A muchos les costará creer lo que voy a contar en este artículo, pero la verdad siempre acaba abriéndose paso -a veces a codazos- entre los necios que miran al dedo en vez de a la luna.
Esta pequeña historia comienza en el año 2006, cuando decido sumarme al proyecto SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre, una iniciativa por la que internautas de todo el mundo ponen sus equipos a disposición de un grupo de científicos de la Universidad de California, encargados de rastrear el Universo a la caza de alguna señal que indique que no estamos solos en esta vastedad angustiosa. La ingente cantidad de datos recopilada por los potentes telescopios solo podría ser analizada por un superordenador de capacidad impensable o por una red de máquinas que se encargan de procesar porciones de los datos recibidos para luego reenviar los resultados a la sede del proyecto.
Lo que casi nadie conoce es que en unas pocas ocasiones se ha contactado con seres inteligentes (aquí no lo sé, pero fuera de la Tierra es seguro que los hay) gracias a los colaboradores de todo el mundo y que estos han tenido su premio en forma de entrevista con los alienígenas. Ahora puedo decir con orgullo que me encuentro entre los que han tenido la suerte de ensanchar el horizonte mental de la humanidad y los que han podido estrechar la mano, tentáculo, apéndice o lo que sea, de un ser venido de más allá de los confines de nuestra galaxia. Coged aire, entiendo el shock inicial de los que acabáis de leer estas líneas, pero a veces la verdad es como un puñetazo en el estómago.
Como en todo suceso impactante e inesperado, los hechos acontecieron con una rapidez que solo es posible ralentizar pasado un tiempo: el 23 de febrero de este 2015 recibí una llamada de Dam Werthimer, científico jefe del mencionado proyecto, que me invitaba a viajar hasta Berkeley. Al parecer, una de las señales analizadas por mi ordenador había mostrado un pico de intensidad que se escapaba a su raciocinio. Querían premiarme y ya me habían enviado un billete de avión con destino a la tierra de los Beach Boys. Mi desarrollada vergüenza española a expresarme en otro idioma, así como el tema tratado, confluyeron para hacerme pensar que todo se trataba de una broma, pero a los pocos minutos todos los datos de embarque estaban en mi correo electrónico. El resto de la historia es como un sueño que se desarrolló en un lugar que no puedo desvelar. Hasta ahora, siempre que se ha establecido un contacto, los seres contactados han querido recompensar a sus descubridores y los han convertido en sus exclusivos interlocutores, por lo que en esta ocasión fui el único que se pudo dirigir a ellos. No hice caso a los consejos de los científicos, quienes, ávidos de datos, me indicaron un montón de pautas destinadas a recabar información y me centré en un campo que quizás resuma el comportamiento humano: la televisión. Preparé dos dvd con sendas versiones de la España televisiva, uno contenía lo más vil de nuestra condición y el otro lo más elevado. Uno estaba conformado por fragmentos de programas como Sálvame, Gran Hermano, Supervivientes y su versión nudista, Adán y Eva, El cascabel, El chiringuito de jugones, El debate de 24h, Las mañanas de Mariló Montero, Mujeres y hombres y viceversa, ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, Mira quién baila, y un largo y penoso etcétera. En el otro disco incluí espacios como Salvados, Página 2, En tierra hostil, El intermedio, Documentos TV, Días de cine, El objetivo, Cámara abierta 2.0, Metrópolis, Crónicas, los documentales de la 2 y un completo listado que contradice la definición de televisión como caja tonta.
Mentalmente, sin sonido alguno, en medio de una paz invasiva, se produjo la comunicación con mis padrinos estelares, quienes, desde su muy superior inteligencia, comprendieron la dualidad del ser humano, entendieron que todas las evoluciones tienen periodos de involución, todas las historias sus ciclos, todos los caos sus bordes invisibles. Y en algunas épocas todo parece confluir sin dar pistas de la dirección que tomarán los acontecimientos...
Les expliqué que hubo un tiempo en que el nivel social se medía en televisores. Al igual que solo unos pocos elegidos de la Asturias minera de la década de los 60 podían permitirse estudiar una carrera universitaria, eran aún menos los que disponían de aquella caja mágica plagada de misas, corridas de toros, fútbol y Nodos. “Esa familia siempre fue pudiente. Tuvieron el primer televisor que recuerdo”, he oído tantas veces recordar a mi madre.
Desde que en 1956 Arias-Salgado, entonces ministro de Información y Turismo, iniciara las emisiones regulares pronunciando las palabras “Hoy, día 28 de octubre, domingo, día de Cristo Rey, a quien ha sido dado todo poder en los Cielos y en la Tierra, se inauguran los nuevos equipos y estudios de la Televisión Española”, hasta nuestros días, en que cada noche El Gran Wyoming comienza su programa con la memorable frase “Ya conocen las noticias, ahora les contaremos la verdad”, el invento que ha moldeado las sociedades del mundo entero ha pasado por todas las etapas en nuestro país.
La tele, que siendo el mayor instrumento de propaganda de la historia de la humanidad se ha instalado de forma indefectible en nuestras mentes, ha sobrevivido incluso a la era de internet, donde la baraja de la cultura se ha roto en forma de hundimiento del cine, la industria discográfica y previsiblemente la editorial. Posee una capacidad de adaptación igual a la de la radio y ya son cada vez más los aventureros que se atreven a emitir por internet, ese mar donde paja y grano son una bruma continua. Pero hasta el momento en que la red lo engulla todo y no haya nada que no provenga de sus impulsos binarios, la fuente principal de información seguirá siendo la pequeña pantalla, donde se han gestado unos héroes encargados de arrojar luz en tiempos oscuros. A la cabeza de estos seres moldeados en la TDT y la alta definición se encuentra un genio llamado Jordi Évole, follonero transmutado en azote de los poderes intocables. Como un Lobezno bonachón, el catalán relaja a sus entrevistados con su sonrisa pícara, su voz aflautada, su presencia breve y sus ojos atentos, pero cuando quiere indagar en terrenos pantanosos y su receptor intenta escabullirse, saca sus zarpas metálicas para, sin perder su buen humor, decapitar la falsedad aireada sin rubor. Évole ha conseguido con su programa Salvados lo que no han podido o intentado parlamentos, comisiones de investigación o gobiernos, solo hace falta comprobar las consecuencias de emisiones como las dedicadas a la militar Zaida Cantera o a los accidentes del metro de Valencia o del Yak 42, por poner algunos ejemplos. Además es recibido por mandatarios de todo el mundo, e incluso políticos de primera línea que en un futuro muy cercano podrían gobernar nuestro país protagonizan sus promos. Nadie conoce el secreto exacto de su poder de seducción, aparte del maravilloso equipo de producción que le rodea y a quien él tanto ensalza; ni por qué protagonistas de la vida pública acuden a su llamada a sabiendas de que un chaparrón en forma de entrevista les puede dejar muy empapados de mala reputación a pesar de que, a diferencia de la mayoría de gente del gobierno actual, se atrevan a dar la cara. Gracias a los programas de Évole conocemos un poco más a fondo el calamitoso estado de la Justicia, la Sanidad o la Educación en España, por no hablar de la inutilidad del senado, del enchufismo o de la corrupción generalizada en un país gobernado por un partido que lleva financiándose con dinero negro al menos durante los últimos 18 años. La lista de temas tocados (y con qué elegancia, porque sus cabeceras y transiciones, su estética en general, es de una belleza pocas veces vista en la televisión) es tan clarificadora como interminable: la estafa de las eléctricas, las preferentes, los medicamentos o las academias de formación, la inexistente relación entre la ética y las finanzas, el drama de Grecia, el salto de los ciudadanos a la política, la podredumbre del fútbol, la injusticia de la valla melillense, la injerencia continua de la Iglesia católica en la vida española, el precariado, la conversión de la televisión pública en un cortijo propagandístico…
Por cierto, nunca el estado de esta última había sido tan nauseabundo, hasta el punto de que el Consejo de Informativos de TVE se reunió en Bruselas con los eurodiputados para denunciar la manipulación del PP, un acto que la dirección de la cadena ¡prohibió cubrir!, según leo en eldiario.es. Por este tipo de cosas, impensables en una democracia robusta, es por lo que se han hecho tan necesarios los programas más críticos, llamados rojos por la derecha: ahí está Ana Pastor, preguntona implacable, en El objetivo, con sus pruebas de verificación o sus malditas hemerotecas, secciones que son un zasca en toda la boca de los políticos, acostumbrados a mentir con total impunidad. Ahí está el gran Gran Wyoming, quien con su inseparable Sandra Sabatés, deconstruye, cual Adriá de la información, las noticias aparecidas en los grandes y sesgados medios de comunicación actuales. El intermedio debería ser obligatorio en los institutos para fomentar la cualidad imprescindible del ser humano pleno: el espíritu crítico. Así los alumnos aprenderían a no fiarse de panfletos como El País, El Mundo o el ABC (excluyo a La Razón porque, simplemente, me parece una publicación humorística, por cierto, perteneciente al mismo grupo que La Sexta…) y que la realidad puede tener diferentes caras, pero verdad solo hay una. Otra de las grandes cualidades del programa conducido por este médico comprometido es la presencia de Gonzo, el presentador más insistente -sin perder nunca la compostura- de la historia del medio, azote de escaqueadores y de caraduras varios, hombre de respuesta rápida, ojos amables y sorna gallega que nunca admite un no.
Todos estos programas tienen una cualidad común, y es que trabajan desde el humor, única manera de afrontar esta realidad que parece una broma. Así lo expresa Ramón, personaje de La fiesta de la insignificancia, última novela de Milan Kundera, quien asegura: “Comprendimos desde hace mucho que ya no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia adelante. Solo había una resistencia posible: no tomarlo en serio”. (Pido perdón por la cita anterior, puede sonar pedante, pero como dice Pedro Torrijos en un artículo en la revista Jot Down, “va a llegar un momento en el que nos van a acusar de modernos solo por saber leer”). Siempre ha sido así, solo la cultura y el humor nos permiten seguir mirando al horizonte, de otra manera sería imposible soportar la realidad que nos muestran Jalis de la Serna y Alejandra Andrade en el espacio En tierra hostil, ese tipo de programas que te reconcilian con algunas cadenas, alimentadas generalmente de basura, y que llevó a nuestras casas el drama de las minas de coltán en El Congo, la violencia de las calles de Colombia, Venezuela y Méjico o la guerra de intereses sobre el tablero ucraniano, entre otros temas que parecen tan lejanos desde nuestro sofá.
Todos los campos necesitan sus referentes y la tele actual no podría ser soportable sin los Évoles, Wyomings, Andrades… ni por supuesto sin sus guionistas, auténticos artífices en la sombra de arrojar luz sobre tanta mierda como nos rodea, camuflada siempre entre ligerezas destinadas a espectadores lobotomizados. Permitidme que cite de nuevo (otra vez pido perdón por leer…), en esta ocasión a Santiago Alba Rico, quien fuera guionista de otro programa mítico como La bola de cristal y quien, desde la revista Atlántica XXII, plasma un lúcido estado de la cuestión de los medios: “El problema con nuestros medios de comunicación no es que sean empresas. Es que no son empresas de comunicación. Son subcontratas de grandes corporaciones -de la alimentación al armamento- que incuban sus huevos privados en nuestros espacios públicos, estrechando, cuando no impidiendo, el conocimiento siempre parcial de los ignorantes reales (todos nosotros). Hace ya tiempo que los periódicos y las televisiones se independizaron de los partidos y los Gobiernos para depender directamente, como los partidos y los Gobiernos, de un sistema membranoso dentro del cual los mejores periodistas -nunca los ha habido mejores- tienen que optar entre la precariedad laboral y el suicidio periodístico”.
Amén, me dijo mentalmente uno de los aliens cuando terminé mi exposición, dando muestra de haber aprendido a usar nuestras palabras con la ironía justa. Me explicaron que en su planeta hubo, hace siglos, algo parecido a medios de comunicación, pero murieron ahogados en la indiferencia de unos seres cuyo cerebro evolucionó y aprendió a discernir, dejando de necesitar interpretaciones externas de la realidad y limitándose a leer noticias realizadas por máquinas programadas para escribir bajo las reglas de las cinco W (Who, What, Where, When, Why, o sea, Quién, Qué, Dónde, Cuándo y Por qué).
Se despidieron de mí y me agradecieron el haberles mostrado la España real, a la vez que citaron a Shakespeare (por lo que pidieron perdón): "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido".
Ya he contactado con Cuarto Milenio, otro gran programa en otra realidad, para relatar mi caso y explicar que me han echado del proyecto SETI por hablar de Sálvame con mis amigos de otra galaxia y no de otros temas como la tecnología que les ha traído hasta aquí o la composición de la atmósfera de su planeta. Estoy deseando conocer a Iker Jiménez, otro monstruo de la comunicación. Ya os contaré.
El mes que viene volvemos con más, pero no mejor, porque es imposible...
Enlaces de interés
Proyecto SETI: http://setiathome.ssl.berkeley.edu/
Para ver Salvados: http://www.lasexta.com/programas/salvados/
Para ver El intermedio: http://www.lasexta.com/programas/el-intermedio/
Para ver En tierra hostil: http://www.atresplayer.com/television/programas/en-tierra-hostil/
Para ver el NO-DO: http://www.rtve.es/television/archivo/
Cuarto Milenio: http://www.cuatro.com/cuarto-milenio/
Web de Julio C. Menéndez: http://www.jcgrafico.nixiweb.com/
Revista Jot Down: http://www.jotdown.es/