Con la llegada del movimiento impresionista se propuso otra mirada a la realidad, una mirada redirigida y enfocada a partir de un nuevo principio: la apariencia. Los impresionistas, en sus búsquedas formales y en su concepción efímera de la existencia, socavaron la idea de un arte que reproduce la realidad tal cual es, para plantear que el arte reproduce la realidad tal cual se nos presenta. Los impresionistas tomaron conciencia de lo engañoso e ilusorio de un fenómeno en su proyección exterior y así de engañoso e ilusorio lo plasmaron en sus formas plásticas. Pero si bien centraron sus exploraciones formales en la apariencia variable de la realidad, con la llegada de las vanguardias del siglo XX la búsqueda se volvió hacia la subjetividad, se convirtió en un viaje al interior del ser, hacia la indagación y el hallazgo de su esencia. Los impresionistas habían hallado lo inconstante de la apariencia y la vanguardia buscaba descubrir la esencia constante y exclusiva del ser. El camino hacia la síntesis, lo mínimo y lo esencial estaba trazado.

Ante el afán vanguardista de innovar, de no copiar la naturaleza ni asemejarse a los grandes maestros, los artistas se vuelven al arte primitivo de las llamadas culturas bárbaras o salvajes. Se encontraron con que el artista primitivo, más que copiar un rostro, lo construía a partir de formas sencillas. Hallaron en el arte primitivo no solo la síntesis de forma que estaban buscando, sino también la expresividad intensa, la claridad estructural y la espontánea simplicidad que no hallaron en la tradición del arte occidental.

Esta búsqueda hacia lo intrínseco en el plano subjetivo y el primitivismo en el plano formal definen la obra de dos de los más importantes escultores del siglo, Constantini Brancusi (1876-1957), y Henry Moore (1898-1986). A través de su obra podemos apreciar cómo la figura y concepto del hombre se vuelve tema y sujeto en las exploraciones artísticas de este siglo.

Constantini Brancusi

No es la forma exterior quien es real, sino la esencia de las cosas.

El hombre se convirtió para el escultor rumano Constantini Brancusi en un tema recurrente y abundante en significados. Eligió la simplificación de las formas para sintetizar sus cualidades particulares. A través del huevo y del cilindro, fundamentalmente, y de otras figuras geométricas, sus esculturas revelan una primitiva expresividad que se enfoca en lo esencial. Su obra El recién nacido constituye casi un resumen de las características y medios de expresión que utilizó Brancusi en su producción. No es una representación figurativa, sino que es una obra que reduce las formas al extremo de rayar en lo abstracto. Pero la referencia simbólica es fácil de comprender: el huevo, estructura fundamental de la pieza, se erige aquí como símbolo del origen de la vida, en estrecha correlación con el título de la obra. El material de la pieza ha sido pulido incansablemente, dando una visualidad homogénea, limpia y clara. Pero el pulido acusa también hacia una interpretación figurada: la inocencia, lo pulcro, lo inmaculado del primer instante de la vida. Otra pieza, Prometeo, se mantiene también en esta línea expresiva. La representación del individuo se realiza solo a través de su cabeza, parte imprescindible y cardinal del cuerpo, tomando la forma del huevo, casi cilíndrico. Los rasgos faciales apenas son sugeridos y el material se pule también hasta el extremo. Nuevamente el mito del origen de la vida, esta vez con un alcance universal, recogido en la imagen de Prometeo. La cabeza se coloca reclinada, acostada en la superficie, en una posición doliente, transmitiendo así el sufrimiento de Prometeo en su condena, pero la representación evita el drama desgarrador y aboga por la resignación ante el dolor. La comunicación con el espectador se vuelve, pues, ligeramente trágica, como agujas que pacientemente agujerean nuestra piel, sin que apenas sintamos el dolor de su pinchazo. La dulzura propia de las obras de Brancusi se deja traslucir incluso en esta pieza, de contenido dramático. Sus obras no perturban, sino que emocionan, conmueven. Madame Pogany, serie de pequeños retratos en busto, es quizás una de sus obras más dulces y más sutiles. La pieza es exquisita, no solo por su acabado, sino también por la elegancia que transmite su actitud. La feminidad de la figura y la delicadeza de sus delineaciones, además de la sensualidad tímida de su posición reclinada, provocan un deleite amargo: la figura transmite no solo la belleza de sus formas, sino también el dolor acallado, contenido. Las obras de Brancusi no constituyen figuraciones de momentos triunfales y gozosos, pues abogan por la introspección y por el patetismo melancólico, tiernamente expresado. La simplificación de las formas, el pulido de la superficie, la representación solo de las partes esenciales y vitales, así como la docilidad de las figuras, son algunos de los medios que utiliza en su búsqueda hacia la interioridad del ser.

El beso, otra de sus más importantes obras, busca una profundidad conceptual diferente a las obras anteriormente citadas. Esta pieza no representa el drama interno del hombre, sino que se vuelca hacia la complejidad de las relaciones humanas y se vale de otros métodos para su representación. La composición es maciza y tosca, y prefiere las formas cúbicas y angulares. Desaparece la curva como línea predominante, así como la estilización de las figuras. El material no se pule y se deja al crudo prácticamente. Si bien la representación de lo íntimo del hombre requería la estilización y concentración de la figura, la fuerza emocional de los sentimientos requiere de la brutalidad apasionada. Incluso la sensualidad ha sido desechada como recurso expresivo. El primitivismo ha sido la vía elegida por el escultor. Representados de cuerpo entero, una pareja se abraza y se besa. Brancusi simplifica los rasgos faciales y el cuerpo, a partir de formas cúbicas. La pieza alude a un sentido casi infantil del beso: estrechamente apretados, bordeándose con sus brazos sus macizos cuerpos, extienden sus labios y las figuras parecen fundirse en una. La intensidad de la pieza radica en la fuerza de este abrazo, en la fusión de sus cuerpos y en el apenas pronunciado beso. Las cabezas no se ladean, el acto del beso no parece evolucionar. Tan solo están ahí, inseparablemente unidos, con sus rostros al frente, inmoviblemente juntos. El beso es, pues, una obra que halla la expresividad en lo primitivo, en lo rudo, en lo no elaborado. La intensidad del momento se revela a partir de lo rudimentario y de lo ingenuo.

Podemos decir entonces que la obra de Brancusi se caracteriza por la simplicidad de la composición y de sus formas, casi abstractas. Que en las representaciones individuales prefiere la docilidad de las líneas curvas y la elegancia sensual y doliente, y en obras como El beso busca la angulosidad y la solidez de las estructuras, pero siempre dirigido hacia una búsqueda de lo primario, de lo inocente y primitivo. Figuras introspectivas, ensimismadas, pero siempre con un sentido afable de la humanidad, casi noble. Sus piezas remiten siempre a un sentido filosófico y ontológico de la existencia.

Henry Moore

La figura humana es mi mayor preocupación.

Al igual que Constantini Brancusi halló en el hombre sus temas predilectos, encontrando en las representaciones de grupos familiares y de figuras reclinadas sus principales asuntos, Moore se caracterizó por la monumentalidad de sus obras, destinadas a parques y emplazamientos públicos. Se valió también de la simplificación de las formas pero, a diferencia de Brancusi, no se volcó en la geometrización, sino que empleó formas abultadas, ahuecadas y ondulantes, más flexibles y con más movimiento. Si Brancusi prefería la representación de una sección, a Moore siempre le gustó mostrar el cuerpo humano completo, en toda su totalidad y magnificencia.

La búsqueda de Moore se dirigió hacia el hombre en su dimensión social, en relación con el entorno familiar, particularmente, como el primer contacto del hombre con el resto de la sociedad. En sus grupos familiares y en sus varias Madre con hijo, el escultor representa figuras monumentales, grandilocuentes, de formas aplanadas que se curvean, y en posición sedente. Sin embargo no resulta una imagen afable de la calidez familiar, sino de la confrontación de la familia frente al resto de la sociedad. Las relaciones internas de la familia se establecen mediante el contacto físico, y de las actitudes de protección hacia el niño. Sin embargo sus miradas no se cruzan. Miran hacia el frente, hacia el lado, pero la composición no se cierra en sí misma, sino que se abre ante el espectador. La dinámica familiar se coloca en una posición social, no de claustro hogareño, sino que se expande más allá de estos límites y se pone bajo el escrutinio- y el peligro- social. La familia se halla siempre en actitud alerta, nunca relajada ni complaciente, sino pendiente de los estímulos externos. Moore resalta en estos conjuntos escultóricos la importancia del ambiente familiar, a través de sus monumentales formas aplanadas y estilizadas, que se curvan en el espacio, pero también ha puesto en evidencia la constante tensión que sufre ante lo ajeno, lo externo, lo que no es “familiar”. En su obra El Rey y la Reina se hace patente esta relación familia-sociedad. Una pareja, sentada frente a la inmensidad de un paisaje, no se rozan, tan solo están sentados juntos, muy próximos, pero sin tocarse. Dirigen su mirada al frente, en posiciones extremadamente derechas, casi incómodas, como las antiguas estatuas egipcias. La majestuosidad del paisaje natural se añade como otro elemento significativo en esta escultura, y representa la infinitud, lo vasto, y lo vacío. Reyes de todo y reyes de nada. La tensión en este conjunto se hace evidente, tanto entre la pareja como en la relación que dicha pareja establece con el paisaje. La frialdad del inexistente contacto físico, la incomodidad de la posición que no deja de ser presuntuosa y arrogante, así como la infinidad del panorama señalan la extrema soledad en que están sumidos estos personajes. La tristeza de una vida vacía describe la situación de alejamiento y enajenamiento de estos individuos frente a la sociedad, aun cuando son el Rey y la Reina.

Pero la producción más significativa de Moore se realiza en el área de la representación de figuras aisladas. En la búsqueda formal de sus formas aplanadas y curvas encontró el recurso idóneo para introducir al hombre en una nueva dimensión: las oquedades. En sus famosas Figuras reclinadas, Moore curva las formas planas de sus figuras, las retuerce, las reclina, y las transgrede. Moore ahueca conscientemente sus piezas, representando al hombre perforado por el tiempo, transgredido por las dimensiones espacio-temporales. La simplificación ha sido extrema, las estructuras se entrecruzan, se enlazan, los vacíos se conjugan con los volúmenes, y las masas se excluyen y se incluyen. Nuevamente, el hombre ubicado en un ámbito que supera su individualidad. Las oquedades circunscriben al hombre a un tiempo y a un espacio, que influyen e intervienen en el comportamiento de este. Lo que suele ocurrir a un nivel empírico e intangible, Moore lo transcribe en un hecho físico, por medio de las perforaciones que atraviesan sus figuras.

En resumen, la búsqueda del escultor inglés se centra en el hombre, pero no en la intimidad de sus pensamientos, sino en el hombre en comunidad, vulnerable a estímulos externos, situado en un tiempo y en un espacio preciso. Para ello recurre a la reducción estructural, a la curvatura de sus formas, así como a las oquedades. Prefiere mostrar al hombre en un sentido monumental, casi paisajístico, imprimiéndole más fuerza a la representación. La importancia de la colocación de las obras se incluye también como otra característica del autor, para el cual el emplazamiento era tan importante como la escultura misma.

Conclusiones

Tanto las búsquedas formales y conceptuales de Constantini Brancusi como de Henry Moore se concentraron en el hombre y el significado de su existencia. El primero se enfocó en el momento primario, en la génesis, en la pureza intacta del hombre no contaminado, en lo que siempre fue desde el momento inicial. Moore, en cambio, buscó como las influencias externas transformaban a este, tanto en el ambiente como en su relación con el tiempo y el espacio. Ambos hallaron en el primitivismo de las formas simplificadas y abstractas la fuerza expresiva que necesitaban en sus indagaciones conceptuales. Brancusi se decidió por el huevo y el cilindro, Moore por la curvatura y el hueco. La síntesis, la subjetividad, la búsqueda de los ontológico y esencial, la expresividad primitiva…características todas propias de la vanguardias del siglo, las cuales ratificaron estos dos pintores dentro del campo de la escultura.

Tanto las obras de Brancusi como las de Moore pautaron cambios trascendentales en las concepciones artísticas de su momento: la simplificación de Brancusi (de la cual se nutrió Moore), así como las oquedades del inglés significaron puntos de giro en las creaciones artísticas de su momento. Los dos escultores añadieron nuevos significados a la creación escultórica, y sus obras se hicieron trascendentes no solo por las novedades formales que proponían, sino también por los cambios conceptuales que ofrecieron un nuevo modo de observar la realidad del hombre.