Si nos preguntan sobre los cuentos de hadas de nuestra infancia, todos sabremos decir que Cenicienta perdió un zapato en las escaleras de palacio, que Blancanieves cayó fulminada por una manzana envenenada, que Hansel y Gretel fueron abandonados en el bosque por sus padres o que la Bella Durmiente se pasó durmiendo una eternidad gracias al pinchazo con el huso de una rueca. La mayoría de estos hechos los conocemos en virtud del legado que la casa de animación por excelencia, Walt Disney Pictures, nos ha ido dejando a lo largo de los años, pero la verdad es que en el origen, los cuentos que todos conocemos distan mucho de ser bucólicos y maravillosos. Tétricos y horripilantes podrían ser dos adjetivos para definirlos, Y, si no me creéis, solo tenéis que consultar la bibliografía de los autores de cuentos predilectos, es decir, los Hermanos Grimm, Andersen y Perrault.
Sin duda, las máximas eminencias en esto de los cuentos son los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, responsables entre otros de los cuentos de Caperucita Roja, La bella durmiente, Rapunzel, Hansel y Gretel, El pájaro de Oro o Blancanieves. En su haber existen más de cien cuentos, muchos de ellos con su propia moraleja, como debe ser, pero si nos detenemos un momento a analizar el contenido de alguno de ellos nos daremos cuenta de que, allá por el 1800, los hermanos en cuestión eran algo tétricos y, hasta cierto punto, un pelín sádicos. Vayamos por ejemplo a Blancanieves. Si hacemos caso de la versión Disney, la joven Blanca se desplomó tras ingerir la manzana que la reina malvada había preparado en su honor y los enanos la colocaron en un ataúd hasta que el príncipe la despertó con un beso. La versión del cuento es mucho más siniestra, ya que habla de que el príncipe se lleva el cadáver de la joven y esta, gracias a los movimientos del caballo, acaba expulsando la manzana. Lo más significativo y horrible del cuento es que el príncipe, tras conocer las intenciones de la reina, le inflige un doloroso castigo consistente en llevar unos zapatos de hierro calentados al fuego hasta morir entre terribles sufrimientos. Podríamos extraer la moraleja de que aquellos que cometen maldad siempre acaban adquiriendo su merecido pero, ¿realmente era necesario que el príncipe, el héroe en cuestión, fuera tan violento?
Si ya nos vamos a La sirenita, podemos descubrir con terror que la joven Ariel tenía más bien una obsesión no muy sana por el príncipe; que Caperucita roja, cuento del que existen numerosas versiones, acaba siendo devorada en el bosque gracias a las falsas indicaciones del lobo; o que en La cenicienta, las hermanastras son condenadas a que una bandada de pájaros picoteen sus ojos para quedarse ciegas. Agradable, ¿verdad? Charles Perrault y Hans Christian Andersen tampoco se quedan atrás en esto de crear historias tétricas y horripilantes. Solo diré que las versiones originales de algunos de sus cuentos me han provocado pesadillas.
Es evidente que el único propósito de estos cuentos era, además de aleccionar y educar a los más pequeños, proporcionar ese factor moralizante que en aquella época seria de lo más aceptado pero que, ahora, nos provoca escalofríos. Es una muestra interesante de cómo ha evolucionado la sociedad y el imaginario colectivo.
La gran pena de este asunto es que si vais a las librerías en busca de alguno de estos cuentos, lo único con lo que os vais a encontrar es con textos editados donde el contenido original está modificado.