El acto de cuestionar es inherente a la capacidad de raciocinio del ser humano y por eso me declaro crítica sin complejos. Tampoco me cuesta reconocerme adicta a la buena televisión en serie, por desgracia casi siempre allende nuestras fronteras, y cinéfila de las que abrazan la posmodernidad, y por ende la industria del entretenimiento y el placer estético, sin tapujos. La cultura popular es vastísima y la lista de referentes que llevo a todas partes conmigo aún mayor: me fascina el Cronenberg del horror corporal de los 70 y los 80, la incisiva mirada a la realidad obrera del Welsh de los 90 y el descaro desenfadado de la Kohan de hoy para trasladar a la pantalla tabús femeninos. Podría seguir, pero no acabaría nunca.
Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual y recientemente estrenada docente, leo en la web, de forma discontinua y fragmentada, casi más que en las bibliotecas y confío en la premisa de que ser partícipe invita a asimilar. Como profesional curtida en el 2.0 y expedicionaria de horizontes infinitos por serendipia, creo que el digital puede (y subrayo ese puede en el espectro de lo contingente) marcar la diferencia. Y es que la excesiva estructuración de los saberes de la escolástica tradicional socava nuestra curiosidad innata.
A menudo vehemente, no rehúyo el debate ni el diálogo a pecho descubierto, aunque la experiencia me ha demostrado que el arte del decir bien siempre inclina la balanza en la confrontación dialéctica. Frente al teclado, sudo tinta y trato de hilar fino en el denso tejido político-económico-socio-cultural de nuestros días. Entre tanto, como sostiene Sabina: me equivoco, busco a tientas, no encuentro, me fatigo, me olvido de quien soy, me vuelvo loca, hace frío, amanece, sumo y sigo…