En relación al comportamiento humano hay cientos de teorías que pretenden explicarnos las razones de nuestra conducta. Algunas se basan en conceptos existencialistas, el problema del ser, otras en traumas y experiencias vividas. Otras aún, en la estructura genética, evolutiva, sociológica y neurológica de la especie humana. De todas estas podemos hacer dos grupos. Las que postulan una centralidad “racional” en nuestra conducta que tiende a ser verbal y coherente, controlada por una consciencia, que tiene el mando de lo que acontece en nuestra “vida psíquica” y otras que aceptan que las actividades “mentales” reflejan impulsos, que provienen da “centros” diferentes y que, por ende, hacen de la vida psíquica una realidad “más caótica” y difícil de explicar.
Estos “centros” que determinan parte de nuestro comportamiento aparentemente no “dialogan" entre ellos y actúan en paralelo, sin saber lo que el otro hace. Si fuese así, nosotros no seriamos racionales, sino todo lo contrario. Bien, ciertas observaciones de la vida cotidiana y reflexiones personales, relativamente honestas, me llevan a pensar que seguramente la racionalidad de nuestro comportamiento es al menos dudable. Por ejemplo, toda la gente que fuma y dice querer dejar de hacerlo y no lo hace. La cantidad creciente de obesos, que saben, en cierta medida, que se hacen daño comiendo poco sano y en exceso, sin moverse lo necesario y lo siguen haciendo o la infinidad de ejemplos cotidianos que nos demuestran que la racionalidad pertenece a otro universo, ajeno a lo humano.
Muchas, tantas cosas de la vida nos muestran que hacemos lo contrario de lo que decimos y aparentemente queremos hacer. Hombres que golpean a sus mujeres y se arrepienten miles de veces, llorando con los ojos rojos, suplicando perdón y sin embargo persisten y muchos elementos objetivos nos indican que no van a cambiar. Para citar un caso conocido de algunos años atrás: Tiger Woods, el famosogolfista, hombre casado, con dinero y una brillante carrera deportiva, engaña a su mujer y es sorprendido públicamente en una serie de contradicciones y actos “moralmente criticables”. Sus patrocinadores retiran sus fondos, anulan contratos y sus actividades, que comprendían enormes cantidades de dinero y fondos con objetivos “solidarios”, ven reducidas a una fracción sus recursos en dinero y good will. Seguramente Tiger Woods sabía del riesgo, del peligro. Pero el impulso fue más fuerte que la razón y el deportista con la mejor imagen pública se transformó en pocas horas ante los ojos de la gente en una figura “poco imitable”, en un anti-modelo. Y esto o algo similar ha sucedido tantas veces. Por un lado idealizamos a nuestros “ídolos del momento” y después los abandonamos rápidamente al descubrir que no son más que simples humanos.
Mi argumento no es la imagen pública de una persona, sino qué es lo que motiva nuestro comportamiento. Cuando era estudiante seguía a una persona, que por problemas de alcohol había arruinado su matrimonio y perdido el trabajo. Le hablaba de los riesgos del alcohol, del autocontrol, siguiendo todas las recetas que me habían dado para cambiar su comportamiento. Una vez, acompañándolo en un supermercado para hacer las compras, desaparece y lo encuentro delante de las bebidas alcohólicas con dos botellas en las manos. Cuando me advirtió, se sorprendió tanto que dejó las botellas en su lugar presurosamente y pude observar en su rostro sorpresa y a la vez vergüenza de sí mismo.
Nunca pude escuchar de él una explicación coherente y después de tantos años pienso que una explicación articulada a este tipo de fenómenos realmente no existe. Y si existe no describe la realidad.
Somos mucho más complejos de lo que queremos aceptar. Una de las enfermedades que aumenta en estos tiempos, es el comportamiento obsesivo y compulsivo. Personas que por ejemplo se lavan las manos cientos de veces al día o que siguen rituales sin sentido sistemáticamente, como volver a controlar el gas 20 veces durante la noche, sabiendo que no corren ningún peligro. Quizás este mal sea otro ejemplo del mismo fenómeno. El comportamiento está determinado por varios centros, que compiten entre ellos hasta que se encuentra una resolución interna. Desde afuera, seguramente, no es una solución real a problemas contingentes, pero que vista desde el interior representa un equilibrio a conflictos irresolubles. En las conductas compulsivas, una parte del motivo es tratar de controlar lo incontrolable y la otra es el miedo que nos produce saber que no tenemos control alguno del mundo externo ni tampoco de nuestra imaginación.
Una vez, hablando con un experto en meditación, este me dijo que el objetivo de la meditación no era controlar sino aceptar el caos como parte de la vida sin alterarnos mayormente. Tiendo siempre más hacia explicaciones de la vida psíquica que reflejen conflictos, impulsos e irracionalidad y la pregunta que me hago es: ¿por qué en nuestras sociedades y culturas se idealiza una “racionalidad extrema” y poco probable como modelo de explicación? Esta tendencia “compulsiva” a vernos como no somos domina las ideologías y religiones en nuestra parte del mundo, cuando todo nos grita que esta presunta racionalidad no es más que una absurda ilusión.