Nuestra vida cotidiana está llena de conceptos que nadie discute y en gran parte se aceptan como dados. Uno de estos es el progreso, que encierra una connotación positiva para muchos y se contrapone a los conservadores, que perciben este concepto como algo negativo y defienden, sin reflexionar, lo que llaman “tradiciones e instituciones” como si estas fueran, por definición, un bien. Muchos de los “progresistas” aceptan también una idea de igualdad sin definir lo que esta encierra. En los periódicos se lee todos los días sobre justicia e injustica, moral e inmoralidad y una larga fila, casi interminable, de “conceptos” que nadie define en modo exacto y esto representa una trampa y a la vez una ilusión.
Uno de estos mentados conceptos, que no es definido con claridad, es el “bien común” y muchos de los que se enriquecen rápidamente, justifican sus acciones diciendo que obran a nombre del “bien común” en vez de decir, como en realidad hacen, pensando y actuando exclusivamente por beneficio personal. Este abismo entre los conceptos y sus significados ha llegado a tal extremo, que muchas veces insisto em que expliquen detalladamente que es lo que entienden decir, cuando dicen: progreso, igualdad, justica, bien común, etc. Y mi sorpresa al hacerlo es múltiple. Por un lado tienen dificultades enormes en hacerlo y, por el otro, caen a menudo en incoherencias intolerables, diciendo una cosa y haciendo la contraria. Además, cuando algunos logran definir lo que entienden con estos conceptos, las personas que los escuchan reaccionan negativamente, diciendo que esa no es su idea, por ejemplo, de progreso, de igualdad, de justicia o bien común y la situación es tan absurda y desesperante que, sin una idea clara de lo que se pretende decir, descubrimos que en todo “discurso político” existe un engaño dialectico fundado en el hecho, que hablamos sin decir nada y lo que decimos, por ende, no tiene sentido práctico y si lo tiene es diametralmente opuesto a lo que escuchamos.
Una de las pocas soluciones semánticas a este inconveniente sería afirmar explícitamente que cuando se dice igualdad se indica una diferencia económico social, donde el 10% más rico no pueda ser como límite máximo X veces más ricos que el 10% más pobre de la población (indicador de Gini) y que por “bien común” se entiende el desarrollo humano y social, como calculado por los estándares internacionales y con los objetivos prácticos de poder posicionar el país en un nivel prestablecido, como aumentar 10 puntos después de un periodo preciso de tiempo. Cuando un político habla de educación, nunca menciona niveles ni resultados cualitativos o cuantitativos y siendo así, todo lo que diga serán por definición falsas promesas, como la del “amante enamorado”, que no sabe definir el amor y cuando ama golpea.
Una de las deficiencias de la retórica moderna es que esta no es más que retórica y nuestra tarea es hacer que para cada concepto corresponda un significado específico que se pueda controlar. Si yo fuese un periodista entrevistando un político, le preguntaría ¿nos puede ilustrar claramente cuáles son sus objetivos para mejorar el medio ambiente y como podremos monitorearlo y medir al mismo tiempo los resultados de cada una de sus “intervenciones”? O ¿cuáles son los niveles educativos que el país tiene que alcanzar en relación a las constantes evaluaciones internacionales que se hacen comparativamente en el área del aprendizaje? O, ¿con cuáles métodos y porcentaje entiende reducir la desigualdad social, cuando esta es medida con el indicador de Gini? Es decir, imponer parámetros mesurables a cada “objetivo programático” para poder controlar y evaluar cada acción con una métrica precisa, documentable y transparente. Sin estas herramienta, no existe democracia real, ya que democracia no significa exclusivamente votar, sino también participación y control de los gobernantes y sus políticas.
Antiguamente se pensaba que el rol de la filosofía era ordenar conceptualmente nuestro universo. Seguramente a nivel lingüístico, la responsabilidad más urgente es reconquistar el lenguaje como instrumento de comunicación y acción social, en vez de aceptarlo como una mera herramienta de manipulación. Hablar bien es hablar claro y llenar de realidad las palabras con las cuales nos expresamos. Si no lo hacemos, no estamos comunicando sino engañando. Dime cómo hablas y te diré quién eres y si escucháramos a nuestros políticos atentamente, el resultado sería que no tendríamos por quién votar.