Uno de los grandes poderes que tiene el cine (que es el poder de las historias interesantes, más allá de cuál sea el soporte) es la capacidad de hacer que el público se sienta reflejado en los personajes que está viendo en acción, que sienta que una parte de ellos mismos está ahí, como si el responsable de la historia les hubiese leído el pensamiento y el alma. Todos tenemos esas películas especiales que tanto nos cautivaron la primera vez que las vimos por esa habilidad de explicar lo que tantas veces hemos sentido y no hemos sabido definir hasta que otro las ha contado y hemos sentido esa conexión, esa mano que se nos tiende desde el otro lado de la pantalla y que nos dice que no somos ni los primeros ni los únicos que hemos pasado por ahí. Y en ese grupo yo incluyo a 500 días juntos.
Tom (Joseph Gordon-Levitt) es un arquitecto en ciernes que trabaja como escritor de tarjetas de felicitación en una empresa donde se encuentra con Summer (Zooey Deschanel), la bella y atrayente nueva secretaria de su jefe. Aunque aparentemente está fuera de su alcance, Tom pronto descubre que él y Summer tienen un montón de cosas en común y otras que también los separan.
500 días juntos cuenta con una narración no cronológica, pues tan pronto te encuentras lo que pasó en el día 27 como saltas al 315 y vuelves al 43, con paisajes de fondo que remiten a las estaciones del año, en función del estado de la relación entre sus protagonistas. A lo largo de nuestra vida suelen pasar distintas personas, entran y salen de nuestro entorno y, en lugar de un recuerdo cohesionado de toda la relación, lo que suele persistir en la memoria es una serie de momentos aislados, buenos y malos, muchos de ellos no necesariamente trascendentes, y que sin embargo se han quedado grabados a fuego en nuestra mente, mientras que de otros apenas podemos acordarnos.
Muchas veces miras al pasado y cuesta recordar qué te volvía loco de una persona o por qué la cosa acabó saliendo mal y todo lo que quedan son sensaciones, algo que capta muy bien 500 días juntos. De cualquier modo, pienso que una narración lineal, sin saltos en el tiempo, podría haberle dado una mayor intensidad a lo que se cuenta, al hacer menos patente el artificio de la construcción del relato. Entre sus defectos, más allá de los saltos temporales, hay que achacarle que, más allá de la pareja protagonista, los secundarios no funcionan. Los amigos de Tom o los compañeros de trabajo parecen un alivio cómico, personajes que entran en escena para dar momentos de humor y que de repente desaparecen sin mucha explicación. De todos ellos, tan solo me interesa una jovencita Chloë Grace Moretz (luego vista en películas como La invención de Hugo o el remake de Carrie), en uno de los primeros papeles que interpretó, como curiosa consejera sentimental del protagonista a su corta edad.
La pareja protagonista es uno de los puntos fuertes de la cinta, con Gordon-Levitt y Deschanel mostrando una estupenda química y resultando creíbles en sus roles (y que nadie puede resistirse al encanto naif y los ojazos de Zooey). En contra de los tópicos, es el chico el más sentimental de los dos y el que busca un mayor compromiso, mientras que la chica es poco amiga de atarse emocionalmente y de las relaciones serias, creando no pocas controversias entre ellos y varias reflexiones sobre las diferentes formas de ver una relación de pareja. La película puso en el mapa a Marc Webb, un director que desde entonces ha dirigido las dos nuevas películas sobre Spiderman (con resultados discretos, todo hay que decirlo) y que en 500 días juntos compone algunas escenas memorables, ya sea a través de la comedia o el drama. En el apartado dramático, mi preferida es "Expectativas vs. Realidad", por contar tantas emociones, con la ilusión y la decepción concentradas en unos pocos planos; y en las cómicas destaca el momento musical para expresar esa alegría que nos da cuando conseguimos hacer realidad un deseo y que en el caso de Tom es conquistar a Summer[1].
Con todo ello, nos hallamos ante un filme que se ubica lejos de los artificiosos cuentos de hadas romanticones que tantas vemos en cine. Una cinta que nos habla del error que podemos cometer al poner más esperanzas de las que debemos en otras personas o de cómo a veces nos obcecamos en que los otros cambien su forma de ser y se acomoden a nosotros, sin éxito. Las situaciones que la película muestra son tan reconocibles que resulta casi imposible no sentirse identificado en alguna de ellas. O quizá es que un servidor se identifica mucho con ese Tom, que ha construido su ideal romántico con la película El graduado y que ha conocido a más de una Summer por el camino. Un ejemplo más de ese poder del cine y de las buenas historias para hablar de nosotros mismos.
Referencias
[1]