023.
En razón de lo cual, todos los activos de inteligencia desplegados fuera de territorio israelí operan de forma justificada para neutralizar terroristas como sucedió con los miembros de Hezbolá al hacer uso de sus walkie-talkies y bíperes el 17 y 18 de septiembre de 2024, así como la operación de bombardeo al cuartel general de Hezbolá, el 27 de septiembre del mismo año con la muerte del secretario general, Hasán Nasralá.
En retrospectiva, se debe considerar que el 7 de octubre marcó un punto de inflexión demostrativo de la fragilidad de Occidente, llevando a la realidad a miles de jóvenes quienes creyeron que sus derechos estaban garantizados plenamente, cuando por fuera de Occidente un mundo de irracionalidad y autoritarismo se asomaba predispuesto a reconfigurar violenta y completamente el mundo para establecer modelos que no deban justificar sus acciones ante ningún mecanismo jurídico internacional de corrección o sanción.
Bajo este escenario, la idea de la paz desde Occidente parece una mera ilusión si se consideran todos los viejos enemigos y los nuevos enemigos de las sociedades abiertas que se están articulando para debilitar las alianzas y el poder blando occidental. Además, se debe considerar que en el presente los extremos se han potenciado políticamente y en Israel la extrema derecha después de la masacre en los kibutzim ha comprendido que la diplomacia por parte de Estados Unidos, la ONU y la propia no han sido suficientes para evitar la planificación minuciosa y lenta que evadió y engañó la inteligencia no solo israelí, sino también norteamericana.
Antony Blinken de hecho, no ejerció -a diferencia de Kissinger- el poder que en su cargo de secretario de Estado norteamericano se ejerció en el pasado, no porque el mundo haya cambiado y se haya complejizado, sino porque Estados Unidos ha decidido ceder su lugar como faro de Occidente a ser un espectador pasivo de las acciones proactivas que otros actores como Rusia desarrollan para convertir la diplomacia en un arma ofensiva de infiltración de agentes y espías en las instituciones internacionales -ONU, OTAN- y países de interés -Alemania, Bélgica, Francia, Italia-, para obtener información crítica, usar con precisión las normas internacionales contra Occidente y limitar la capacidad de coordinación de sus alianzas en beneficio del accionar de quienes buscan crear una alter-realidad.
Y en tanto que el caso israelí en Medio Oriente no pudo contenerse desde la racionalidad de la negociación, el caso ruso en Ucrania si pudo ser contenido, debido a que Putin es un realista, y por ello comprende los fines de la política exterior rusa en relación a las amenazas percibidas inmediatas y las consecuencias futuras para la seguridad del Estado ruso. Irán, dista enormemente del realismo ruso porque su ethos y sus fines están profundamente relacionados a la fe, la religión y la percepción del bien y el mal. Bajo esta forma de racionalización de la realidad, no se comprenden las consecuencias en el plano terrenal sino en un plano metafísico, lo que hace más peligroso a regímenes teocráticos como Irán, porque su justificación no viene desde la ley del hombre, sino desde la Sharia.
Por lo cual, existen entornos donde la diplomacia debe adelantarse a las consecuencias de las acciones y negociar desde el realismo para ofrecer y no solo esperar concesiones desde la otra parte. Mientras que, en otros entornos, la respuesta no es diplomática sino de aplicación del poder duro y coercitivo. Por ello es que, los estadistas deben responder de manera diferenciada y en precaución de quienes pueden responder irracionalmente desde un aislamiento completo y quienes pueden responder desde la racionalidad en base a una o varias salidas diplomáticas.
Rusia, por ejemplo, no puede ni debe ser debilitada, porque Occidente no tiene la capacidad actual de plantear un modelo que reemplace efectivamente el modelo autocrático vigente, solo en caso de que Occidente estabilice un modelo de certidumbre que respete la historia e identidad de Rusia, es que se puede desear un completo periclitamiento de los siloviki y el modelo autoritario ruso.
En tanto que Occidente no pueda proponer un modelo estable y de certidumbre, no puede asumir que el debilitamiento de potencias nucleares y regímenes teocráticos puede traer democracia y paz a las zonas grises de la periferia global. Esa visión profundamente ideal del mundo pacificado, aunque noble, no es posible en tanto el poder pueda acumularse y pueda ejercerse sobre otros.
Solo un planteamiento teórico-político negó el poder como ejercicio constante sobre los demás, es el anarquismo filosófico. Sin embargo, es una teorización de limitada puesta en práctica histórica que debe ser contrapuesta con el realismo para entender el mundo como viene dado para procurar minimizar las tensiones que puedan descontrolarse hacia realidades distópicas y completamente violentas.
Para ello, se debe eliminar completamente la vanidad y triunfalismo que han caracterizado a la ONU, la OTAN y las potencias de los centros de poder global. Se requiere para esto que, dejen de esperar victorias en nombre de ideales, sino en búsqueda certidumbres limitantes del conflicto, basadas en inteligencia e información para una mejor toma de decisiones por parte de los estadistas quienes reconocen la necesidad de los estados democráticos frente a los estados completamente autoritarios, no porque el Estado sea bueno en sí mismo, sino porque aquella ficción jurídica seguirá existiendo en tanto los intereses de poder geopolíticos prevalezcan.
Así, hemos llegado a los tiempos en que la fuerza es impuesta por la debilidad de la diplomacia y esta debilidad se ha producido por la falta del realismo en el análisis de los múltiples factores que crean incertidumbre, desde la relativización de los discursos, la decadencia moral de Occidental y el carácter agresivo y estratégico que el resto del mundo periférico ha desarrollado contra todo Occidente. Y dado que la bondad humana no es general y que la estructura global es anárquica y permanecerá siendo anárquica, las buenas intenciones del institucionalismo liberal internacional deben transformarse para actuar defensiva y ofensivamente si es que se intenta preservar algo del orden mundial posterior a la Guerra Fría.
La ONU de hecho, al ser la máxima expresión de la diplomacia internacional ha terminado siendo reemplazada por los consejos de guerra de los bloques en conflicto; en claro desacatamiento de todas las resoluciones, las potencias, incluso las occidentales no consideran seriamente las reflexiones del institucionalismo internacional. Por ello, se debe abandonar las esperanzas de la década de los 90, se debe reflexionar y actuar según las condiciones de la presente década, en parte, porque los símbolos de paz y de interrelacionamiento internacional están extinguiéndose.
Así, no es irracional en lo absoluto desplegar la diplomacia coercitiva cuando la diplomacia formal ha fracasado. Por lo que, el uso de la fuerza por parte de las agencias de inteligencia occidentales para negociar el desescalamiento de la crisis en Medio Oriente se hace para plantear una angustia existencial de un posible colapso de los regímenes más autoritarios creándose amenazas creíbles que contemplan salidas dignas de supervivencia. Esto, es ser realista, no planteando mundos idílicos de paz global, sino reconociendo que las consecuencias de los conflictos existentes se mantendrán latentes, pero se habrán limitado dando un nuevo espacio y oportunidad a la diplomacia occidental, para construir puentes de influencia, aplicar poder blando y fortalecer la propuesta civilizatoria occidental.
Sin embargo, antes de la diplomacia, el uso directo y duro del poder militar a través de la infiltración, exposición y aislamiento de objetivos primarios, se hará en abandono de los frenos del discurso liberal. Porque el mismo uso de los enemigos internos de los iraníes solo es posible si Occidente ofrece alternativas reales al modelo teocrático, no estableciendo utopías de un mundo corregido, sino de una nación estable y en desarrollo. Solo a través de ofertas reales, la población de un modelo autoritario puede empezar a exponer a sus líderes y miembros de las cúpulas de poder, corroyendo la imagen y los símbolos de poder que se afianzan a través del miedo de la población y el silencio de las potencias que hace mucho tiempo olvidaron dictaduras consolidadas en Bielorrusia, Cuba y Sudán del Sur.
Finalmente, cuando la diplomacia ha fracasado, queda a los estadistas pensar nuevamente sobre su realidad, no sobre idealizaciones preconstituidas en base al deseo y el anhelo, sino en base a los hechos. El mundo así, no requiere liberalismo y utopía, sino diplomacia coercitiva e inteligencia para activar los mecanismos de disuasión previos al uso del poder duro directo. Esto es, por ejemplo, la fragmentación de las alianzas iraníes con Libia, Gaza, Yemen, Sira e Irak, acabar con los hutíes, Hezbolá, las milicias chiitas iraquíes, Hamas y provocar un severo daño al islamismo chií ante el mundo desde una propaganda global que demuestre el carácter brutal de la cultura islámica radical expresada a través de la Sharia. Solo así, se puede prevenir que regímenes no racionales y teocráticos como Irán aspiren a obtener el arma nuclear. Para el caso ruso, solo queda la negociación realista, considerar a Rusia como una potencia global y lograr establecer certidumbres sobre su seguridad e interés nacional. Debe recordarse que, los modelos autoritarios saben quiénes son, mientras que los occidentales han olvidado lo que eran y que buscaban en el mundo.
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