La Guerra ha tenido un importante papel en el cine a lo largo de la historia. Tanto es así que se estableció un género dedicado a este tipo de películas, el Bélico, al que además se llamó el ‘Género de Oro’ debido a la cantidad de dinero que se podía obtener con él.
En un tiempo en el que no existía la inmediatez informativa que tenemos ahora el papel del cine era fundamental para la propaganda. Nada provocaba más reclutamientos que ver en pantalla las hazañas heroicas de un guapo y valeroso actor. La muestra de las guerras estaba completamente idealizada solo había blanco o negro, buenos o malos, y esto dependía de qué país firmase la película.
Pero no siempre fue así, también hubo quien criticó estas contiendas reflejando la crudeza de las mismas, una desmitificación que se hizo más presente a partir de la década de los ’70. La Guerra de Vietnam, la primera gran derrota de Estados Unidos, deja marcado al país y también a su forma de hacer cine bélico. Ya no todo es tan maravilloso. Esta guerra supuso un punto de inflexión. El género se centró en esta contienda y su crudeza. Ejemplos de ello los encontramos en Patton, Johnny cogió su fusil y Apocalypse Now.
Acercándonos más a nuestros días, no puedo dejar de hablar de una de las piezas más importantes del antibelicismo, para mi gusto, Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg, un gran ejemplo de los desastres de la guerra y de lo que se vive en un campo de batalla. Se nos muestra soldados matando y muriendo, muchos de ellos clamando piedad en el último momento, llorando y llamando a sus madres. Spielberg nos presenta escenas realmente difíciles de ver.
Otro de los puntos interesantes de este género es mostrar el trastorno que sufre el soldado que vuelve a casa tras la batalla. La tensión vivida en el frente pasa factura dentro de la cotidianidad en la que el petardeo de un coche puede llegar a hacer revivir devastadoras vivencias pasadas.
Sin embargo, hay una cosa de la que me he dado cuenta al escribir este artículo y es que tras ese anti belicismo se puede esconder cierta propaganda. Me explico: tengo la sensación de que las películas -sobre todo me centro en el cine norteamericano, que es el mayoritario- dicen: “La Guerra está mal, pero ser un soldado y ser un héroe es lo mejor que puedes hacer”. Este planteamiento me vino a la cabeza con la película El Francotirador, en la que Clint Eastwood nos presenta la historia real de Chris Kyle, el francotirador más letal de la historia de los Seals. Para quien no lo sepa, los Seals son uno de los mejores cuerpos militares del mundo. Si Rambo fuese real sería un Seal. Son profesionales de la Guerra. Kyle salvó innumerables vidas en el campo de batalla, se le llegó a apodar ‘La Leyenda’ y, sin embargo, fue asesinado por un veterano de guerra con trastornos mentales. Su entierro estuvo arropado por un sinfín de banderas de Estados Unidos e incontables personas que quisieron dar el último adiós a un héroe. Evidentemente, se nos muestra el trastorno que llegó a tener este hombre, que estaba más cómodo en mitad del desierto con un rifle en la mano que en su propia casa. Sin embargo, si nos metemos en la cabeza de un adolescente norteamericano que piensa que vive en el mejor país del mundo, que cada día sale a la calle y en las puertas de las casas ve ondear las banderas de su país y que cada vez que hay un evento, de cualquier tipo, se canta el himno nacional, si nos metemos en la cabeza de ese joven ¿qué pesa más? ¿La posibilidad de sufrir un trastorno postraumático o el poder convertirte en un héroe, salvar vidas y además defender tu país?
No quiero que se interprete esto como una crítica a los Estados Unidos, no veo nada malo en querer a tu país y sentirte orgulloso de él, sin llegar al fanatismo evidentemente. Lo que intento decir es que, pese a que es una historia que desprecia la guerra y todo lo que ello conlleva, puede que tras esa “anti propaganda” se oculte el clásico cartel del Tio Sam señalando con el dedo a millones de jóvenes para que corran a alistarse.