“Somos vacío”. Así podría comenzar el poema de la vida, la definitiva luz sobre la ignorancia que sustenta nuestros pasos, la definición de la angustia, de la ceguera, de la impotencia que genera la ausencia de respuestas o el eco primigenio, caliente, cansado de no hallar hogar entre una sinapsis, entre un bostezo despistado, entre la masa imperceptible de los neutrinos que nos transitan al margen de nuestra consciencia.
Somos vacío y esta verdad inquietante desde nuestro limitado punto de vista no es una metáfora ni una reflexión metafísica, sino una realidad medible, corroborada y que nos revela nuestra verdadera naturaleza. Descubro este nuevo enfoque leyendo a Sonia Fernández-Vidal, una joven doctora en Física Cuántica tan necesaria como lo son los buenos divulgadores, y para muestra bien vale un Punset. La investigadora catalana, que ha trabajado en, entre otros, el CERN o en el Laboratorio Nacional Los Álamos, que seguro os resulta familiar por ser donde se gestó el Proyecto Manhattan para desarrollar la primera bomba atómica, explica en su libro Desayuno con partículas que los átomos -esos ladrillos de los que estamos formados tanto nosotros como la pantalla donde ahora leéis esto, así como el teclado, ratón, silla, lámpara, cuadro, pared, gato, perro, amante, ropa, que os rodee, acompañe, bese o vista- están constituidos en un 99,9% de vacío. Partiendo de la simplificación de que el átomo es una estructura formada por un núcleo en torno al cual gira un electrón, Fernández-Vidal, estableciendo una analogía esclarecedora, afirma que si el núcleo fuera del tamaño de una pelota de golf y lo colocáramos en el centro de un campo de fútbol como el Nou Camp, el electrón que orbita de forma elíptica a su alrededor se movería por la grada más alejada; y en medio, lo dicho: nada. Así, todo lo que parecía sólido -Muñoz Molina dixit- no lo es en absoluto. De hecho, parece mentira que el boli con el que escribo esto no se desvanezca, se desintegre y se funda en una sopa de materia caótica.
Redacto estas líneas en plena jornada de reflexión de unas elecciones municipales y autonómicas en España que, pase lo que pase y pese a quien pese, ya han cambiado la historia gracias al aire fresco y a las ansias de transparencia puestas encima de la mesa por esos demonios del averno bolivariano que van a sacarnos los ojos y a comerse los hígados de nuestros hijos. Mientras ese momento de caos llega, pienso en los átomos que constituyen las papeletas, las urnas, los interventores, los candidatos y los carteles donde estos aparecen como en un anuncio contra el estreñimiento. Y me pregunto si merece la pena intentar inclinar la balanza de las políticas de un país teniendo en cuenta que, al paso que vamos, nos cargaremos el planeta en menos de cinco décadas o, yendo más allá y suponiendo que lleguemos, sabiendo que dentro de unos mil millones de años la expansión del sol convertirá la Tierra en un lugar inhabitable.
Yo voy a intentarlo, pero, cuando introduzca los inmateriales sobres en esos mitificados poliedros de metacrilato, estaré pensando en el gato de Schrödinger, al que la teoría cuántica permite permanecer dentro de una caja vivo y muerto a la vez, y pensaré también en las hipótesis de los universos paralelos, sabiendo que las posibilidades son infinitas, desde una España con un pleno de mayorías absolutas del PP hasta una nación justa donde la gente deje de ser un número, pasando por variados pero coetáneos estadios de democracia o dictadura.
Reflexiono más que nunca en esta jornada de reflexión. Y es que hace tiempo que me domina el ansia por intentar entender el funcionamiento del mundo, cada proceso que hace a la realidad estar en marcha, el mecanismo que me mantiene unido al suelo, el que genera el arcoíris, el que nos permite escuchar en directo una sinfonía de Beethoven interpretada a miles de kilómetros o ver imágenes en movimiento a través de una pantalla de cristal en la que aparecen actores escapando de explosiones cósmicas simuladas, bailarines de claqué o presidentes del gobierno que no aceptan preguntas. No entiendo el mundo, no comprendo que, como explica Fernández-Vidal, si pudiésemos agrupar todos y cada uno de los átomos de los seres humanos que habitan el planeta y quitáramos el espacio vacío que hay en ellos, toda la humanidad cabría en un terrón de azúcar. No entiendo nada y me siento pequeño, desbordado por mi pensamiento raquítico y mi único punto de vista guiado desde la escuela, quizás por eso me he apuntado a clases de Física y ahí estoy, en la academia Hyperion de Mieres, poniendo a prueba la paciencia del gran David, de momento intentando saber dónde se cruzarán dos coches que van hacia Gijón y Oviedo, y con la esperanza de ir descubriendo los grandes secretos de lo que hay aquí y, quién sabe, después de la muerte, que quizás sea donde desemboque la Teoría del Todo.
Somos vacío, no me canso de repetirlo. Eso y que no entiendo nada. Lo mismo dice Emilio León, físico y candidato de Podemos a la presidencia de Asturias, cuando asegura comprender el mundo cuántico, pero no el comportamiento de los políticos tradicionales, lo que la “casta” está haciendo con su tierra y con su país. Se presenta a las elecciones porque cree que hay otra realidad posible, otra visión del mundo basada en la razón humanística y no en la depredación económica. Bienvenido sea, él y todos los que, en un mundo de mentes obtusas, siempre fueron un paso más allá. Qué lujo sería tener un Einstein, un Fermi, una Curie o un Kaku en la política, científicos que transformaron y transforman su pensamiento en poesía, al modo en que lo hacía el gran Eduardo Galeano, de cuyo cerebro privilegiado y conectado al polvo de los caminos surgieron las palabras:
“Porque los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias”.
Y eso es lo que hay precisamente en el espacio que existe entre protones, neutrones y el incansable electrón: historias. Historias de gente unida por la más poderosa fuerza, gente capaz de descubrir el bosón de Higgs, gente asombrosa que provoca la admiración del físico Brian Cox, cuando considera que “un pequeño grupo de primates en una roca insignificante entre los cientos de millones que existen en la Galaxia fueron capaces de predecir la existencia de una pieza de la naturaleza que se condensó en el vacío menos de una mil-millonésima de segundo después de que el Universo comenzara”. Eso es una historia y si no es magia, se le parece mucho.
Reflexionad, pero no una vez cada cuatro años, sino cada día. Al fin y al cabo, Messi, Ronaldo y el balón que chutan tampoco se libran de no ser más que vacío.
Enlaces de interés:
Entrevista a Sonia Fernández- Vidal en Página 2
Página web del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear)