Habitualmente el género fantástico literario, así como la ciencia ficción o los cuentos que no se ciñen a lo puramente cotidiano y real, suelen ser defenestrados como pseudo-literatura y producto de consumo de masas, luego carente de contenido o forma digna de mención. Buena parte de la culpa de que la literatura fantástica esté tan mal considerada quizá se deba a la masificada circulación de algunos de estos libros, que, efectivamente, no pretenden nada más que reproducirse como esporas, sin dejar siquiera un poso de inquietud en el lector. Lo único que habitualmente ofrecen en nuestros días son retratos y escenas que ayudan a la segregación de endorfinas al satisfacer sus fantasías inalcanzables de sus lectores de romanticismo, aventura y acción prefabricadas, de acuerdo con los cánones de la industria.
Ahora bien, si juzgamos toda obra fantasiosa o cuento por el mismo rasero, entonces nombres como Frank Herbert, Isaac Asimov o Ray Bradbury deberían de ser borrados de la autores del siglo XX a tener en cuenta. Y después de ellos, quizá también deberíamos eliminar los nombres de Esopo, Félix María Samaniego o Jean Lafontaine, cuya obra al final tenía como fin el mismo que el de estos autores: La Fábula.
La Fábula, en resumen, suele ser un género destinado a criticar la sociedad y sus costumbres. Herbert nos avisó de las revueltas en el mundo árabe contra Occidente décadas antes del 11 de septiembre; Asimov retrató a los humanos y sus peores defectos a través de sus robots; y Bradbury advirtió a la raza humana acerca de los peligros de los Totalitarismos y la militancia política sectaria. Como ellos, existen otros tantísimos autores que no deberían pasar desapercibidos, únicamente por haber pecado contra la presunción de que todo relato debe ajustarse a la realidad, a lo medible según reglas científicas empíricamente comprobadas y, en definitiva, a lo mundano. A ello hemos de añadir también un paradigma que mete en el mismo saco a la crítica de la ciencia ficción y las aventuras de espada y hechicería. La épica y la novela fantástica rara vez tienen como fin la crítica, sino que tienden a ensalzar valores nacionales, culturales e irracionales. Esto implica que su nivel de exigencia sea bastante menor al de la ciencia ficción, cuyos finales suelen ser bastante más agridulces y con moraleja.
Sin embargo, no siempre es posible diferenciar entre una y otra. Buena parte de la responsabilidad de esta falsa asociación automática entre una y otra, empero, se la debemos a la saga de ciencia ficción y aventuras más rentable de la historia, en la actualidad propiedad de la todopoderosa Disney. Y es que el éxito de productos similares a este ha hecho olvidar a buena parte de los consumidores, lectores y ciudadanos del mundo que también se puede entretener, manteniendo una esencia didáctica o crítica.
Esta cuestión, precisamente, conduce a la cuestión de este articulo y que radica en la importancia que supone la obra de un novelista y periodista que este año nos abandonó: Sir Terence David John Pratchett, más conocido como Terry Pratchett, autor de la saga de libros de Mundodisco (Discworld, en el original).
Si bien Pratchett es conocido como autor de fantasía, quizá debe de recalcarse que se trata principalmente de un autor de ciencia ficción, debido a su formación literaria y a los temas que trata en su obra, siendo una de las bases de su trabajo la de la crítica social. Aunque sus primeras novelas eran generalmente meras críticas al género fantástico, defenestrando los tropos habituales de este tipo de literatura, no pasó mucho tiempo antes de que este autor tomara en consideración los problemas de la sociedad occidental de finales del siglo XX y principios del XXI.
Un espejo mágico, retorcido y deformado
Identidad de género y cultural, nacionalismos caducos, inmigración, clases sociales, desarrollo industrial y capitalismo desaforado, revoluciones sociales... A poco que un lector sagaz lea entre líneas, pronto descubre que el Mundodisco no es un mundo de magia y fantasía al uso, con una formulación facilona de historias con héroe, villano y heroína a la que rescatar. De hecho, Pratchett utiliza estos recursos tan populares para hundír sus manos en los problemas de nuestra sociedad, proponiendo simbología familiar para los lectores más jóvenes y haciendo del humor su bisturí antes de proceder a la extirpación mediante la risa.
Las cuestiones que se sugieren, aunque se denuncian en casi toda su obra, se hacen más patentes en los llamados "libros de la Guardia", una serie de historias interrelacionadas que están protagonizadas por un grupo de agentes de la Ley. No es casual que la mayor parte de estas historias se sitúen en la ciudad de Ankh-Morpork, un reflejo de Londres, con grandes posos de la Roma de los emperadores.
Dicha urbe es un personaje por sí mismo al ir evolucionando durante los libros. Comienza siendo una suerte de Venecia anglosajona que, poco a poco y debido a su prosperidad económica, atrae a numerosos habitantes del resto del mundo. Esto, ya de entrada, es un claro guiño al éxodo rural del siglo XIX, debido al cual la clase agraria pasó a convertirse en clase obrera, la principal mano de obra de la floreciente revolución industrial. Pero si bien esta descripción refleja un proceso circunscrito a un universo cultural común, el anglosajón, posteriormente se expande con la introducción de nuevas culturas y nacionalidades.
La llegada de enanos y trolls a la ciudad sacude pronto los cimientos de la sociedad morpokiana, que ve en estos recién llegados, que aceptan los trabajos peor pagados y más miserables, a unos invasores. Resulta curioso, y posiblemente intencionado, que, como en nuestro mundo, las acusaciones de pretender “venir a nuestro país para robarnos el trabajo” o incluso la difusión de leyendas negras en torno a un grupo étnico, no foráneo, en particular se convierta en un recurso habitual.
Esto mismo recuerda al proceso vivido en las ciudades europeas tras la descolonización posterior a la II Guerra Mundial y la llegada de inmigrantes procedentes de las antiguas colonias. Esta idea a su vez se desarrolla en posteriores libros, describiendo la interacción entre habitantes nativos e inmigrantes y sus descendientes. Así, cuando comienzan a nacer “morpokianos de segunda y tercera generación”, éstos abrazan el modo de vida de los nativos morpokianos, sus usos y costumbres, al no sentirse identificados con sus raíces familiares. Un ejemplo de esto son los trasgos descritos en el libro Snuff, quienes habiendo nacido en la ciudad, desdeñan las costumbres de sus padres y parientes del campo. Estos personajes, a pesar de seguir desarrollando trabajos destinados a “ciudadanos de segunda”, hablan la lengua común de la ciudad a la perfección, chapurreando la lengua materna y, a su vez, interiorizando los valores culturales de la ciudad. Dicho de otro modo, aunque pobres y descastados, se sienten más cercanos del resto de habitantes de la urbe que de su propia cultura y raza. ¿Es acaso esta alienación muy diferente a la de los hijos de inmigrantes orientales que han nacido en Occidente durante los últimos cuarenta años?.
No se debe de olvidar tampoco que la identidad cultural y el nacionalismo son conceptos que de un modo u otro acaban yendo de la mano. Y eso mismo refleja también Pratchett en sus libros. ¡Voto a bríos! (Jingo!! en su versión original) y Regimiento Monstruoso (Monstrous Regiment) bucean en los peores efectos a los que han conducidos el nacionalismo patriotero y los odios racionales, con la supremacia racial y cultural como excusa para el odio. En la primera novela, Pratchett parodia las guerras coloniales, más concretamente la novela Las Cuatro Plumas, y hace un claro guiño a las guerras dos guerras de Irak y a los intereses de una clase dirigente aristocrática y aburguesada para conseguir fortuna al “irrisorio coste” de las vidas de sus conciudadanos y de la “escoria” extranjera. Mientras, en el segundo Pratchett se deja caer por el “Avispero de los Balcanes” y retrata los interminables conflictos territoriales de las naciones de estos territorios durante los siglos XIX y XX, que culminaron en los años 90 con uno de los más atroces conflictos bélicos de la historia reciente.
Paralelamente, el papel de la mujer tampoco pasa desapercibido. De hecho, las mujeres pratcherianas suelen ser personas. Esto es, no reduce a estas a los arquetipos literarios habituales, de meros objetos a ser salvados, cuya muerte o desaparición es desencadenante de la trama, o súper mujeres indestructibles y carentes de matices. Son seres vivos, con valores, defectos, flaquezas y fortalezas. Se equiparan en importancia y caracterización a sus equivalentes masculinos. Esto permite a Pratchett exponer al lector numerosas metáforas acerca de la visión de ellas en la sociedad occidental, principalmente, y las expectativas que se tiene de ellas. Un ejemplo válido son los tabúes de la raza enana en torno a la vestimenta de sus mujeres para negar su género, mientras las enanas reivindican vestimenta y señas de identidad propias para hacer notar su feminidad. Si bien es arriesgado sugerir que esto es una metáfora de los tabúes del Islam más radical hacia su población femenina, no es tampoco descabellado ver alguna analogía. Aunque, ahora bien, hay quien podría señalar que detrás de todo esto se enmascara la cuestión de la identidad de género, y las restricciones de la sociedad para elegir la pertenencia a uno u otro sexo y las restricciones impuesta desde los sectores más conservadores.
El Capitalismo tampoco se salva de la purga. A través de los ojos de Moist Von Lipwig, un timador reconvertido en empresario, vemos las iniquidades del desarrollo industrial y de la explotación de recursos y mala gestión del capital en interés de una minoría, que considera su inalienable derecho de nacimiento el control y explotación de estos recursos a lo largo de tres novelas que siguen de cerca la Revolución Industrial. Por otro lado, la mano de obra esclava y su uso en actividades legitimadas por la Ley, debido a los recovecos y meandros del código penal son un tema que no se olvida tampoco. En el citado Snuff, Pratchett equipara a los también citados trasgos con la mano de obra utilizada en el Tercer Mundo, a la que se les impone condiciones infrahumanas, ya que sus empleadores los consideran poco menos que humanos, al haber vacíos legales que permiten su explotación como esclavos. Una agria comparación que nos recuerda a las noticias de fábricas textiles en las que se utilizan niños en la confección de prendas para el Primer Mundo, en donde solemos mirar hacia otro lado para aplacar nuestra mala conciencia.
Un Esopo Moderno
Esopo solía criticar la avaricia, la mentira, la crueldad... vicios primitivos y primarios de la naturaleza humana. Para ello animales y objetos se convertían en protagonistas de sus cuentos. Con la evolución de la sociedad europea, esta formula se ha sofisticado, obligando a alargar el discurso narrativo y a cincelar con más detalles a los protagonistas de estos "cuentos con moraleja".
Pratchett, en ese sentido, cumplió esa misma necesidad y se dedicó a criticar los nuevos vicios de la sociedad y nuestro distanciamiento de lo que nos hacía humanos. Sus fábulas, escritas en clave de comedia, eran tartaletas dulces con un bocado amargo, oculto entre la crema, que nos daban que pensar. En este sentido, se trata(ba) de un escritor que lograba golpear en el hígado a nuestra conciencia, con cada risa que nos arranca(ba) mediante personajes icónicos y representativos de un tipo de literatura fácil y accesible. Gracias a esta fórmula recordamos que a veces la mejor forma de que alguien abra los ojos ante la crueldad del mundo no se reduce a la visión de un grotesco fotomontaje compartido en Facebook o Twitter, sino a través del esfuerzo de la lectura.