"Pocas veces quien recibe lo que merece, agradece lo que recibe", Francisco de Quevedo.
“Cariño, no tenemos dinero para irnos de vacaciones este año”, y otras maneras de pedir matrimonio. Porque sí, porque casarse se ha convertido en el negocio del siglo, señoras y señores.
En menos de dos años he sido invitada a cuatro bodas y… suma y sigue, ya que estoy en el ecuador de la veintena y, por 'h ' o por 'b', a mi alrededor a todo el mundo le ha dado la fiebre del “Sí, quiero”. Ese momento tragicómico en el que por un lado te alegras enormemente por el evento en cuestión (a nadie le disgusta un dulce y una fiesta mucho menos), pero por otro empiezas mentalmente a planear de dónde vas a sacar el dinero suficiente para el atuendo, peluquería, transporte y el temido sobre…
Y ojo, respeto totalmente a quien quiera celebrar su boda (tanto si es por lo civil como por la iglesia), arrejuntarse o hacerse pareja de hecho; pero, por favor, aclaremos conceptos.
Quien invita a una boda a alguien, supongo (y digo supongo porque soy una ignorante al no haber celebrado todavía ninguna) lo hace porque quiere compartir ese momento especial con sus seres queridos y con esa persona a la que está invitando. Es decir, te invitan a compartir ese momento, no a que les pagues su momento.
Esta indignación se multiplica sobre todo cuando te llega la invitación de una pareja cuya relación es la crónica de una muerte anunciada, (pero este asunto ya lo discutiremos en otra ocasión, porque todo tiene un principio y un final; y queridos lectores, en el amor no iba a ser menos).
Y vale, ahora estará el típico que piense que en vez de regalar algo a los recién casados, metes dinerito en un sobre y que se compren lo que quieran… Pero, ¿por qué? ¿Quién empezó con este juego de yo te pago, tú me pagas? ¿Por qué hay que ver un número de cuenta en la invitación de boda, hay que mirar y preguntar cuánto cuesta el cubierto y demás desfachateces impropias? No, mira. No. Si realmente quien invita a una boda lo hace para compartir su momento con su gente, lo hará porque verdaderamente puede permitírselo. En cada uno estará si quiere hacer algún regalo por tener un detalle o similar, o no.
Si seguimos con esta política del "tú me invitas y yo te doy un sobre con dinero porque dentro de 'x' años te tocará devolvérmelo en mi boda" y yo al final decido no casarme nunca, ¿quién me devuelve el dineral desembolsado? ¿No será mejor que cada uno se pague lo suyo y el que no pueda que se limite a celebrarlo en la medida de sus posibilidades?