¿Es posible sentir nostalgia de aquello que no se ha conocido? O, dicho con mayor precisión: ¿Sentimos añoranza de cuanto ha sido imaginado en algún momento privilegiado de nuestra vida?
Para un escritor como Max Aub, que deseó para España la construcción de un república abierta, generosa y liberal, integradora, el territorio anhelado a través de la lengua dibujaba una región que, no por idealizada, resultaba menos real. Su visita a la tierra que tuvo que abandonar, después de treinta años de exilio, supuso un contraste brutal entre la memoria republicana y democrática que portaba en su equipaje, y la realidad de un país postrado por una dictadura nefasta y criminal. De esa experiencia, nos dejó un testimonio desgarrador e inolvidable: La gallina ciega. Diálogo entre pasado y presente, ese libro supone la reivindicación de una España que bien pudo ser de no haber intervenido contra ella potencias extranjeras y generales traidores; oficiales sin más horizonte que el prescrito por su felonía. Tan intensa fue su vivencia entre nosotros, y tanta desolación llevó consigo en su regreso a México, que tres años después, en 1972, Max moriría de un ataque al corazón.
«Dios mío, ¿pero de qué puede morir un exiliado sino de un ataque al corazón?», escribió Jorge Semprún de Max Aub al recordar su egregia figura en su, ya célebre, Autobiografía de Federico Sánchez.
Perteneciente también a la generación del 27, Luis Cernuda nos legó, a lo largo de su obra, una imagen de España que nada tiene que ver con el país real, detestado y detestable. Para el poeta, más viva y palpitante que la execrable situación del momento, era la lengua, vínculo a través del cual mantiene una firme relación con la gran literatura española, con la cual se identifica y a la que sirve:
La real para ti no es esa España obscena y deprimente
En la que regentea hoy la canalla,
Sino esta España viva y siempre noble
Que Galdós en sus libros ha creado.
De aquélla nos consuela y cura ésta.1.
Las potencias de la imaginación suelen dibujar, como el curso de un río, el destino de ese fabuloso caudal que toda obra humana describe a lo largo de su recorrido. De ahí el sentimiento de melancolía que late en no pocas obras que son producto de su intervención.
Lugar utópico, visión irrealizable, nostalgia del sueño acariciado en noches de amor insomne, la tradición literaria nos consuela, en efecto, de no pocos truhanes cuyo oficio no es otro que el de vivir a expensas de las arcas del Estado. Logreros que han hecho de la política una opulenta forma de vida.
Establecida, pues, la verdad de esa esperanza que late en la gran literatura de todos los tiempos y en todas las lenguas de España, cabe preguntarse, a tenor de las corrientes subterráneas de la Historia que nos sigue, y aun nos persigue, si esa «canalla» a la que se refiere el poeta continúa activa entre nosotros. Porque, al igual que la memoria diurna, solar y luminosa, pervive todavía otra de signo totalmente contrario que medra a la sombra de la indiferencia y el olvido.
Quien haya conocido el país que los españoles vivimos durante el largo asedio de la dictadura, convendrá que la nación de hoy, a pesar de sus muchas limitaciones y tormentos, es un territorio democrático, libre y soberano; quizá no dueño totalmente de su destino (¿quién lo es, por otra parte?), pero sí tenedor de una herencia de siglos cuya sola memoria es susceptible de hallar, en el incierto futuro que nos depare nuestro sino, la huella indeleble de su propio camino.
Sin embargo, ese camino ya está trufado de peligros. Uno de ellos lo constituye el retorno de un pasado ominoso y cruel, no bien simbolizado en el inconsciente colectivo, y que algunos ambicionan, con cierta morriña, como renovado o renovable proyecto de futuro. Nos referimos, claro está, al regreso de los partidarios de una nueva dictadura que, bajo formas y apariencias democráticas, entronque con lo más granado del adorado franquismo.
Precisamente ahora, cuando se cumplen cincuenta años de la muerte del tirano…
Quién, quién eres, oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra, oh mal nacida palidez de sombra. 2
… hay quien canta las excelencias de aquel su reino para tratar de endilgarnos una biografía poco menos que «ejemplar». ¿Cómo interpretar, si no, que el partido que aparentemente lidera el señor Alberto Núñez Feijóo, no se una a los actos programados por el Gobierno para recordar y condenar, una vez más, el franquismo? ¿Por qué esa resistencia numantina a separarse, total y definitivamente, de esa verruga de la vida política que constituye VOX? ¿Por qué?
El fenómeno, por supuesto, no sólo afecta a España. Toda Europa, sentada y adormecida frente al televisor, comprueba, no sin regocijo de algunos, el «retorno de lo reprimido».
Recordaremos que, con esa expresión, Sigmund Freud describió el regreso de aquellos contenidos problemáticos que, rechazados de la conciencia, regresan a ella, aunque de forma distorsionada. Así, cuanto fue aborrecido, reprimido, expulsado de la razón europea (el nacionalsocialismo, el fascismo, la persecución contra los emigrantes, el racismo, la xenofobia… también el estalinismo) vuelve al plató principal de nuestros estudios televisivos para mostrarnos la herida por la que sigue supurando nuestro continente. Todo parecía «superado», y sin embargo todo estaba ahí, al acecho y a la espera de dar con una fisura del sistema por la que volver y presentarse amablemente en sociedad.
La pulsión que movía las entretelas de esa corriente anidaba en el sentimiento de aquellos que, tras ser derrotados en la Segunda Guerra Mundial, nunca aceptaron capitular ante la democracia. Y ahora, cuando sienten que el mundo cambia radicalmente por efecto de la globalización capitalista, y perciben como una amenaza las transformaciones que este proceso conlleva, culpan de todos los males de nuestro planeta al trabajador, al emigrante, al que posee una identidad diferente de la suya; en definitiva, al más débil. Y todo ello, por supuesto, para blindar sus intereses; para sellar la supremacía de una casta que no desea compartir nada con nadie.
Ahora bien, si antes, en otra tesitura de la Historia, pudieron desfilar con el orgullo propio del fanfarrón bajo estandartes y banderas de cruzada, en nuestros días se presentan poco menos que como paladines de la democracia y la libertad, de la cohesión nacional —a la que desean salvar de innumerables asechanzas—, y en contra de «invasiones» que adoptan la forma de migraciones y ruptura de señas y costumbres para desembocar en un crisol de culturas, etnias y religiones que, por su misma heterogeneidad, disuelven la genuina identidad de «nuestro pueblo». Como si ese «pueblo» no fuera otra cosa que una de las muchas propiedades que ya poseen para su exclusivo uso y disfrute.
Llegados a este punto de nuestra exposición, recordaremos que un escritor de la talla de Curzio Malaparte —un fascista tan inteligente como práctico— escribió en francés Técnica del golpe de estado con el propósito de iluminar los meandros por los cuales, hombres arrojados y decididos fueron capaces, en aras de un bien supremo, de desviar el curso de los acontecimientos para alumbrar el nacimiento del Estado totalitario. Esa técnica del golpe incluye en su nómina a personajes tales como Trotsky, Stalin, Napoleón Bonaparte, Józef Pilsudski, Primo de Rivera o Benito Mussolini en su Marcha sobre Roma en 1922, y en la que participaría el propio Malaparte.
Bien. Si entonces, según nuestro personaje, era necesaria la violencia, a la que glorificaba como un atributo propio de la virilidad más exaltada para la construcción de una sociedad futura —de carácter superior y aun mesiánico—, a nadie en nuestros días se le ocurriría sostener tamaño desatino. Al menos en Occidente y en un primer tiempo. Los herederos de esa tradición, ya sean fascistas o seguidores de Stalin, prefieren integrar, en el abanico de sus prácticas, técnicas tales como la mentira, el rumor, la prevaricación judicial, las encuestas amañadas o el periodismo amarillo, para, llegado el caso, desplegar una «asonada popular» que haga caer al gobierno que, legítimamente constituido, ya no represente «los intereses del pueblo».
Es decir, que aquí se trata de promover la alienación de las masas a una soflama que, englobando los «sagrados» valores de la tradición, justifique la expulsión de nuestro territorio de todo aquel que no comparta la uniformidad de la prédica dominante. Dicha prédica, por supuesto, es sostenida en toda clase de medios para esparcir el miedo y la desconfianza con el objeto de, aislar primero y neutralizar después, cualquier atisbo de pensamiento crítico e independiente. Se trata, cómo no, de un verdadero asalto a la razón que obnubile la conciencia de quienes no están dispuestos, como reza el refrán, a «comulgar con ruedas de molino».
Con el año que comienza en este 2025 se abre un decenio que será decisivo para el futuro de la humanidad. De las capas más formadas y esclarecidas de las sociedades democráticas, en no importa qué parte del mundo, depende que los valores postulados en fecha tan emblemática como la de 1789 no se conviertan, según la intuición de Orwell, en todo lo contrario. Es decir, que la libertad no sea sinónimo de esclavitud; la igualdad, disparidad o injusticia; y que la fraternidad, finalmente, no la veamos convertida en un rastrojo de los odios más enconados que incendian la tierra.
Notas
1 Luis Cernuda, Díptico Español, en La realidad y el deseo.
2 Pablo Neruda, El general Franco en los infiernos.