El lenguaje es una prisión que hay que romper y ampliar, reflexionando sobre sentimientos, impulsos, deseos, sensaciones y en particular, sobre el mundo externo.
Abrirse a la naturaleza e impregnarse de ella para volver al lenguaje y describirla con nuevas palabras sustanciadas por la experiencia inmediata.
En esta tradición contemplativa, la poesía y sobre todo el Haiku son unos de los vehículos que nos permiten trascender los límites del lenguaje, enriqueciéndolo con nuevas expresiones, imagines y formas.
Leer poesía es reflexionar sobre el lenguaje y su capacidad de hacernos sentir y mostrarnos la realidad desde una perspectiva personal que es ya una reflexión y por ende la lectura se convierte en reflexión sobre la reflexión.
En la escuela del “Haiku”, además de la exigencia fundamental de este tipo de poesía que es la de ser escueto y entregar la sensación que queremos dejar con pocas palabras, el “Kigo” es el elemento natural, que da esencia al verso reflexivo, anclándolo al mundo, a la naturaleza y a cada objeto real, percibido y apreciado en su “propia presencia” con diecisiete silabas, tres líneas y un salto.
Un beso de amor.
Flor cargada
de rocío temblando.
***
De la sal, entre olas y espuma, nace el poema.
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La primavera
sonríe en tus labios.
Rosa de enero.
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La alondra saluda
el correr del agua.
Un gorgojeo.
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Tu desnudez,
una herida por donde sangra
el silencio.
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Eres flor entre las flores
y en mi jardín,
el único pensamiento.
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Llueve y la ciudad muda,
se desviste de mañanas.
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Tu nombre es una perla roja
en mi boca cerrada.
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Una flor amarilla,
la luna bajó
gateando del cielo.
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Un pez azul
volando y detrás,
todos los sueños.
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En tu boca roja
termina
e inicia el universo.
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Una nube blanca de leche
en la copa
azul del cielo.
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Un cuervo en la nieve
es una ballena
en el mar.
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Mañana de invierno,
del sol ruedan
dos tenues lágrimas.
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Marzo desviste
febrero de todo
su gélido blanco.
***
La mariposa
es flor,
cuando se refleja en el agua.