Cualquier recorrido por el culto catódico de nuestros días pasa por un pequeño y ficticio pueblo maderero perdido en las montañas del estado de Washington. Me refiero a Twin Peaks, aquel sórdido fresco de lo que se esconde tras los visillos de las casas de la América profunda firmado por David Lynch y Mark Frost que estrenase la ABC el 8 de abril de 1990 y que este año ha cumplido 25 años con la confirmación de su regreso a través de Showtime. Mucho antes de que David Simon, el creador de The Wire, pronunciase aquel fulminante “que le den al espectador medio”, la génesis de la televisión premium comenzaba a fraguarse. Y es que, envuelta en el misterio de la muerte de Laura Palmer, la serie desplegaba su máximo potencial en el retrato de los turbios recovecos de los habitantes de Twin Peaks (aunque finalmente este subterfugio fuese el que acabase sentenciando el proyecto). Paradójicamente, una cadena generalista alumbraría el paradigma del éxito de HBO y sus hermanas menores del cable con una fórmula que pondría en juego la apuesta por la renovación narrativa en televisión, la incorporación de temas tabú y el sello de autor.
El hallazgo del cadáver de la reina del instituto en una aparentemente tranquila localidad situada en un valle, una investigación a golpe de sueños y presentimientos, un diario que esconde un secreto, un pacto e inagotables subtramas amorosas. Y, en medio de todo este guirigay, una habitación roja, un enano que habla al revés, un gigante, un tal Bob el manco, un caballo en mitad de un salón, líneas blancas en el suelo, y en definitiva, una desconcertante atmósfera que estallaría en secuencias surrealistas. A partir de ahí, nacía todo un icono televisivo. La incógnita del crimen no era más que el punto de partida para adentrarnos en el microcosmos de relaciones entre los lugareños. Bien es sabido que resuelto el misterio de quién mató a Laura Palmer, y tocada por un cambio de programación, todo sea dicho, Twin Peaks se fue a pique, pero para sus creadores el verdadero protagonista era el pueblo y es gracias al siempre desconcertante agente especial Dale Cooper como nos adentramos en sus entrañas. El humor negro que destila el personaje de Kyle MacLachlan nos descoloca y los giros de 180 grados que imprimen sus indagaciones funcionan del mismo modo.
Desde su inquietante banda sonora, compuesta por Angelo Badalamenti y ya presente en la cabecera de la serie, hasta su ruptura con la linealidad y la estética onírica marca de la casa lynchiana, así como la decidida hibridación de géneros, a caballo entre el thriller, el drama, el terror y hasta las soap-operas del momento, todo resulta perturbadoramente cautivador en Twin Peaks. Las dobleces son la tónica dominante del relato y esa amalgama, capeada por múltiples niveles de lectura, creó legión. Y, por cierto, vaya si la industria supo sacar tajada. En la era pre-internet y dos décadas antes de la cultura de la convergencia de Henry Jenkins, la metanarrativa de la serie, los descarados guiños a sus fans y la aparición de todo tipo de merchandaising, como diarios (el de la protagonista lo publicaría la propia hija de Lynch), guías de viaje y objetos de coleccionismo abrían la veda a la búsqueda de nuevos espacios de interacción con el telespectador. Cada pieza funciona de manera autónoma, pero no deja de integrarse en un armatoste al que solo algunos, los más fieles seguidores, acceden. Y he ahí probablemente su principal reclamo, además de una oportunidad de oro para hacer caja. No olvidemos que Julee Cruise, antaño despreciada por las grandes emisoras, vería subir su disco como la espuma tras poner voz al tema principal de la serie.
En España la obsesión por saber quién mató a Laura Palmer llegó a tal punto que Telecinco (quien diría hoy que algún día fue algo más que tronistas y princesas del pueblo) rozó el 50 por ciento de share con su emisión. Pero lo importante es que, cuando Lynch y Frost se hermanaron para crear Twin Peaks, la televisión era considerada un medio menor. Juntos habían tenido varios tropiezos, entre ellos su fracaso a la hora de adaptar la biografía no autorizada de Marilyn Monroe. En cualquier caso, Frost se había curtido en Hill Street Blues y su fama le precedía. La de Lynch no tanto. Con Eraserhead, The Elephant Man y Blue velvet (mención aparte la denostada, quizás incomprendida Dune) en su haber, el canadiense era un novato en el medio televisivo. De ahí seguramente el hecho de que la serie se rodase en 35 mm. y se montara en pantalla grande, como si de un largometraje se tratase. Destaca además el paralelismo que se establece con la Laura de Otto Preminger, un clásico de 1944 del cine negro norteamericano cuya trama toma cuerpo también en la muerte de un personaje femenino, mientras que el desdoblamiento de Sheryl Lee en Laura Palmer y su prima Madeleine Ferguson es un homenaje a la Kim Novak de Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958).
Lo curioso es que el pastiche funcionó, aunque tenía fecha de caducidad. Su osada abstracción visual, su enredo onírico y sobre todo la resolución del misterio a mitad de la segunda temporada a instancias de los ejecutivos de la ABC la enterraron. Ahora bien, ¿habrían existido series como A dos metros bajo tierra o Los Soprano de no ser por la puesta en el horizonte de la figura del autor y con ello de ficciones más allá de la dictadura de la audiencia y los tópicos de profesiones? Desde el principio, Twin Peaks fue una serie singular, caprichosa y excéntrica, lo que la encumbró a la cima casi tan pronto como la mandó de bruces contra el pavimento. Entre medias, Twin Peaks emerge como piedra angular en la inextricable filmografía de Lynch. Su desarrollo en una apacible comunidad (¡y la imagen del petirrojo!) evidencian la conexión con Blue velvet, al tiempo que el desdoblamiento en una protagonista morena y rubia hace lo propio con Lost Highway. El cambio de rostros y líneas narrativas sin preaviso, la diatriba entre lo tangible y lo aparente y la inclinación del cineasta a rascar debajo de la superficie continúa en Mullholand Drive e Inland Empire. La ruptura con el buen gusto y el decoro del gran público que hoy pregonan cadenas alabadas por la crítica como HBO debe mucho a este fenómeno en masa de los 90. El año que viene se cumplirá la profecía lanzada por la propia Laura Palmer en el último episodio de Twin Peaks con aquel "nos veremos otra vez dentro de 25 años" que dirigía al agente Cooper. Hasta entonces tienes tiempo de revisitarla y sacar tus propias conclusiones.