Hace ya varios años que por diversas circunstancias estoy lejos de mi tierra en estas fechas. Este año también. Resulta del todo extraño ver como todo tu entorno se prepara para una semana mágica en la capital andaluza mientras tú permaneces ajeno. He vivido la maravillosa sensación de vestirme de lunares, de llenar mi falda de volantes y de bailar hasta que mis piernas y mis pies no se tienen en posición vertical. He sufrido lluvias y termómetros que pasan de 40 grados y he visto que todo eso se aúna en un espectáculo maravilloso. La Feria de Abril no solo es una fiesta, es una semana grande, es un cúmulo de sensaciones y experiencias maravillosas que cada año compartes con aquellos que más quieres.
La Feria de Sevilla es ese espacio de tiempo en el que ves a todos aquellos que se cruzan en tu vida solo una vez al año. Hacemos encaje de bolillos y de cualquier otro tipo para poder regalarle algunas horas a quienes significan mucho para nosotros, sí, pero también son unos días en los que las risas suenan incluso más fuerte y más alto que la propia música. No es un momento, son muchos momentos, son muchas personas, y lo más importante, son recuerdos. La Feria te da ese “yo que sé que qué sé yo” y te hace olvidar las penas y los problemas, al menos durante unos días. No se equivocan quienes dicen que “para los de fuera”, la Feria de Sevilla, a veces, no es tan buena, pero creedme si os digo que para los que llevamos ‘mamando’ lunares desde la infancia, no hay un lugar mejor.
Es un lugar itinerante, que marcha y que vuelve, sin faltar a su cita. La emoción que sienten aquellos que no están cuando llegan tampoco se puede explicar, o no lo puede hacer cualquiera. Como la pérdida o el amor, para saber lo que se siente hay que vivirlo, y para eso, como para tantas otras cosas en la vida, es importante llevarlo en las venas. La infancia nos condiciona tanto que a menudo olvidamos cuánto nos condiciona. El amor por nuestras costumbres, por la música, la alegría, el placer de compartir minutos, segundos o días enteros con los que te rodean es un regalo que no se puede medir. Eso justo es lo que pasa en la feria, que atesora magia, que une personas, que ensalza el amor y la dicha y que se convierte en uno de los momentos más especiales de todo el año en la hispalense.
Sevilla es una de esas ciudades con estrella, de esos lugares con encanto. La ciudad es uno de esos mágicos rincones del mundo que hay que visitar, al menos, una vez en la vida. Hay que respirar su aire, siempre aromatizado, hay que pasear por sus calles, tan llenas de vida, y sí, hay que conocer su Feria de Abril. Porque yo soy sevillana, de acuerdo, pero pocas experiencias se me hacen tan oníricas como unas horas con mis amigas en la Feria de Abril, con unas jarras de rebujito, una tortillita de papas, una racioncita de adobo y quemando los grados a ritmo de sevillana.
Cada uno mama lo que ve, aprende lo que vive y disfruta lo que quiere. En Sevilla amamos la Feria de Abril como parte indisoluble del año, con la misma tradición que la Navidad o las vacaciones de verano. La capital de Andalucía le canta ahora a la alegría, al gentío y al sol que nunca nos traiciona. Y si bien es verdad que la vida se me antoja insuperable en un lugar en el que el calor reina incluso en los meses fríos, no encuentro una forma mejor de homenajear a mi ciudad que diciéndole cuánto la echo hoy de menos. Porque Sevilla es para vivirla…y en Sevilla hay que morir.